jueves, 25 de diciembre de 2008

Tres tipos con clase (I)


Me da miedo que las cosas cambien. Los cambios se producen irremediablemente y continuamente, pero, aún así, con cada cambio nos dejamos algo en el camino. Sí, el cambio es avanzar. Aún así, siempre me pregunto si realmente vale la pena.

A todos aquellos que tienen muy claro aquello de que “toda crisis es una oportunidad” esta historia que hoy empiezo, tal vez, también debería hacerles dudar.

Tres tipos con clase.

CAPÍTULO 1

Aquel viejo barbudo y barrigón, se veía realmente compungido cuando se asomó al ataúd. Desde el otro lado del cristal protector, le hubiese podido mirar una imagen muy similar a él mismo, salvo que era más delgado, más triste, más joven y con más clase. Bueno, le hubiese podido mirar si no tuviera los ojos cerrados y… no estuviese muerto.

Una lágrima estaba a punto de resbalar mejilla abajo, cuando noto como una mano se posaba en su hombro con amistosa ternura.

--Te agradecemos que hayas venido, Noel. Es muy amable por tu parte, pero no crees que, dadas las circunstancias, resulta poco apropiado.

Cuando se giró, frente a él se hallaba un hombre de pelo casi rojo, ojos hinchados y aspecto regio.

--Tampoco podía dejar de venir. Realmente he sentido mucho su pérdida… Si yo pudiera hacer alguna cosa…

Su interlocutor necesitó algo de tiempo para procesar en su mente lo que había dicho, dado su marcado acento nórdico, pero, cuando lo asimiló, no pudo remediar fundirse con él en un abrazo fraternal y ambos lloraron la pérdida. Una vez descargado el golpe de amargura se separaron y Noel preguntó:

--¿Dónde está Baltasar?

--Está metido en la segunda habitación. Lo está llevando muy mal.

--Es lógico, Gaspar. Son muchos años…

En aquel momento, se abrió la puerta que, momentos antes había indicado Gaspar, y salió un varón de color con apariencia de unos cuarenta y tantos años y una estatura digna de un exjugador de la NBA. Miró hacia el ataúd, hasta que los vio a ellos. Hasta que lo vio a él.

--¿¡Tú!? – Gritó Baltasar fuera de sí--.

Antes de que se abalanzara sobre Papá Noel, Gaspar ya se había interpuesto en su trayectoria y lo sujetaba tratando de tranquilizarlo.

--¿Cómo puede estar aquí? – Repetía una y otra vez--.

--Él no tiene la culpa. Las cosas son así.

Y las cosas eran realmente así. Un desconocido, que seguramente debía ser médico, le puso una inyección en el brazo a través de la camisa y la americana. Pocos segundos después se le veía más calmado y, el mismo desconocido, le acompañó, de nuevo, al interior de la habitación de dónde había salido.

--¿Cómo sucedió?, Gaspar.

--Pues de la única manera en que pueden suceder estas cosas: con olvido.

--¿Y vosotros?

--Es el comienzo del fin.

--¿Y por qué Melchor?

--¿De verdad no lo sabes?

1 comentario:

Bolzano dijo...

De momento me gusta la idea del relato y como lo has dejado.

El olvido hace que muchas cosas mueran, incluso las más terribles se pueden llegar a olvidar.