jueves, 30 de septiembre de 2021

Nació... Nación

 

Llevo muchos años detrás de una buena definición de los términos “nación”, “país”, estado”, “patria”, “nacionalidad”, “nacionalismo”, “patriotismo”, “pueblo” (no como localidad sino como conjunto de personas)… Y términos relativamente derivados en forma despectiva, como “patrioterismo”, “nazi”, “nazionalismo”, “pueblerino”, “plebeyo”, “cortesano”, “separatista”, “unionista”, “constitucionalista”…

Uno, de entrada, pensaría que entiende lo que significan esos términos, al menos los primeros; pero en cuanto comparas con personas de diferentes ideologías, filosofías o intereses, te das cuenta de que tampoco es tan obvio. Y ya no hablemos de las definiciones que dan los diccionarios y que, lamentablemente nos llevan a tener más dudas. Para evitar dar más fuerza a las dudas que a las certezas, vamos a quedarnos con los cuatro términos que son la base de todas las discrepancias: nación, país, estado y patria.

Han pasado por mis manos y mis ojos muchos libros de política, psicología, sociología, filosofía, idiomas y todo tipo de ensayos de lo más variopinto, pero relacionados con el significado de estas palabras para agrandar aún más la brecha de lo que ya intuía: mi ignorancia, pero también la de los demás. Especialmente la de aquellos que afirmaban tenerlo más claro. Al final lo único que he podido sacar en claro es en qué afecta cada término. Mientras el país es un término claramente geográfico y el de estado es político, los términos patria y nación, siempre llenos de una emotividad, lo que ahonda más en la confusión; pero, por lo visto, el término “patria” hace más referencia a las fidelidades de los individuos, mientras nación lo hace a su relación de conjunto ¿Cómo son esas fidelidades y esas relaciones de conjunto? Ni idea.

El problema de la tremenda ambigüedad de esos términos, no obstante, los convierte en una parcial arma arrojadiza en que los teóricos de una composición de países y estados, y otra, utilizan para mantener sus batallas dialécticas con las que solo pueden convencer a aquellos que ya pensaban de la misma manera… Es decir, a nadie.

Como catalán no puedo entender que alguien pueda decir que Catalunya no es una nación porque lo veo en cada calle, en cada pueblo, en cada ciudad e, incluso, en el paisaje. Sin embargo, he leído libros enteros que creen demostrar todo lo contrario. El propio Ortega y Gasset (de engañoso apellido) creía a pie juntillas este punto según se desprende de lo dicho en “España invertebrada”, claro que también defiende al estado español como una nación, algo que para mí es totalmente inasumible, pero lo más triste es que acepta, sin ver la contradicción en ello, la continuidad de la nación castellana en esa España. He visto como muchos de sus seguidores, e incluso críticos, soslayan esta contradicción y asumen esta equivalencia sin darse cuenta de que se les escapa media España en su definición.

Cuando alguien afirma la elegante solución de que el estado español es un crisol de naciones, podría estar de acuerdo, de hecho lo estuve durante un tiempo, pero ver como cuaja el enfado de personajes como José María Aznar, tan contrariado por esta afirmación, que es la única que en la mitad del Estado podría permitir aceptar la idea de España, cierra la puerta a la existencia de ese mismo estado. Mientras España no se vertebre concediendo el valor que merecen cada uno de sus pueblos, será un estado fallido que se arrastrara en el foro de los países avergonzando sin remisión a muchos de sus habitantes. Y ver como el PP y sus adláteres de derecha y ultraderecha han introducido cizaña entre la ciudadanía “castellanista” arengándolos contra los otros pueblos, especialmente vascos y catalanes, solo lleva a plantearse qué clase de absurda pretensión de unidad es la suya. Y cuidado, porque esta misma contradicción la hemos visto en muchos miembros del PSOE y, hasta un miembro histórico del PCE, como era Francisco Frutos, se dejó fotografiar con la ultraderecha  en una manifestación organizada por Sociedad Civil Catalana y en contra de la voluntad de autodeterminación del pueblo catalán.

Personas que no entienden que si no dejas que alguien pueda ser el mismo no tienes derecho a retenerlo, van mucho más allá del término nación, pero, sin duda, una vez manifestado el deseo de marchar, que ya es mayoritario en Catalunya, España, éticamente hablando, solo puede convencer a los catalanes en positivo o renunciar a esa parte del país para conformar un nuevo estado, dando a sus patriotas dentro de ese territorio la alternativa de trasladarse a la parte no escindida o adaptarse al nuevo estado tal y como los catalanes llevan haciéndolo con España desde siempre.

martes, 21 de septiembre de 2021

La corrupción de los mercados como mecanismo del capitalismo neoliberal

 

La corrupción de los mercados como mecanismo del capitalismo neoliberal.

Por Vicente Salinas

Artículo publicado el 25/7/2011 en el blog Economía Racional

 

El sistema capitalista, para funcionar, necesita el estímulo de la riqueza aprovechando la avaricia y el egoísmo como motores primarios. El liberalismo afirma que, dejando que los mercados se regulen a sí mismos, estos motores pueden beneficiar a toda la sociedad sin excepción. Por supuesto no cuentan con que los mercados estén corruptos y no habla jamás de los peligros de ver la sociedad como un mero fenómeno estadístico. Sin embargo, dejando de lado el liberalismo con sus teorías del mercado, y centrándonos en el capitalismo puro y duro, vemos como la acumulación de demasiada riqueza en muy pocas manos puede llevar a graves problemas sociales.

Si entendemos la riqueza como una forma de energía que mantiene viva la economía, debemos entender que su flujo debe mantenerse activo.

Un flujo débil hace que las bolsas de pobreza no puedan ser alcanzadas por las soluciones que puede ofrecerles el sistema económico. Por otra parte los flujos económicos también tienen un límite superior que, de traspasarse durante demasiado tiempo, se socaban los principios generadores de la riqueza y sobreviene una crisis.

Con todo esto hay que tener en cuenta que cuando hablamos de riqueza no lo estamos haciendo de dinero. Riqueza también lo son los productos elaborados, las materias primas o la mano de obra activa… es decir, todas aquellas cosas que tradicionalmente cambiamos por dinero, pero cuyo valor al cambio puede variar. Como la riqueza siempre es la misma e inmutable, lo que cambia de valor es el dinero, por eso se ha convertido en la medida de la economía (no sé si esto es tan obvio).

Cuando hablamos de riquezas activas podríamos compararlas a la energía cinética de la mecánica física. Por otra parte los medios retenidos serían algo así como la energía potencial. La gran diferencia con la física es que aquí el valor de esa riqueza depende del camino que toman esas “energías” para pasar de cinéticas a potenciales (el comercio). El gran problema, como ya hemos apuntado, es que su valor se calcula mediante las diferentes monedas y el lugar (del tiempo y el espacio) donde se encuentran en cada momento. Así tenemos que ver como muchas entidades reservan estos recursos en la creencia de que son el verdadero significado de la riqueza. Aunque también hay los que tratan con las riquezas básicas de forma insolidaria con el fin de manipular los mercados.

Como consecuencia de lo anterior vemos que la economía puede orientar sus flujos en determinadas direcciones. Si de los puntos de llegada o de salida no existen otros flujos en sentido contrario que los compensen adecuadamente, se producen bolsas de riqueza y pobreza (superávit y déficit para algunos), generando unos gradientes de riqueza insuperables que terminan bloqueando la economía. Ese es uno de los grandes dramas del capitalismo y que tenemos que revivir en su cara menos amable cada vez que sobreviene una crisis. Entonces, en lugar de solucionar esta con medidas que igualen todo el sistema, las bases del capitalismo trabajan en lo que podemos llamar un “sistema de depresión”. En la actualidad estamos viendo como se devalúa la mano de obra y, en cambio, los ejecutivos de las grandes empresas se suben los emolumentos absorbiendo todos los recursos que deberían utilizarse para potenciar la economía.

Las grandes empresas de nuestro país, las energéticas, los bancos, pero, sobre todo, los antiguos monopolios son el perfecto ejemplo de este comportamiento. Vemos como, a pesar de tener recursos suficientes para provocar una reactivación laboral más allá de sus cuentas, prefieren deshacerse de empleo estable y trasladarlo a focos de empleo precario, todo y que, económicamente hablando, no supone una ventaja real para las empresas en sí. Sin embargo, en ese proceso, gran cantidad de riqueza se convierte en dinero y se desplaza hacia manos no productivas que terminarán por colapsar el flujo.

En el caso de la mayoría de empresas bancarias, a su vez,  no dejan de ejecutar hipotecas que incrementan las bolsas de pobreza.

Por tanto, para devolver la economía a un funcionamiento razonable deben tomarse medidas que vayan en contra de las bases del capitalismo, sólo así se pueden evitar los llamados periodos de depresión y que, una vez resueltos, vuelven a forzar flujos económicos mayores de lo que la economía real puede sustentar y que, como consecuencia, generará una nueva crisis.

La economía sana es la que mantiene flujos moderados y estables que, en conjunto, se compensan. Sin embargo en capitalismo neoliberal potencia la voluntad de forzar flujos “sobrepotenciados” en direcciones concretas y facilitando situaciones de crisis. Esas crisis son necesarias para el neoliberalismo ya que permiten desregularizar las barreras de protección de aquellos que no quieren  o no pueden formar parte de la elite explotadora y crean nuevos caminos para el flujo, lo que implica nuevos caminos para el enriquecimiento (a la par que se generan nuevas bolsas de pobreza). Tenemos que ser conscientes de que en general la riqueza ni se crea ni se destruye, solo cambia de manos. Y, por tanto, lo que alguien inútil para el sistema gane de más (beneficios financieros), será lo que deje de ganar aquel que realmente produce. No es que el Mundo no pueda ser justo, es que el Mundo es imbécil.

Así visto queda claro que el sistema capitalista se basa en el intercambio de periodos de bonanza (durante los periodos de bonanza los receptores de riqueza dejan escapar pequeños flujos que alimentan el entorno dando una falsa imagen de compensación) y de crisis (cuando los flujos deberían invertirse, pero solo se reducen y se cierran los pocos flujos compensatorios que pudieran existir, haciendo que las bolsas de pobreza se conviertan en pozos de potencial insuperables). Durante las crisis se producen reajustes estructurales para intentar reactivar los flujos e intentar  compensar pasados errores. Durante las crisis deberían eliminarse a aquellos elementos que se enriquecieron si aportar nada al sistema, pero desgraciadamente son ellos los que impondrán las reglas del cambio generando las depresiones. Entendiendo como depresiones procesos innecesarios, pero ligados al capitalismo neoliberal, donde los elementos improductivos de la parte superior de la pirámide siguen queriendo retener los nuevos flujos que se van creando. Muchas veces podríamos identificar esas rémoras económicas con personas con nombres y apellidos. Son individuos que no quieren adaptarse a las nuevas reglas de la economía y “roban” (aunque ninguna ley lo diga así) los recursos necesarios para cambiar la orientación del funcionamiento del nuevo capitalismo resultante. Lo lamentable es que, a menudo, cuentan con el poder para evitar la correcta regularización económica. Entre estas personas contaríamos a los directivos de las grandes empresas como los de la banca en general, muchos de los cuales son meros antiguos cargos políticos a los que se les ha pagado su buena predisposición hacia las empresas durante el ejercicio de sus cargos públicos con un cargo directivo en la empresa. La depresión no beneficia, pues, más que a los individuos improductivos que aún medran indebidamente en la cima del sistema, retrasando la llegada del necesario periodo de bonanza económica.

jueves, 9 de septiembre de 2021

¿Qué AENA va a gastar dinero en Catalunya? Eso no te lo crees ni tú...

 


Corrían los primeros días del verano y en una conversación entre amigos y familiares, todos de muy diferentes tendencias políticas, salió el “temita” de la ampliación de “El Prat” (no hay nadie, con dos dedos de frente, que se atreva a llamar “Josep Tarradellas” al aeropuerto de Barcelona). De hecho el tema lo sacó alguien que era de “Els Comuns” y se mostraba, por una parte muy indignado con el hecho de que se pudiera destrozar alegremente un espacio ecológicamente protegido, pero, a un tiempo, se mostraba esperanzado con que, estado Podemos en el gobierno, la propuesta mejoraría para hacerse viable para todos. Que días después Sánchez nombrara como ministra del sector a una alcaldesa de la zona, sin duda, reforzó su opinión hasta el punto de que casi llego a creérmelo.

Como en aquella conversación hubo personas de muchos colores dentro del espectro político catalán, no faltó alguien muy español y mucho español, cuya actual voluntad de voto desconozco, aunque juraría que la cosa debe ir muy en la línea de ese PSC descafeinado que se parece más al de los barones añejos y derechosos, que a aquel PSC que un día defendió a los catalanes. Este personaje (perdonen que lo diga así, porque además de ser injusto, no duda en tirarse piedras a su propio tejado) decía no entender por qué debía ampliarse un aeropuerto catalán cuando ya teníamos un gran aeropuerto en Madrid. Precisamente él que en plena pandemia se ha largado una semanita a Canarias haciendo uso de tan innecesario aeropuerto. Supongo que se puede entender qué me lleva a desestimar lo que acostumbran a decir esos catalanes tan españoles. Imagino que un poquito más de cultura y sentido común (que es el menos común de los sentidos) los desespañolizaría bastante.

También escuché la voz de un convencido socialista de toda la vida, de esos que les cuesta tanto asumir que el PSC lleva algo más de un lustro dándole la espalda a todos los catalanes. Este mostraba euforia ante la inversión de AENA y afirmaba que, sin paliativos, el propio Sánchez obligaría a la empresa aeroportuaria a adecuar su proyecto con las necesidades ecológicas. Tengo muchas ganas de saber cómo justifica la evolución de los hechos, desgraciadamente no he hablado con él desde entonces.

También había un par de afines a las post-convergencias, aunque sus opiniones diferían ligeramente, ambos coincidían en que no se fiaban de lo que pudiera ofrecer el Gobierno español. De todas formas, para uno lo importante era aceptar lo que se ofrecía como fuera porque era eso o nada. Sin duda tenía razón en parte. Por su parte el otro pedía el rechazo de entrada porque todo lo que no fuese desposeer a AENA del injustificable monopolio aeroportuario, era una tontería. Y, obviamente, también tenía parte de razón.

Había más personas y alguien próximo a las ideas de ERC confiaba en el diálogo con el Gobierno español para adaptar la propuesta, casi como lo que había dicho el del PSC, pero con una menor confianza en lo que se pudiera lograr.

Finalmente las dos personas de la CUP coincidían exactamente en que, no solo no debía ampliarse el aeropuerto, sino que había que limitar el tráfico aéreo y redistribuir parte de este entre los demás aeropuertos de Catalunya.

Los que estaban allí deberían recordar mi afirmación de que, en realidad, no existía ninguna oferta de ampliación de “El Prat”. Que recordaran que ya se habían incumplido demasiadas veces los proyectos de inversión del monopolio aeroportuario y que lo único que pretendían con aquella oferta imposible, era desviar dinero hacia el aeropuerto de Barajas justificándolo, como siempre, en la falta de voluntad de los agentes que deberían tomar la decisión respecto al aeropuerto catalán. Recordemos también que en la bolsa de Madrid la catalanofobia cotiza al alza.

Lo más curioso de toda esta indignidad del gobierno central y de AENA, es que alguien explicó muy claramente que, en lugar de ampliar la tercera pista, se podía hacer una cuarta pista transversal que saliera al mar con un bajísimo impacto sobre el delta de El Llobregat, sabiéndose que el único afectado sería el litoral marítimo que resulta ser de muy bajo interés ecológico. El problema de esta opción es que es notablemente más cara que el infumable proyecto presentado por AENA, aunque de un precio ridículo comparado con todo lo que AENA ha incumplido en Catalunya o lo que ha llegado a invertir en Madrid en los últimos años.

En definitiva, que si AENA no invierte en Catalunya es porque jamás tuvo intención de hacerlo, pero que el Gobierno de Sánchez tenga los santos cojones de culpar a las complicaciones de las negociaciones cruzadas del gobierno catalán por ello, es realmente indignante y pone en duda la buena fe de los socialistas y, al no plantarse por estas palabras, también la buena fe de sus socios de Podemos y “Els Comuns”.

Sea como sea, lo que queda claro es que no es asumible que siga existiendo el anacrónico monopolio de AENA que, para más inri supone una notable excepción en lo que supone el gobierno de la mayoría de aeropuertos europeos. A estas alturas lo único decente que el gobierno de Sánchez podría hacer es transferir las competencias aeroportuarias a las comunidades autónomas, al menos en lo que respecta a Catalunya porque el mal hacer de este monopolio nos ha perjudicado como país desde siempre. Y es que AENA siempre ha sido un lastre para “El Prat”, del que ha sacado pingües beneficios a costa de los catalanes y, lejos de invertir adecuadamente, siempre ha tirado por el lado fácil.

Otro día hablaremos de los puertos, las Cercanías, el AVE y las autopistas, porque aquí hay un mucho de publicidad y un muy poco de voluntad de dar a Catalunya las infraestructuras que merece, que le tocan y que necesita.