Imagen tomada de www.galeriaspreciados.net
He respondido, en las últimas horas, a un correo reivindicativo de la generación X, con este otro de mi generación, la generación Z, de la que se ha hablado muy poco o nada… salvo, tal vez, en la serie televisiva “Cuéntame”. Pero, sinceramente, compañeros de generación, ¿os sentís representados por esa serie?
Pido disculpas a los creadores del texto original sobre la generación X por aprovechar la estructura y gran parte de su texto. También me disculpo por la deformación causada en este.
Con estas premisas, sepan los autores originales, que si así me lo piden, estoy dispuesto a publicar el texto original. No es mi intención crear disputas… generacionales.
He recibido, por dos vías, en las últimas horas, un texto reivindicando a la generación X, pero resulta que yo pertenezco a la generación Z (para que las generaciones de la A a la W lo entiendan es algo así como ser del Barça o del Madrí). Por esa razón he cambiado un poco el texto y le he dado un poquito de morbo.
Por reivindicar que no sea.
No estaría de más reenviárselo también a muchos chavales de menos de 19 años y a los de 20, 21, 22…, porque se darían cuenta de lo "afortunados" que son en cuanto a posesiones materiales y libertades... (y de lo desafortunados y lloricas que son en muchos otros aspectos, como la atención de sus padres, la carencia de valores, la falta absoluta de pasión por nada verdaderamente importante...) En fin… el mismo rollo paternalista que cada generación le suelta a la siguiente.
"El odio reside en las palabras no dichas y en los gestos no mostrados, pero tranquilo, sólo lo ejerce el que puede, no el que quiere"
El objeto de esta misiva es la de reivindicar una generación, pero no la generación X, entre los 70 y 90 (más de una generación cabe en esta horquilla) que es la que continuamente se reivindica por internet, sino la que va del 1957 al 1975. La generación “Z”, aquellos que cuando el infame Generalísimo decidió por fin pasar a mejor vida, aún no habíamos cumplido los 18 (se podrían unir hasta los nacidos en 1954 ya que la mayoría de edad, por aquel entonces, era de 21 años). La de los que trabajábamos en miserables empleos ilegales para poder pagarnos los estudios y nos alucinamos de que existan estudiantes que hoy no luchen contra el Plan Bolonia. Somos aquellos que un día se arriesgaron a embarcarse en un pisito que, con suerte, terminarán de pagar nuestros nietos.
La generación “Z”, la última del franquismo, la que no vivió la guerra, ni las hambrunas que le siguieron. Tampoco conocimos las matanzas y represalias que, tras el conflicto, construyeron una grande y libre. Los que nos hartamos a oír, cada vez que manifestábamos un deseo en voz alta: “¡Ay, si hubieses vivido la guerra! Los niños y adolescentes a quienes se les hacían bajar la voz cada vez que preguntábamos por la política de nuestro país y veíamos el terror reflejado en las caras de nuestros mayores.
Muchos ya habíamos nacido en mayo del 68, pero lo conocimos después, como conocimos en plena transición las luchas de estudiantes y obreros contra el franquismo. Sólo los más mayores, sin permiso de sus progenitores, practicaron el atletismo en la forma de carreras delante de las porras de los “grises”. La mayoría de nosotros no pudo disfrutar ese deporte hasta la llegada de los “maderos”. Nuestra memoria histórica es para el olvido. Si bien vivimos la Transición, nadie nos pidió permiso ni opinión, a pesar de que éramos conscientes del engaño que se ocultaba en los pactos de aquel momento.
¿Qué no tenemos ideales?
¿Quién puede tener ideales en un país que vota tan masivamente a los mismos que defienden a los que nos enseñaron a vivir de rodillas?
Somos la última generación que hemos aprendido a jugar en la calle a las chapas, la peonza, las canicas, churro, la comba, la goma, a crometes, el rescate, policías y ladrones o el bote bote y, a la vez, somos la primera que hemos jugado a videojuegos.
Hemos ido a parques de atracciones urbanos o visto dibujos animados en blanco y negro.
Los Reyes Magos no siempre nos traían lo que pedíamos, pero oíamos (y seguimos oyendo) que lo hemos tenido todo, a pesar de que los que vinieron después tenían mucho más.
Como añoramos las series de entonces y que hoy, cuando son repuestas, descubrimos que tenían colores. Pero vimos llegar el color y una nueva forma de hacer dibujos con la puta madre de Marco que no aparecía, con las putadas de la Señorita Rottenmayer.Y, como no, Mazinguer Z… Z como nuestra generación.
Somos una generación que hemos visto a Maradona jugar, hacer campaña contra la droga y esnifarse las rayas del campo hasta el banderín de corner, que durante un tiempo tuvimos al baloncesto como el primero de los deportes gracias a Antonio Díaz Miguel.
Hemos vestido vaqueros de campana, de pitillo, de pata de elefante. Nuestro primer chándal era azul marino con franjas blancas en la manga y nuestras primeras zapatillas de marca eran de loneta azul o blanca y se llamaban Ked’s o Victoria.
Entramos al colegio cuando el 1 de noviembre era el día de Todos los Santos y no Halloween, cuando todavía se podía repetir curso. Fuimos los últimos en hacer Bachillerato Superior y PREU y los primeros en BUP y COU. Hemos sido las cobayas en el programa educativo, somos los primeros en incorporarnos a trabajar a través de una ETT y a los que menos les cuesta tirarnos del trabajo. De hecho ahora, cuando nos echan, ya no nos quiere nadie, porque cuando pasas de los cuarenta sólo sirves para engrosar las listas del paro y ni las ETT’s te quieren.
Siempre nos recuerdan acontecimientos de antes que naciéramos, como si no hubiéramos vivido nada histórico. Nacimos entre las lágrimas de Arias Navarro y lloramos con los Alfaques. Vivimos la perestrika, vimos caer el muro de Berlín y a Boris Yelsin borracho tocarle el culo a una secretaria; los de nuestra generación nos chupamos los últimos secuestros legalizados a los que llamaban “mili”; gritamos: ¡OTAN no! ¡Bases fuera!, teniendo muy claro qué significaba y enterramos nuestros sueños de libertad con las consecuencias del 11 de septiembre.
Aprendimos a programar el video antes que nadie, nos iniciamos en la informática con el Spectrum, hicimos de Bill Gates y Steve Allen nuestros ídolos, nos reímos de los primeros móviles y seguimos luchando, cada vez con menos esperanzas, por lograr que Internet sea mundo libre.
Somos la generación de la perrita Marilín, de Marta, Popi y Manzanillo, de “Un globo, dos globos, tres globos” y los “Electroduendes”… y lloramos por última vez, a nuestra infancia agonizante o perdida, cuando Enrique y Ana dijeron adiós a Félix Rodriguez de la Fuente. Aún contamos traduciendo a pesetas. Y un día nos sentimos supermán y quisimos pilotar un X-Wing, pero seguimos negando que no entendiéramos un pijo de “2001, Una odisea en el Espacio”.
Lejos vivimos de esas mariconadas de los Bollycaos, nosotros tirábamos de pan y chocolate naturales… y el pan de ayer. Si nos compraban un Bony, un Bucanero, un Cropán o un Phosquitos era fiesta mayor.
Vimos nacer las autonómicas y, ya de mayores, las privadas.
Hasta los zancajos de oír a los carrozas hablar de los 60, nos desquitamos con la música disco, con los Barón Rojo, con Mecano y rescatando a un Miguel Ríos más marchoso que nunca.
La generación a la que le entra la risa floja cada vez que tratan de vendernos el patrioterismo de España y le pusimos la letra que su himno necesita: “Chan chan, chan chan, tachincho chincho chin chan chan…”
La última generación que veía a su padre poner la baca del coche hasta el culo de maletas para ir de vacaciones, cuando había vacaciones.
La última generación que aún fumaba porros que no eran de mierda y, qué coño, la última generación cuerda que ha habido (aunque me parece que eso ya lo dijo la generación anterior).
La verdad es que no sé cómo hemos podido sobrevivir a nuestra infancia. Mirando atrás es difícil creer que estemos vivos en la España de antes:
Nosotros viajábamos en coches sin cinturones de seguridad, ¿existían las sillitas especiales? y los air-bags no los usaban ni las féminas, porque aún no se había inventado la silicona; hacíamos viajes de más de 3h (aunque no llegábamos muy lejos) sin descanso con cinco personas apretujadas en el coche y no sufríamos el síndrome de la clase turista.
No tuvimos puertas con protecciones, armarios o frascos de medicinas con tapa a prueba de niños. De hecho hasta los farmacéuticos nos invitaban a automedicarnos.
Andábamos en bicicleta sin casco, ni protectores para rodillas ni codos. Los columpios eran de metal y con esquinas en pico. Llevábamos en los bolsillos petardos sin seguridad junto a tirachinas, ganchos de metal…
Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día, y solo volvíamos cuando en la oscuridad de la noche tu madre gritaba por la ventana: ¡PAAAQUIIIIITOOOOOO!
No había móviles, pero había cosas que se movían a un ritmo que no veas.
Nos rompíamos los huesos y los dientes y no había ninguna ley para castigar a los culpables. Excepto la ley del Talión callejero.
Nos abríamos la cabeza jugando a guerras de piedras y no pasaba nada, eran cosas de niños y se curaban con mercromina (roja) y unos puntos y al día siguiente fardábamos ante los amigos de las cicatrices de guerra.
Íbamos a clase cargados de libros y cuadernos, todo metido en una mochila que, rara vez, tenía refuerzo para los hombros y, mucho menos, ruedas de esas que hoy dejan los zurullitos de perro cortados por la mitad.
Comíamos dulces (si los pillábamos) y bebíamos refrescos, pero no éramos obesos. Si acaso alguno era gordo y punto. De hecho bebíamos café y bebidas alcohólicas sin ser borrachos ni hiperactivos.
Estábamos siempre al aire libre, corriendo y jugando.
Compartimos los vasos de agua y las bolsas de kikos masticadas y nadie se contagió de nada (y si lo hizo peor para él, sería un flojucho que no se comía los guisados). Sólo nos contagiábamos los piojos en el cole y no mucho, porque, por lo general, tenían poco para chupar. Cosa que nuestras madres arreglaban lavándonos la cabeza con vinagre caliente, DDT (o los más afortunados con el spray del Fogo).
En cuanto a lo de ligar… ¡pecado, pecado, pecado! “A escondidas y en voz baja…”
Éramos responsables de nuestras acciones y arreábamos con las consecuencias. De hecho éramos responsables también de las acciones de los demás y las hostias estaban garantizadas.
No tuvimos libertad, tuvimos que superar el fracaso para el que parecíamos predestinados, ¿respeto? Aprendimos a tenerlo con todos y a que nadie lo tuviera por nosotros, y responsabilidad, y aprendimos a crecer con todo ello. ¿Eres tú uno de ellos? ¡Pues si lo eres te jodes! O mejor: ¡Te sigues jodiendo! Que eso es lo que has hecho toda tu puta vida.
Pasa esto a otros que tuvieron la suerte de crecer como niños, antes de que el Mundo se acabe porque los que vinieron antes, los que vinieron después y algún que otro traidorzuelo de los nuestros, se lo vendan en lonchas y al por mayor.
-Morticia-
"Un día sin una lágrima, es un día inexistente".
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