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sábado, 5 de diciembre de 2015
domingo, 29 de noviembre de 2015
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sábado, 21 de febrero de 2015
Última entrevista al Fürher
Hoy tenemos otra entrevista en primicia desde el otro
lado de la vida.
Hemos viajado hasta 1968 para captar el eco de Adolf
Hitler y no hemos dudado en entrevistarle. El tema, cómo no, su Tercer Reich.
--¿Qué
pensaba usted que obtendría con aquello?
--Han pasado más de veinte años. Les puedo decir que es lo que
pienso ahora, pero entonces fue entonces y el tiempo lo cambia todo.
--¿Y
qué piensa ahora?
--Pienso que quería salvar al mundo. Era joven y es lo que todo
joven piensa, luego madura y se limita a querer conquistar el mundo.
--¿Y
conquistó el mundo?
--Conquisté el corazón de mucha gente y eso es como conquistar el
mundo.
--Pero
no dudó en acabar con todos los que se interponían en su camino, para rodearse
de perros fieles.
--En 1923 fracasé por no haberlo hecho. Uno puede llegar a la cima,
pero si mantiene a su alrededor a los mismos inútiles que ha apartado para
encumbrarse, estos no dudarán en morderle para intentar recuperar lo que aún
creen suyo. Mis pistoleros no estaban listos como debían y acabé con mis huesos
en la cárcel. Pero de todo se aprende. Luego todo es cuestión de paciencia y
atacar en el momento propicio.
--Así
que la oportunidad fue la crisis del 29.
--Primero nos dejamos embaucar por Wilson para que Francia nos
terminara por imponer las condiciones más duras. Luego el país se moría de
hambre y nuestros líderes no eran capaces de dar de comer al pueblo. Las cuotas
impuestas por Versalles se llevaban
todas las migajas. Era mi deber tomar las riendas de la nación.
--Para
ello no dudo en arrastrar a Alemania al borde de la guerra civil.
--No había nada que perder. De día llené las calles con
manifestantes a los que di el espíritu que les faltaba. Y por las noches mis
brigadas asaltaban los reductos de dinero inmóvil para obligarlo a correr y
salvar a Alemania.
--Y
cuando Hindenburg se vio obligado a pactar con usted, dio el golpe de estado
aboliendo la república de Weimar.
--Un presidente débil de una república débil, ¿puede existir un
delito mayor?
--No
sé… ¿un golpista en el poder?
--No se engañe. Aquel era el Tercer Reich porque antes habían
existido otros dos, y los tres hicieron grande a Alemania.
--A
usted se le llena la boca de Alemania, pero le importaban un rábano los
alemanes. Le importaba un rábano su propia gente, los de su partido, los que
asesinó durante la “Noche de los Cuchillos Largos”.
--No me haga reír… los míos… aquellos no eran más que garrapatas
pegadas a la piel del partido Nazi a la espera de verme flaquear para adueñarse
de lo que tan duramente yo había conseguido.
--Así
que lo hizo por usted.
--Lo hice por mí y lo hice por Alemania, porque yo era Alemania.
--En
1935 promulga las leyes de Núrenberg
¿Tanto odiaba a los judíos?
--En absoluto.
--¿Entonces?
--Francia y Gran Bretaña eran los verdaderos enemigos de Alemania,
los que habían impuesto unas condiciones tan calamitosas a nuestro pueblo como
para impedirnos levantar la cabeza, pero por aquel entonces no estaban a
nuestro alcance. En cambio, los judíos estaban por toda Alemania, se les
relacionaba con el dinero porque eran muchos los que ostentaban negocios,
muchos de ellos formaban grupos cerrados de relaciones personales y los
alemanes, desde siempre, habían guardado un cierto recelo de ellos.
--Así
que los judíos fueron el sustitutivo de franceses y británicos.
--Para mantener unido a un pueblo que pasa penurias y ha sido
privado de la libertad, se le ha de dar algo a lo que odiar más que a sus
gobernantes.
--¿Y
la “Noche de los Cristales Rotos”?
--La guerra en España tocaba a su fin, nuestras tropas de élite
estaban dispuestas para lanzarse a la conquista del mundo, pero necesitaba el
apoyo decidido del pueblo alemán. Goebbels se encargaba de esa parte y él me
dijo que si no se conseguían manchar de sangre las manos de todos los
ciudadanos, difícilmente conseguiríamos el necesario apoyo en nuestra guerra.
--¿Por
qué seguir con los campos de exterminio?
--Los judíos ya eran nuestro enemigo, no podían quedarse en la
retaguardia y hacernos daño, debían ser exterminados, pero gastando el mínimo
de recursos en ello. Sus posesiones debían pasar al lado del estado, no crean
que fue tanto, sólo un poco más de lo que nos costó su exterminio.
--¿Por
qué no se limitó a sus primeros éxitos y luego paró la guerra? Podía haber
conseguido condiciones buenísimas.
--Con ese fin mande a Goering a Gran Bretaña, pero mientras el
trataba de pactar con Churchill, aquí se descubrió uno de los muchos complots
para derrocarme y la misión de Goering quedó comprometida. Por otro lado, era
sabido que la campaña contra la Unión Soviética se tendría que llevar a cabo
tarde o temprano. Rusia nos guardaba una desde la primera guerra mundial y sólo
esperaba el momento para tomar su revancha.
--¿Y
la mejor defensa es un ataque?
--La mejor defensa es una victoria.
--Pero
al final usted perdió. Se desmoronó su castillo de naipes, su cuento de la
lechera…
--De eso nada.
--Alemania
ha perdido la guerra y usted acaba de suicidarse.
--Todos tenemos que morirnos algún día, pero morimos un poco menos
si dejamos nuestro espíritu cabalgando sobre la Tierra y, como verá, nunca le
faltarán dictadores a este planeta. Además, no dude que aquellos que fueron
mordidos por la daga del sacrificio y el exterminio lo practicarán a su vez con
sus enemigos.
--Arderás
en el fuego eterno.
--¿Y qué más da? ¿No es un fuego eterno, que nos consume hasta
nuestro fin, la propia vida?
--¿No
le importa que Alemania vaya a sufrir años de miseria por esta derrota?
--No lo creo, pero si eso es así, no dude que nacerá otro Hitler
para vencer o morir.
--Espere
antes de partir al averno que vienen sus perros fieles Himmler y Goebbels, pero
al parecer Goering, arrepentido, no ha querido venir.
--Siempre habrá perros que no lo serán de sus amos.
--Hoy
ha acabado la lección que usted le podía dar al mundo, ahora es cosa de este
demostrar que es lo que ha aprendido.
--Sea lo que sea… nada de bueno, se lo aseguro.
domingo, 15 de febrero de 2015
La religión mata la espiritualidad
La religión mata la espiritualidad
“La religión mata la espiritualidad”. Esto es lo primer que pensé cuando
aquellos a quienes les gusta poner nombres y retos a las circunstancias y los
tiempos, decidieron, a finales del siglo pasado, que el siglo XXI tenía que ser
el siglo de la espiritualidad.
“Manda güevos”. Es lo que me saldría en estos momentos.
En 1978 nos hicieron soñar con una España laica que se desmoronó en el
momento en que los nuevos ministros empezaron a jurar sus cargos sobre una
Biblia.
¿Qué clase de laicismo es aquel que hace noticia del hecho de que se tenga
que buscar una fórmula alternativa para quienes no acatan los preceptos de una
religión, sea la que sea?
El ser humano necesita la paz, anhela la prosperidad, pero ignora los
principios elementales que llevan a poder compatibilizar ambos. Precisamente la
religión siempre les promete ambos de una forma u otra, pero en realidad lo
que hace es despejar esa realidad en que no lo logra y convencer a sus ya secuaces de que hay culpables de eso y les da la forma de aquellos
que no comparten sus creencias. Si esto en sí mismo no es una incitación a la violencia... "que venga Dios y lo vea". Lo peor es que en esto no hay diferencias entre cristianismo,
judaísmo, islamismo y, aunque a algunos les extrañe, el budismo. Y es que no
estoy hablando de los fanáticos, sino de aquellos creyentes que se llaman a sí
mismos tolerantes.
Por si alguno pensaba lo contrario, en este texto no voy a hablar de los
fanatismos porque estos ya hablan, ellos solos, mal de sí mismos. Y que conste
que entre los fanáticos también incluyo a algunos ateos que, a final de
cuentas a veces también son una religión.
Hace unos días, tras los acontecimientos de Charlie Hebdo, el Papa
Francisco, el que hasta entonces tenía como una esperanza para integrar el
catolicismo en la sociedad, tuvo una salida de tono imperdonable.
“En cuanto a la libertad
de expresión: cada persona no sólo tiene la libertad, sino la obligación de
decir lo que piensa para apoyar el bien común (…) Pero sin ofender, porque es
cierto que no se puede reaccionar con violencia, pero si el doctor Gasbarri [organizador
de los viajes papales], que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá,
le espera un puñetazo. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los
demás. (…) Hay mucha gente que habla mal, que se burla de la religión de los
demás. Estas personas provocan y puede suceder lo que le sucedería al doctor
Gasbarri si dijera algo contra mi mamá. Hay un límite, cada religión tiene
dignidad, cada religión que respete la vida humana, la persona humana… Yo no
puedo burlarme de ella. Y este es límite. Puse este ejemplo del límite para
decir que en la libertad de expresión hay límites como en el ejemplo de mi
mamá”
Evita usar la palabra blasfemia, pero está claro que habilita para que sus
fieles usen la violencia contra la blasfemia, aunque previamente había
puntualizado que “matar en nombre de Dios es una aberración”. El problema es
que al no poner un límite claro, el grado de violencia admitido por el Santo
Padre, puede ir de una bofetada, hasta llevar al blasfemo al estado vegetativo,
la muerte es el único límite (y tampoco se enfatiza en ese el límite con claridad) que no se puede superar.
Muy edificante ¿Verdad?
Una pena que no esté dispuesto a dejar claros los límites de la violencia
religiosa, pero que estimule esa violencia, y al tiempo sí se muestre proclive a poner
unos límites muy claros a la libertad de expresión y que estos límites no sean
idénticos para sus fieles. Porque, perdóneme usted, Santo Padre, pero cuando la
religión se mete en mi vida sin permiso, siento toda la burla y agresión de una
blasfemia sobre mi modo de vida libertario.
La religión se infiltra en el poder y extiende su blasfemia contra el
laicismo y contra el ateísmo, y nadie le pone freno. A veces me imagino a un
yihadista del ateísmo poniendo bombas nucleares en Jerusalén, La Meca y el
Vaticano.
…
(Silencio)
…
Pero eso no ocurrirá jamás, porque la diferencia entre una religión sin
dios y otra que sí lo tiene, es que si a uno de sus feligreses se le cruzan los
cables, no cuenta con los faldones de ningún dios bajo los que esconder su
vergüenza.
No, no estoy hablando de extremismo religioso. Lo que me importa no es el
loco capaz de cometer un atentado, sino de los miembros moderados de su
comunidad cuyas críticas a esos viles actos nunca alcanzan los niveles
necesarios.
Así tenemos a un Papa que bendijo los cañones alemanes en la II Guerra
Mundial o miles de manifestantes que se permitieron a salir a las calles contra
Charlie Hebdó después de los atentados, permitiendo sus estados que se diera
más valor a la “blasfemia” que a la vileza de los crímenes perpetrados por su
comunidad religiosa.
Y no hay nadie capaz de explicarles a esta gente que, ni pintar a Mahoma, ni
a Dios contando chistes verdes, es menor blasfemia que sus viles actos de odio…
y un odio alimenta a otro y, al final, solo se demuestra una cosa: que la
religión es mala.
No, no es una pregunta, es una afirmación. La religión es mala y, por
desgracia, no tendría por qué serlo. Pero cuando no se asume que de tarados los
hay en todas partes y no se es capaz de poner en orden la propia comunidad sin
meterse en las otras o en la vida de quienes quieren mantenerse respetuosamente
al margen de cualquier comunidad, la religión pierde cualquier derecho a ser
respetada.
Deben entender todos los Papas, Popes, imanes, rabinos, cardenales, obispos
y demás cargos de todas las religiones, que sus religiones deben cumplir unas
normas básicas si no quieren ser sometidos al “terror” de la blasfemia:
-En primer lugar no deben inmiscuirse y mucho menos influenciar a los
poderes políticos. Eso es algo que solo los judíos ortodoxos han entendido
cuando afirman que cuando la religión se introduce en el poder, se corrompe la
primera. Yo afirmaría que además se corrompe también el poder político. Al
tiempo podemos decir que todo poder influenciado por la religión siempre
discrimina a los individuos que pretenden una justicia independiente.
-En segundo lugar la verdadera tolerancia se manifiesta guardando la propia
ideología dentro de los límites de la comunidad. Sin embargo, siempre que
tenemos que soportar que muchos de esos “supuestos religiosos moderados” lleven
sus dogmas a las relaciones comunitarias, intentando imponer sus preceptos al
resto de la sociedad y negándose a cumplir aquellas obligaciones que entran en
conflicto con su dogma. Eso, en sí mismo, es una blasfemia contra toda la
sociedad, pero no creo que por ella el Papa Francisco sea capaz de dar ningún
puñetazo.
-Finalmente decir, que hay muchos más preceptos a cumplir, pero que si se
cumplieran, aunque fuese parcialmente, los dos primeros y además existiese una
activa autocrítica en las relaciones con el mundo libre, todo tendría solución.
Todo tiene arreglo, pero, por desgracia, muy pocas cosas cuentan con la
voluntad. Porque no digo que esto hubiese evitado los hechos de París,
Dinamarca… o los atentados de New York, Madrid y Londres (ya no hablo de otros porque mi nivel de conocimiento sobre ellos puede ser muy limitado, aunque intuyo que no se salen tanto del guión). Detrás de ellos hay mucho
más que simple religión. Pero de lo que si estoy seguro es que nuestra imagen
del mundo sería mucho más optimista y esos asuntos hubiesen sido tratados desde
una perspectiva más objetiva y correcta.
Y qué narices… estoy convencido de que hubiese podido existir el primero de
ellos, pero nunca el segundo. Porque detrás del terrorismo religioso, al final,
no hay una verdadera justificación religiosa, porque en todos el fin último se
haya en el poder y el dinero. Y la verdadera blasfemia contra la que hay que
luchar es que las religiones, todas, se puedan relacionar con los ídolos
dorados.
Hace mucho que todas las religiones se prostituyeron y de poco sirvió que
Moisés perdiera una de las tablas de la ley de Dios. Al final todos los fieles
han perdido la espiritualidad y la confunden con la fe y la obediencia ovejuna.
Peores son las actitudes de sus líderes incapaces de cambiar eso y aún les
preocupan más las blasfemias de aquellos que están al margen de sus
comunidades, que la blasfemia que su comunidad supone para la Humanidad.
Ya no queda ninguna virtud en Dios y para recuperarla debe desmantelar
todas las religiones. Deben abrir sus ventanas y permitir que entre el frío
aire del invierno y despierte su espiritualidad. No deben temer a resfriarse,
pues cualquier enfermedad corpórea nunca es tan grave como la continua cerrazón
de las almas.
Es por todo ello por lo que estoy convencido de que la religión mata la
espiritualidad.
sábado, 7 de febrero de 2015
Amada Amelia
Bajo
el título de Amada Amelia, mi amigo Ácido Lisérgico condensó las historias de
muchas chicas que, entre los años 60 y nuestros días, han vivido la tragèdia de
la falsa caridad de la Iglesia catòlica y la maternidad adolescente. Es imposible
no leer este relato sin sufrir por la tragèdia de Karina y sentir la alegría de
Amelia.
Disfrútalo.
Karina plañía su silencio
concentrándose en el eco de los gemidos que, de tanto en tanto, no lograba
amortiguar. Se sentía sola y, curiosamente, ese hubiese sido su deseo una hora
antes: estar sola.
¿Una hora? ¿Verdaderamente había pasado una hora?
Lo cierto era que desde que salió del paritorio, con su enorme reloj de agujas al fondo, ya no había podido tener ninguna referencia temporal válida. Podía haber contado sus gemidos, pero eran demasiado amargos. Podía haber contado sus pulsaciones, pero eran demasiado irregulares. Podía...
No podía volver aún a su casa. Pero, ¿para qué querría volver? Su padre seguiría mirándola con desprecio y su madre seguiría tan muerta como siempre detrás de su máscara de Alzheimer ¡Si al menos la hubiesen dejado morir con dignidad, como ella pidió, antes de desaparecer detrás de su nube de olvido e inexistencia!
No aguantaba más aquella angustia. Intentó, con cierta torpeza, levantarse del camastro. Los puntos le tiraban y dolía horrores, pero no podía estarse quieta. Se acercó a la ventana sólo para comprobar que unos sólidos barrotes le impedirían ir más allá de la idea de volar como las aves. Al otro lado un paisaje vacuo, muy diferente de su alma que estaba llena de remordimientos.
Intentaba subirse a la excesivamente elevada cama, cuando entró una de las monjitas con una taza de algo parecido a caldo.
– ¡Muchacha, se te abrirán los puntos! –Dijo sor Emilia cariñosamente mientras se apresuraba a ayudarle– ¡Ve con cuidado!
Sor cejijunta, como le llamaban en el internado, era la única alma caritativa entre las vigilantes. Su voz no era agradable, tampoco su aspecto, pero sus palabras siempre eran de consuelo. Tal vez, sin ella, muchas de chicas hubieran desaparecido antes de dar a luz. Fue suficiente ayuda para subir al catre sólo porque Karina era tan menuda como ella. Después le acercó el caldo que había dejado en la mesilla.
– Tienes que reponer fuerzas. Ya sé que ahora no tienes hambre, pero el futuro aún te espera –mientras le decía esto le limpiaba las lágrimas con su manga y le ofrecía una de sus melladas, pero cálidas sonrisas–.
Karina, en su dolor silencioso, le contestó con una mirada de agradecimiento. Pero ambas sabían que sus pensamientos estaban en otro sitio, en otra persona. Sus pensamientos eran una niña de dos kilos seiscientos gramos y que ahora mismo estarían recogiendo sus nuevos padres.
– ¿Cuándo podré marcharme? –Logró articular Karina–.
– No tengas prisas. Tu cuerpo tiene que recuperarse y tu alma reconciliarse. El médico te dirá cuando, pero, si quieres saber mi opinión, aún deberías quedarte unos pocos días más. Yo podría arreglarlo. Y después todo sería más fácil para ti.
Por supuesto, Karina no podía ser tan optimista. Antes de acudir al centro católico para jóvenes con problemas ya tenía sus dudas. Cuando comprobó que la docena de jóvenes que había sólo tenían un problema y era el mismo que ella, una especie de sexto sentido le dijo que aquel no era el camino correcto. Pero cuando entre poderosos pulsos de dolor, su cuerpo se vació y le llegó aquel llanto, fue como un martillazo en lo más profundo de su cerebro. Millones de voces se abrían paso entre sus neuronas para gritarle que aquel bebe era suyo y no debía dejarlo marchar. Y el vacío creció y se hizo insoportable cuando el llanto se alejó detrás de una puerta hasta perderse en el eco de algún pasillo. Entre tanto su cuerpo expulsaba la placenta en varios trozos. Cuando el médico comprobó que había salido entera, dio unos puntos al corte que el mismo realizó antes del parto para evitar desgarros y dejó a la comadrona para terminar de asear a la madre.
De repente Karina salió de una extraña nube de locos pensamientos y se vio en aquel catre, de aquella habitación, sola. Y entonces tomó conciencia de todo lo ocurrido unos minutos antes, unos días antes, unos meses antes... una vida antes. Vio la cara de Jam, su pecoso amigo de siempre, dándole el primer beso, el primer abrazo, las primeras caricias.
Jam fue una gota de felicidad en un mundo que se hundía. Una sonrisa cuando su propia madre, aún tan joven, empezaba a no reconocerla. Hasta que un día, al volver del instituto, mamá era sólo una mirada sólida entre los brazos de un padre de ojos líquidos. El cálido abrazo de Jam en el banco del parque era la compensación por la ternura perdida. Era muy duro alimentar a una madre muerta en vida y convivir con una cuidadora, tan profesional como fría, las horas en que su padre aun trabajaba. Tanto que necesitaba más y más compensaciones para su juventud agonizante. Así, con Jam, pasaron de la mano al beso, del beso al abrazo y de este a quedarse solos en un cuarto.
Pero ambos conocían los peligros de los juegos apasionados y Karina tampoco quería perder la virginidad tan joven. Sin embargo, los juegos eran calientes y sus cuerpos alcanzaban a tocarse libres y desnudos, pero sin llegar a la penetración.
Juventud, fuerza, vigor... incluso amor. Así los juegos se hicieron peligrosos y descuidados. Un día, él se fue en las puertas del cielo. Más allá del dosel placentero, pero aún sin romper el vitelo de inocencia. Y sucedió. Durante varias semanas Karina ocultó su sequía con un comportamiento esquivo muy sospechoso y capaz de alimentar las peores dudas. Al final habló con su padre. Este intuyó una tragedia aún peor de la que se cernía y llevó a Karina a un ginecólogo amigo suyo. El diagnóstico alivió al padre sin alegrarlo, pero a Karina se le derrumbó un poco más aquella ruina de techo que tenía su mundo. Techo que terminó de caer cuando Jam, dadas sus excusas de las últimas semanas, creyó que el evento era fruto de otra presencia masculina. Y Karina se vio, por primera vez, completamente sola.
Karina siempre había soñado con el momento en que perdería su virginidad. Las ideas de adolescencia. Los sueños románticos que nunca se cumplen. Pero lo que nunca hubiera imaginado es que sería desvirgada por un aparato de ultrasonidos, en su primera revisión. Al principio el médico se asustó bastante pensando que la sangre era de un daño causado en el interior de la paciente. Así que se rió alegremente al descubrir la razón de aquello... Y Karina perdió la virginidad en un chiste.
Pero había más. Entre el dejarlo estar, el llamar a Jam y el ir de aquí para allá, había perdido la oportunidad de abortar. Cuando quiso planteárselo ya superaba las dieciséis semanas y aún tenía dudas sin resolver.
Con la angustia de casa y un padre que no sabía apoyarle, con Jam escondido detrás de una falsa ofensa y con un niño en su vientre, tomó la primera opción que le pasó por la cabeza. Llenó una pequeña maleta y se presentó en el convento de María Auxiliadora.
– Nosotras no podemos solucionar tu problema –le dijo la madre superiora– pero conozco un lugar donde, tal vez, si puedan ayudarte. Siempre que quieras dar el niño en adopción.
Fue así como llegó al internado para jóvenes con problemas de las hermanitas de la caridad. Allí prestaban un aceptable servicio médico para que, jóvenes adolescentes, dejaran sus problemas en adopción a padres católicos que no podían tener hijos.
Cuando Karina revisaba en su mente todo esto, se daba cuenta de que no había llegado a tomar ninguna decisión por si misma. Todo había ocurrido de una forma tan inercial que no había podido pararse a pensar y decidir qué hacer tomando en cuenta todas las opciones. Incluso cuando tomo la decisión de huir de casa, lo hizo impelida por una oleada de emociones que era incapaz de superar. Pero, sobre todo, cuando pensaba que ya nunca más vería a ese trozo de ella misma que se habían llevado y que nunca recuperaría, deseaba morir. Ojala hubiese abortado cuando aún tenía tiempo y haberse evitado vivir aquellos instantes de desconsuelo.
El tiempo pasaba. Dormía, comía... pero no había vuelto a decir palabra. Incluso había mantenido su silencio cuando, aquella mañana, el doctor le comunicó que podría marcharse después de comer.
Entonces ocurrió lo más inesperado de todo. La madre superiora, Sor Cristina, conocida por las jovenes como sor gallarda, vino a verla. Le dijo muchas de sus tonterías sobre Dios y los hombres, que Karina ni se molestó en escuchar, pero sus oídos despertaron cuando Sor Cristina dijo algo muy diferente:
– ¿Querrías recuperar a tu bebe?
Sí, Karina recuperó a su bebe y su felicidad fue inmensa. Cuando Amelia (así le llamó porque era el nombre de su madre) estuvo en sus brazos, se sintió de nuevo completa. En los casi dos días desde su nacimiento había perdido mucho peso, así que le aconsejaron que intentara darle el pecho e increíblemente se enganchó a la primera. Al parecer los supuestos padres adoptivos la habían repudiado por una enorme mancha de nacimiento que le cubría media cara.
Sor Cristina, que era una perturbada mental, le había dicho que si no se la quedaba tendría que ir a un orfanato, porque era tan fea que nadie la adoptaría. A Karina no le importaba, se marcharía de allí con su hija. También le dijo, cuando finalmente le comunicó que sí se quedaba con el bebe, que no tuviese miedo de que acabara mal por la desestructuración de su familia, que, por lo menos Amelia no sería puta. Quién querría una puta así.
Por un momento pensó en la madre de sor Cristina y lo arrepentida que debía estar por no haberla abortado a tiempo, pero tampoco importaba porque ya se alejaba de aquel oscuro lugar con su niña entre los brazos.
No sabía como sería su regreso al hogar familiar y se sorprendió cuando su padre, con lágrimas en los ojos, la abrazó.
– ¿Donde estabas mi niña?
Incluso Amelia era el bebe más bello del mundo a sus ojos. Los ojos de su madre miraron a la niña y parecieron, por unos instantes, querer volver a la vida y su boca esbozó una tenue sonrisa sin fondo.
Las sorpresas no habían terminado porque unos minutos después llegó Jam. Lo había llamado su padre. Al parecer cuando el aparato del ginecólogo rompió el himen de Karina, este habló con el padre y, a la huida de ella, este lo hizo con Jam que comprendió su enorme error. Todos estaban decididos a hacer un esfuerzo para ver crecer a aquel pequeño trozo de esperanza.
Y unas semanas después, sucedió algo maravilloso, la marca de nacimiento desapareció de la cara de Amelia.
¿Una hora? ¿Verdaderamente había pasado una hora?
Lo cierto era que desde que salió del paritorio, con su enorme reloj de agujas al fondo, ya no había podido tener ninguna referencia temporal válida. Podía haber contado sus gemidos, pero eran demasiado amargos. Podía haber contado sus pulsaciones, pero eran demasiado irregulares. Podía...
No podía volver aún a su casa. Pero, ¿para qué querría volver? Su padre seguiría mirándola con desprecio y su madre seguiría tan muerta como siempre detrás de su máscara de Alzheimer ¡Si al menos la hubiesen dejado morir con dignidad, como ella pidió, antes de desaparecer detrás de su nube de olvido e inexistencia!
No aguantaba más aquella angustia. Intentó, con cierta torpeza, levantarse del camastro. Los puntos le tiraban y dolía horrores, pero no podía estarse quieta. Se acercó a la ventana sólo para comprobar que unos sólidos barrotes le impedirían ir más allá de la idea de volar como las aves. Al otro lado un paisaje vacuo, muy diferente de su alma que estaba llena de remordimientos.
Intentaba subirse a la excesivamente elevada cama, cuando entró una de las monjitas con una taza de algo parecido a caldo.
– ¡Muchacha, se te abrirán los puntos! –Dijo sor Emilia cariñosamente mientras se apresuraba a ayudarle– ¡Ve con cuidado!
Sor cejijunta, como le llamaban en el internado, era la única alma caritativa entre las vigilantes. Su voz no era agradable, tampoco su aspecto, pero sus palabras siempre eran de consuelo. Tal vez, sin ella, muchas de chicas hubieran desaparecido antes de dar a luz. Fue suficiente ayuda para subir al catre sólo porque Karina era tan menuda como ella. Después le acercó el caldo que había dejado en la mesilla.
– Tienes que reponer fuerzas. Ya sé que ahora no tienes hambre, pero el futuro aún te espera –mientras le decía esto le limpiaba las lágrimas con su manga y le ofrecía una de sus melladas, pero cálidas sonrisas–.
Karina, en su dolor silencioso, le contestó con una mirada de agradecimiento. Pero ambas sabían que sus pensamientos estaban en otro sitio, en otra persona. Sus pensamientos eran una niña de dos kilos seiscientos gramos y que ahora mismo estarían recogiendo sus nuevos padres.
– ¿Cuándo podré marcharme? –Logró articular Karina–.
– No tengas prisas. Tu cuerpo tiene que recuperarse y tu alma reconciliarse. El médico te dirá cuando, pero, si quieres saber mi opinión, aún deberías quedarte unos pocos días más. Yo podría arreglarlo. Y después todo sería más fácil para ti.
Por supuesto, Karina no podía ser tan optimista. Antes de acudir al centro católico para jóvenes con problemas ya tenía sus dudas. Cuando comprobó que la docena de jóvenes que había sólo tenían un problema y era el mismo que ella, una especie de sexto sentido le dijo que aquel no era el camino correcto. Pero cuando entre poderosos pulsos de dolor, su cuerpo se vació y le llegó aquel llanto, fue como un martillazo en lo más profundo de su cerebro. Millones de voces se abrían paso entre sus neuronas para gritarle que aquel bebe era suyo y no debía dejarlo marchar. Y el vacío creció y se hizo insoportable cuando el llanto se alejó detrás de una puerta hasta perderse en el eco de algún pasillo. Entre tanto su cuerpo expulsaba la placenta en varios trozos. Cuando el médico comprobó que había salido entera, dio unos puntos al corte que el mismo realizó antes del parto para evitar desgarros y dejó a la comadrona para terminar de asear a la madre.
De repente Karina salió de una extraña nube de locos pensamientos y se vio en aquel catre, de aquella habitación, sola. Y entonces tomó conciencia de todo lo ocurrido unos minutos antes, unos días antes, unos meses antes... una vida antes. Vio la cara de Jam, su pecoso amigo de siempre, dándole el primer beso, el primer abrazo, las primeras caricias.
Jam fue una gota de felicidad en un mundo que se hundía. Una sonrisa cuando su propia madre, aún tan joven, empezaba a no reconocerla. Hasta que un día, al volver del instituto, mamá era sólo una mirada sólida entre los brazos de un padre de ojos líquidos. El cálido abrazo de Jam en el banco del parque era la compensación por la ternura perdida. Era muy duro alimentar a una madre muerta en vida y convivir con una cuidadora, tan profesional como fría, las horas en que su padre aun trabajaba. Tanto que necesitaba más y más compensaciones para su juventud agonizante. Así, con Jam, pasaron de la mano al beso, del beso al abrazo y de este a quedarse solos en un cuarto.
Pero ambos conocían los peligros de los juegos apasionados y Karina tampoco quería perder la virginidad tan joven. Sin embargo, los juegos eran calientes y sus cuerpos alcanzaban a tocarse libres y desnudos, pero sin llegar a la penetración.
Juventud, fuerza, vigor... incluso amor. Así los juegos se hicieron peligrosos y descuidados. Un día, él se fue en las puertas del cielo. Más allá del dosel placentero, pero aún sin romper el vitelo de inocencia. Y sucedió. Durante varias semanas Karina ocultó su sequía con un comportamiento esquivo muy sospechoso y capaz de alimentar las peores dudas. Al final habló con su padre. Este intuyó una tragedia aún peor de la que se cernía y llevó a Karina a un ginecólogo amigo suyo. El diagnóstico alivió al padre sin alegrarlo, pero a Karina se le derrumbó un poco más aquella ruina de techo que tenía su mundo. Techo que terminó de caer cuando Jam, dadas sus excusas de las últimas semanas, creyó que el evento era fruto de otra presencia masculina. Y Karina se vio, por primera vez, completamente sola.
Karina siempre había soñado con el momento en que perdería su virginidad. Las ideas de adolescencia. Los sueños románticos que nunca se cumplen. Pero lo que nunca hubiera imaginado es que sería desvirgada por un aparato de ultrasonidos, en su primera revisión. Al principio el médico se asustó bastante pensando que la sangre era de un daño causado en el interior de la paciente. Así que se rió alegremente al descubrir la razón de aquello... Y Karina perdió la virginidad en un chiste.
Pero había más. Entre el dejarlo estar, el llamar a Jam y el ir de aquí para allá, había perdido la oportunidad de abortar. Cuando quiso planteárselo ya superaba las dieciséis semanas y aún tenía dudas sin resolver.
Con la angustia de casa y un padre que no sabía apoyarle, con Jam escondido detrás de una falsa ofensa y con un niño en su vientre, tomó la primera opción que le pasó por la cabeza. Llenó una pequeña maleta y se presentó en el convento de María Auxiliadora.
– Nosotras no podemos solucionar tu problema –le dijo la madre superiora– pero conozco un lugar donde, tal vez, si puedan ayudarte. Siempre que quieras dar el niño en adopción.
Fue así como llegó al internado para jóvenes con problemas de las hermanitas de la caridad. Allí prestaban un aceptable servicio médico para que, jóvenes adolescentes, dejaran sus problemas en adopción a padres católicos que no podían tener hijos.
Cuando Karina revisaba en su mente todo esto, se daba cuenta de que no había llegado a tomar ninguna decisión por si misma. Todo había ocurrido de una forma tan inercial que no había podido pararse a pensar y decidir qué hacer tomando en cuenta todas las opciones. Incluso cuando tomo la decisión de huir de casa, lo hizo impelida por una oleada de emociones que era incapaz de superar. Pero, sobre todo, cuando pensaba que ya nunca más vería a ese trozo de ella misma que se habían llevado y que nunca recuperaría, deseaba morir. Ojala hubiese abortado cuando aún tenía tiempo y haberse evitado vivir aquellos instantes de desconsuelo.
El tiempo pasaba. Dormía, comía... pero no había vuelto a decir palabra. Incluso había mantenido su silencio cuando, aquella mañana, el doctor le comunicó que podría marcharse después de comer.
Entonces ocurrió lo más inesperado de todo. La madre superiora, Sor Cristina, conocida por las jovenes como sor gallarda, vino a verla. Le dijo muchas de sus tonterías sobre Dios y los hombres, que Karina ni se molestó en escuchar, pero sus oídos despertaron cuando Sor Cristina dijo algo muy diferente:
– ¿Querrías recuperar a tu bebe?
Sí, Karina recuperó a su bebe y su felicidad fue inmensa. Cuando Amelia (así le llamó porque era el nombre de su madre) estuvo en sus brazos, se sintió de nuevo completa. En los casi dos días desde su nacimiento había perdido mucho peso, así que le aconsejaron que intentara darle el pecho e increíblemente se enganchó a la primera. Al parecer los supuestos padres adoptivos la habían repudiado por una enorme mancha de nacimiento que le cubría media cara.
Sor Cristina, que era una perturbada mental, le había dicho que si no se la quedaba tendría que ir a un orfanato, porque era tan fea que nadie la adoptaría. A Karina no le importaba, se marcharía de allí con su hija. También le dijo, cuando finalmente le comunicó que sí se quedaba con el bebe, que no tuviese miedo de que acabara mal por la desestructuración de su familia, que, por lo menos Amelia no sería puta. Quién querría una puta así.
Por un momento pensó en la madre de sor Cristina y lo arrepentida que debía estar por no haberla abortado a tiempo, pero tampoco importaba porque ya se alejaba de aquel oscuro lugar con su niña entre los brazos.
No sabía como sería su regreso al hogar familiar y se sorprendió cuando su padre, con lágrimas en los ojos, la abrazó.
– ¿Donde estabas mi niña?
Incluso Amelia era el bebe más bello del mundo a sus ojos. Los ojos de su madre miraron a la niña y parecieron, por unos instantes, querer volver a la vida y su boca esbozó una tenue sonrisa sin fondo.
Las sorpresas no habían terminado porque unos minutos después llegó Jam. Lo había llamado su padre. Al parecer cuando el aparato del ginecólogo rompió el himen de Karina, este habló con el padre y, a la huida de ella, este lo hizo con Jam que comprendió su enorme error. Todos estaban decididos a hacer un esfuerzo para ver crecer a aquel pequeño trozo de esperanza.
Y unas semanas después, sucedió algo maravilloso, la marca de nacimiento desapareció de la cara de Amelia.
domingo, 1 de febrero de 2015
Carta publicitaria de un asesino.
Imagen extraída de www.gameskinny.com
Se
imaginan que una carta o anuncio como este fuese publicado en la prensa hoy día…
¿Me pregunto cuántas ofertas recibiría?
Por
desgracia nuestra moral nos impide acceder a esta fácil solución para el futuro
de nuestros hijos.
En el
mundo real no existen ni el Equipo-A, ni la Sombra, para venir a salvarnos.
Solo nos queda esperar que el tiempo se apiade de nosotros.
Estimados
señores:
Antes
que nada quiero dejar claros algunos conceptos. Un asesino puede ser alguien
honrado, pero que, como el resto de personas, también tiene que comer. Y, qué
narices, tiene mucho más gastos que la mayoría de oficios. Al menos ese es mi
caso y que no debe confundirse con el de algunos de esos chapuceros que
trabajan para las mafias y deshonran nuestro oficio milenario.
Un
asesino profesional que se precie no puede tener ningún incentivo más allá del
económico. Pero si de verdad quiere sobrevivir en esto sin que su trabajo se
cuele en otras facetas de la vida, debe conocer alguna maldad de su objetivo
que le permita deshumanizarlo lo suficiente como para olvidarse de él una vez
finiquitado. Así pues, el aspecto emocional no es nunca despreciable y debe
aprenderse a superar.
Muchos
asesinos dejan una firma en cada trabajo. Esos no son más que unos aficionados
que disfrutan con el acto de matar. Son lo peor de esta profesión y siempre que
me cruzo con alguno de ellos hago lo posible para que sea descubierto. Solo un
asesino que detesta su trabajo es garantía de que no morirán inocentes ni
sufrirán innecesariamente las víctimas.
Después
de todo, la profesión de asesino puede ser tan honesta y honrada como cualquier
otra. Solo es cuestión de planteárselo así y trabajar concienzudamente sin
permitir que ninguna perversión altere la profesionalidad y humanidad necesaria
para este trabajo.
Es
cierto que aquellos que solicitan nuestros servicios nunca pueden ser buenas
personas. Ordenar la muerte de un ser vivo jamás puede ser un acto de bondad,
como tampoco lo es ejecutar una hipoteca, ordenar un despido, gobernar contra
el pueblo, blanquear dinero, reprimir mediante la religión... Pero el asesinato
es una necesidad humana y como tal, buena o mala, necesita de buenos
profesionales para llevarlas a cabo en las mejores condiciones y dentro de unos
preceptos éticos y morales adecuados. De este modo, igual que no concebimos un
mundo sin jueces, ejecutivos, políticos, banqueros, curas... los asesinos somos
igualmente necesarios ¿De qué otro modo podría equilibrarse la balanza de la
sociedad y el poder?
Nunca
antes había intervenido en una conversación donde se hablara abiertamente de mi
profesión ya que mi punto de vista podría haber alertado sobre mi condición,
pero el presente anonimato me permite ofreceros, aquí y ahora, el punto de
vista que os faltaba por conocer.
Sobre
la moral del buen asesino quiero insistir ahora. Personalmente nunca aceptaré
un trabajo donde se me pida provocar un padecimiento mayor a la víctima. Soy un
asesino, no un torturador. No cuestionaré el trabajo de los profesionales de la
tortura, pero estoy convencido que permanecer tanto tiempo junto a personas que
sufren por su causa, tiene que afectarles, a la larga, en su humanidad. Si
además de torturar, al final acaban con la vida de la víctima, es un acto tan
terrible que no me atrevo ni a imaginarlo.
No.
Yo solo mato limpiamente y para ello uso cualquier cosa que me facilite el
trabajo a mí y tanto como el tránsito al otro mundo para víctima. Por eso me
cuesta tanto entender a otros oficios. Como es posible que un gobierno que se
enfrenta una grave crisis económica y se ve forzado a llevar a cabo unos
enormes recortes contra su pueblo, pueda al mismo tiempo imponer nuevas leyes
sentenciosas que repriman más a su pueblo mediante la ideología. Ese mismo
gobierno, que sacrifica a la extrema precariedad a sus ciudadanos más
desfavorecidos, puede permitirse, a un tiempo, apoyar, con el dinero arrebatado
a quien más lo necesita, a grupos religiosos, banqueros y hasta a especuladores
financieros y señores del vicio y el juego. Digamos que ese gobierno, desde el
punto de cualquier profesional, es un impresentable, y sus miembros incapaces
de poseer el mínimo de humanidad para considerárseles personas.
Dicho
todo esto, pueden ver que ya estoy preparado para llevar a término mi objetivo.
Hagan sus ofertas en el lugar indicado y, en caso de aceptar, un pago previo y
otro tras cumplir con lo pactado.
Y
tengan por seguro que solo un profesional puede solucionar lo suyo.
Atentamente:
La Sombra.
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