jueves, 22 de julio de 2010

No es democrático todo lo que reluce.


La democracia, en ningún país del mundo, está garantizada si no existe la posibilidad de alternancias en el poder y, además, esta alternancia no está cerrada. El bipartidismo, ya sea real o de facto, encierra una trampa ideológica que impide el tránsito de ideas.

En nuestro país, como fórmula para garantizar la circulación de ideas, siempre se ha pensado en las listas abiertas. Es decir, la posibilidad de votar, dentro de una candidatura, a unos individuos y no a otros. Pero, tal y como están constituidos los partidos, eso no supone ninguna garantía porque pesan más las órdenes de partido que el valor de los individuos… incluso que los grupos coherentes dentro de los mismos. El ejemplo estelar ha tenido lugar recientemente con el PSC (grupo, teóricamente coherente catalán, dentro de la estructura del PSOE) que mientras en el parlamento catalán se comprometió a llevar a Madrid unos determinados preceptos, junto a los restantes partidos democráticos catalanes, una vez allí se alineó dentro de la superestructura del PSOE y contra los mismos. El otro ejemplo indicativo podría ser el PP, pero ya no cuenta porque su comportamiento, desde poco antes de 1996, aproximadamente con la reafirmación de Aznar y su séquito en las alturas del partido, ha dejado de tener características democráticas. Es más, el PP, ya hace muchos años que se pasa la democracia por el arco de triunfo y sólo alimenta las estructuras de esta cuando le son favorables o puede utilizarlas para inculcar el odio entre la población. Esto es lo que von Hindenburg denominaría terrorismo democrático, cuando Hitler lo realizó, con algo menos de esmero, durante la república de Weimar.

Nuestra democracia, como muchas otras, está muy recortada por la llamada ley D’Hondt y otras limitaciones electorales que han terminado creando un bipartidismo de facto. Y, sinceramente, cualquier democracia donde no existan entre tres y cinco partidos con opciones a gobernar y una posibilidad de renovación para esos partidos, no puede ser denominada una verdadera democracia. La primera muestra de esa realidad será la baja participación en las elecciones, al entender la ciudadanía que sus votos no cuentan con valor suficiente para modificar las estructuras y que estas le sean favorables. Claro que eso se puede manipular obligando a votar o realizando las elecciones en días laborables y pagando horas a los trabajadores para que puedan desplazarse a las urnas. Pero eso decantaría el voto en un sentido que, tal vez, no convendría a alguno de los partidos que luchan por el poder. Tampoco creo yo que esa sea una buena solución, más bien es, otra vez, tirar la basura debajo de la alfombra.

Dos macropartidos políticos nacionales, PP y PSOE, acaparan todas las posibilidades de formar gobierno. Bajo sus estructuras sólo existen tendencias monotemáticas que explotan al acceder al poder pintando el país con unos colores que no llegan a compartir ni el 40% de los ciudadanos… y eso cuando la cámara está constituida por mayoría absoluta de uno de ambos. En los demás casos se pueden dar el lujo de jugar con grupos pequeños o localistas que, en ocasiones, tienen una fuerza real en sus áreas muy superior a la del partido en el gobierno. Permítanme que insista: eso no es democracia.

En un país en que la abstención se acerca peligrosamente al 50% y lo votos nulos y en blanco pueden superar el 2%, declarar mayoría absoluta con un 42% del resto de los votos, no parece muy democrático ¿Verdad? Precisamente el mejor ejemplo de esta fórmula es el PP que ensalza su autoridad en estas circunstancias y se permite retraerla en el caso de referéndums que no le interesan como el del Estatut catalán.

Está claro que para dar validez democrática a la idiosincrasia de nuestro país se debería regular esto e incluso dar un valor de descontento tangible a los votos en blanco. Imagínense que estos pudieran, bajo una fórmula, ser representados por escaños vacios, que contaran como abstenciones en todas las votaciones de la cámara y cuyos sueldos no serían cobrados por nadie, pudiendo pasar a algún tipo de fondo de emergencia o, incluso, simplemente ahorrárselos el Estado. Como poco eso ya daría voz a los disconformes con el actual sistema, aunque les obligaría a desplazarse a los colegios electorales para poder manifestar su discrepancia ¿Aumentaría el porcentaje de votos? Eso es algo que me gustaría mucho saber para poder seguir argumentando otro tipo de reformas democratizadoras del sistema electoral.

En las cámaras muy pocos se atreven a discrepar, la disciplina de grupo les obliga a votar bajo las ordenes de sus dirigentes, pero me atrevería a decir que estos, demasiadas veces, no están capacitados para dar estas órdenes. Por otra parte la honradez individual de diputados y senadores también está demasiado relajada con el culo acomodado en los blandos escaños. Lo escandaloso es pensar si esas decisiones de voto salen de donde deben. No hace mucho un periodista comentaba que en los lavabos del Parlamento había trazas de cocaína… Incluso, en uno de esos “talk show’s” que abundan tanto hoy día se llegó a decir que conocían a políticos que consumían, pero por amistad se negaban a dar nombres, no obstante insistían diciendo que casi ningún partido era ajeno a la “nieve”.

¿Alguien ha escuchado “Cocaine decisions” de Frank Zappa? ¿Nos gobiernan realmente los camellos? ¿Cómo es posible que los deportistas tengan que pasar duros controles de doping y nuestros políticos tengan libertad para gobernar bajo los efectos de toda clase de estupefacientes?

¿Aún queda alguien que crea que España es un país democrático? Si es así que se prepare para el siguiente capítulo que seguro le hará dudar más de este y otros sistemas también tratados como democracias.

Imagen tomada de http://www.diariocritico.com, una web de noticias de México.

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