Imagen tomada de www.cbc.ca
El capitalismo neoliberal, que nació tras la segunda guerra mundial y empezó a dominar el mundo tras la caída del muro de Berlín, ya tiene los días contados. De hecho, para quien tenga ojos, los tiene desde que llegaron las primeras respuestas al 11-S.
La concepción de este capitalismo extraduro es muy similar a la de una empresa piramidal. La economía liberal se sostiene frágilmente en una estructura donde una inversión sostiene a la siguiente en una serie de apoyos que aumentan en cada nueva transacción. Esto, como ya nos muestra la lógica, es insostenible, pero si nos fijamos en que en cada transacción se retiran una enorme cantidad de recursos hacia los bolsillos de unos pocos, se recorta su posible recorrido rápidamente.
Ante esto la pregunta obvia sería: ¿por qué entonces entre la crisis del 1992 y la del 2008 han pasado tantos años?
Para empezar entre esas dos crisis han existido otras pequeñas crisis que se han superado más o menos bien. Entre otras destacaríamos la de los “tigres asiáticos” y la de las “punto com”. Pero estas, a pesar de la enorme alarma que generaron, se restringieron a un entorno geográfico o a un entorno financiero determinado. En el caso asiático hubo secuelas en Rusia y Argentina (corralitos) producto de sus circunstancias peculiares. El empobrecimiento brutal de los países origen, “gracias a las medidas del FMI”, evitó que la crisis de los “tigres asiáticos” repercutiera de forma importante en las economías del primer mundo. El estudio concreto de este fenómeno no es el tema actual, pero para quien quiera saber más le recomiendo la lectura “Otro Mundo es posible si…” de Susan George que, entre otros, trata los entresijos de las medidas tomadas entonces.
Pero si la pirámide liberal superó dos crisis arrinconando los problemas en su origen, ya no pudo hacerlo cuando esta surgió en el primer mundo. Si Enron ya nos había mostrado la fragilidad de la autofagotización que tiene lugar en las grandes empresas, el gobierno Bush no quiso poner medidas para evitar que los ejecutivos de otras empresas no se comportaran igual. Esta vez el problema lo tendrían las empresas financieras y nada lo pararía. Todo se inició con la subida del precio del petróleo (tema que tampoco vamos a analizar ahora), esta subida obligo a una subida de precios generalizada. Para controlar la inflación los bancos centrales subieron el precio del dinero. Paralelamente al fenómeno inflacionario se estaban elevando los precios de los productos inmobiliarios por lo que las entidades financieras habían otorgado préstamos hipotecarios por encima de las capacidades de pago (al principio la euforia económica había permitido el pago); con la subida de los intereses apareció el impago en masa. Repentinamente los bancos se encontraron sin dinero y con unos inmuebles embargados que no encontraban comprador y la falta de líquido se trasladó a toda la cadena financiera: la crisis había empezado. Pero el embrión empezó en 2007 y no se le hizo caso porque el gobierno Bush, como ya habían realizado otros presidentes de EE.UU. con anterioridad, pensaba trasladar su profunda crisis al exterior.
Durante 2007, el equipo económico de la Casa Blanca ideó tácticas con ese fin, incluso llegó a poner aranceles a las importaciones de acero, pero la omnipotente agencia que un día impulsó para sus propios fines, la OMC, puso veto a muchas de esas medidas. Finalmente fueron las medidas de las propias multinacionales las que fueron llevando la crisis por el mundo.
Mientras EE.UU. luchaba con su incipiente crisis, otros países, como España, también llevaban años incubando su propio desastre. De hecho nuestro país había empezado a poner sus cimientos a principios de los noventa. Tras la crisis postolímpica la fiebre inmobiliaria volvió y creció aún más bajo el irracional apoyo del gabinete Aznar. Es curioso que para superar aquella crisis las técnicas de Solchaga fueron las de imponer medidas tradicionales dejaron a las clases trabajadoras tan tocadas que ello propició el cambio de gobierno. Pero el remedio de cambiar hacia más liberalismo, como es lógico, fue peor que la enfermedad. Cuando la crisis ya estaba salvada no se retiraron las medidas así que los recursos sociales, acumulados con mucho tiempo y esfuerzo, se agotaron totalmente. El nuevo gobierno, además, abrió los recursos de suelo a la jauría de constructores que creó una falaz bonanza económica. En realidad los ricos se lucraban, el empleo aumentaba (se abrían las puertas a la emigración, aunque luego se tomaran medidas de deportación), pero el nivel adquisitivo de los trabajadores se deterioraba año tras año. El negocio era comprar una casa y venderla poco tiempo después, pero, a pesar de la abundante afluencia de compradores extranjeros (especialmente británicos y rusos), esto era una pirámide clarísima.
El desgaste del PP lo llevó fuera del poder y las nuevas medidas del nuevo gabinete de Zapatero hicieron subir el nivel adquisitivo de los españoles y rehacer en parte las estructuras sociales, pero sólo ha tenido cuatro años para reconstruir lo que se destruyó en diez. Además, el aumento de la inmigración y la avaricia de algunos sectores, han ralentizado esa recuperación social. El PSOE se encuentra ahora ante la crisis sin casi elementos para maniobrar, pero además con una bajísima colaboración de los que fomentaron esa crisis para obtener beneficios millonarios: ejecutivos, banqueros e intermediarios. El gobierno está al pairo en medio del temporal y, encima, no se puede sujetar a las economías extranjeras porque estas están intentando escapar de la misma crisis y, algunas de ellas (como la islandesa) con menor fortuna.
EE.UU. empieza a emerger de su agujero, pero algunas economías han quedado brutalmente tocadas. Sin embargo no se están tomando acciones que posibiliten un cambio para el futuro. Si hemos visto como los ejecutivos pedían moderaciones salariales cuando, en medio de tremendas perdidas que ellos habían fomentado, seguían cobrando sueldos descomunales y primas millonarias como si hubieran generado beneficios. No hemos aprendido que la mayoría de esos ejecutivos no sólo no son indispensables, sino que sus salarios suman muchas veces los del total de las plantillas de trabajadores… y, sin embargo, son los trabajadores el problema. Se despide a los obreros, que ya no producirán más, y se les paga unas indemnizaciones que eliminan el poco cash que permitiría sacar a la empresa de su estancamiento. Ese es el racionalismo del capitalismo liberal.
Nada hemos aprendido si bajo estas premisas aceptamos la moderación salarial. Si una cosa nos enseña el liberalismo es que, para que la economía funcione, el dinero debe moverse y, mientras las exagerados millones que cobran los ejecutivos no mueven la economía, lo cientos de euros que llegan a los trabajadores se mueven rápidamente y pagan las hipotecas que los bancos necesitan cobrar para seguir teniendo liquidez.
El neoliberalismo ha fracasado porque los egoísmos individuales frenan la economía, para que esta funcione debe suprimirse a los millonarios que no generen riqueza general. Debemos aprender que el capitalismo es bueno, pero el liberalismo no. Si bien los grandes mercados tienden a autoregularse, no es ético que lo hagan a costa de vidas humanas. Cualquier sistema que no sea sensible a la máxima de que “una sola vida humana vale por todos los mercados”, es un fracaso. En nuestro caso el neoliberalismo ha traicionado las razones de la existencia del capitalismo y, por lo tanto, debe ser eliminado.
Roma no paga a traidores, en eso ya nos llevaban ventaja.
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