domingo, 18 de mayo de 2008

¿Dónde está mi dinero? (PQ8).

Antiguamente el empresario pagaba al empleado en un sobre, las empresas de servicios estaban obligadas a contratar un cobrador que debía desplazarse hasta tu domicilio para cobrar y todas las empresas contaban con oficinas de atención al cliente lo más cerca posible de ti de forma que no debías gastarte dinero en desplazamientos ni llamadas telefónicas. Por tu parte, tu pagabas en metálico, sin generar gastos financieros ni al vendedor ni a ti mismo (las ya casi desaparecidas letras eran una excepción). Cuando te dirigías a una entidad financiera para abrir una cuenta sólo te podían proporcionar intereses, ellos querían captarte a toda costa. Incluso para prestarte dinero todo eran facilidades. Bueno, como hoy, los directores siempre te pedían que demostraras que no necesitabas el préstamo para podértelo dar, eso no ha cambiado.
Pero en esta feliz banca que se limitaba a ganar algo de dinero, nació una maquiavélica idea de dominar el mundo, a si más no, dominar nuestras vidas. Empezaron por ofrecernos tarjetas de crédito sin cuotas que cargaban un 4% al vendedor. Al principio muchos vendedores no las aceptaban, pero la llegadas de turistas con ellas en la mano les forzó a aceptarlas, como consecuencia, subieron los precios. Algunos ofrecieron rebajarte el precio si pagabas en metálico, otros cargarte el 4% si pagabas con tarjeta. La banca consideró aquello una grave afrenta y acudió a los tribunales con la ventaja de contar con el poder del dinero. Si los jueces no les daban la razón, siempre podían hacer que se cambiara la ley… y lo hicieron. Por otro lado estas tarjetas de crédito creaban un fuerte endeudamiento en algunas familias que terminaba por deshacerse de ellas, fue así como nacieron otras tarjetas aparentemente menos dañinas, las de débito. Al principio las tarjetas de debito tampoco tenían comisión, pero eso estaba ligado a otro suceso bancario de la época.
En los años setenta, algunas multinacionales extranjeras ya habían obligado a sus empleados a abrir una cuenta bancaria para cobrar a través de ella, en los ochenta se generalizó hacia las empresas nacionales. Parecía ventajoso porque no tenías que llevar el dinero encima, pero los empresarios abandonaron el pago semanal por el mensual que les suponía una interesante retención de capitales con sus respectivos intereses. En aquella época se hicieron habituales las peticiones de anticipos por parte de los trabajadores. Esos endeudamientos fueron un magnífico caldo de cultivo para las tarjetas de crédito y los préstamos personales, lo que beneficiaba directamente a la banca.
En esa misma época, las empresas de servicios vieron el cielo abierto y empezaron a pedir los números de cuenta a sus clientes para poder cobrar por transferencia bancaria, supuestamente ellos se hacían cargo de los gastos de la transferencia ya que se ahorraban el salario del cobrador. Junto a estas empresas, todas las demás acudieron a esta forma de cobro que les daba la seguridad una mayor seguridad de obtener el dinero, si tu cuenta se quedaba en números rojos ya te encargarías tú de pagar los respectivos intereses al banco, no había forma de retrasar el pago unos días si el dinero líquido estaba a punto de llegarte. El cerco se cerraba.
Un buen día nos encontramos que nuestro dinero era totalmente virtual y estaba a merced de los ordenadores de los bancos. Ese día la banca inició su zarpazo final. Empezó por cobrarnos comisiones por las tarjetas de crédito, por el hecho de que nos cobraran cosas directamente a nuestra cuenta (cuando se suponía que ya lo cobraban), por el mantenimiento de las cuentas, así mismo, obligados a mantener el dinero en sus circuitos, nos redujeron los intereses al mínimo. Para lograr su objetivo pactaron con las administraciones a quienes les dieron nuestros datos para podernos embargar cuando fuera necesario (para ellos). Ahora también nos cobran por cada carta que nos envían, generalmente llena con su propia publicidad, y por devolver pagos que no tenían que habernos hecho, a pesar de que no tenían permiso para descontárnoslos. Si te roban la tarjeta de crédito o de débito no se hacen responsables y es peor que cuando llevabas el dinero encima, está no tiene límite, al menos para el chorizo. Nos toca pagar y callar.
Pero la última ya no tiene nombre. Ahora, si no usas tarjetas de crédito, te envían a casa una VISA Oro (limite 6000 €) por correo ordinario y que solo le falta activarse con una llamada. Si llega a las manos de otra persona sin escrúpulos estás listo.
Si pagamos una cuota de mantenimiento por nuestras cuentas es lógico que tengamos el control sobre ellas. Pero, como estamos viendo no es así. El ciudadano medio, tiene su dinero virtual desprotegido. Es como si nuestro dinero fueran ovejitas y el banquero, que es un auténtico lobo en cuestiones económicas, fuera el único pastor homologado de nuestros animalitos… ¡pobrecitos!
En la actualidad han aparecido entidades bancarias que afirman no cargarte algunos de esos gastos por servicios que tú no pediste en sus día y te viste obligado a asumir, pero cuánto durarán. Meras estratagemas de competencia de las que no debemos dudar en aprovecharnos, pero que demuestran la lógica de lo que decimos. No sería mejor que lo impusieran por ley.
Cabe la posibilidad de que los bancos no puedan “sobrevivir” (las comillas son por la ironía) sin cobrarnos esas pequeñas cosas. En ese caso, la ley debería distribuir esos gastos entre quienes han obligado a generarlos. Las empresas de servicios (agua, gas, electricidad, teléfono…) en su factura deben tener una cuota de descuento fija que abarque mantenimiento de cuentas (incluidos correos, posibles devoluciones, transferencias…). Si un mes no tienen que cobrarnos nada (con la de mínimos que tienen inventados es difícil) deberán seguir devolviéndonos esa cuota. Esto también sería muy útil con las empresas de telecomunicaciones que acostumbran a inventarse facturas indebidas a manta.
Respecto a la domiciliación de la nómina lo mismo: la empresa deberá pagar un extra por domiciliación de nómina ya que es quien verdaderamente ahorra al no trasegar con dinero líquido.
Respecto a las tarjetas de crédito y débito, las únicas beneficiadas son las empresas financieras, por tanto deben desaparecer las cuotas sobre estas desdichadas tarjetas.
Todo lo demás es el robo nuestro de cada día. Si no nos permiten tener nuestro dinero debajo del colchón, deben indemnizarnos por ello. Y no se engañen cuando les dicen que ustedes son libres de hacer lo que quieran con su dinero, inténtenlo y miren la cantidad de euros que se quedan por el camino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy intersante. es curioso ver como ahora van actualizando todos sus servicios para informatizarlo y aún nos mandan cartas qeu nos cobran al igual que mantener la cartilla abierta. Si sólo hay que ver el afán de ganar dinero cuando hace unos años bancos comenzaron a contratar a gente para que enseñara a los abuelicos a usar los cajeros, en cuanto los que no se enteraron de como funcionaban la palmen supongo que dejarán de tener a gente que al menos personalicen el trato y estaremos totalmente expustos... en fin...