jueves, 23 de junio de 2011

Principio del poder

Imagen de la manifestación del 19J en Barcelona a las 20:35 en Plaza Urquinaona. Cuando la cabecera hacía más de 30 minutos que había llegado a Pla del Palau.

Cuadernos para el diálogo.

Bajo este título tan gastado, pero al tiempo tan sugerente, vamos a dar una serie de premisas para que políticos y no políticos, sepan que líneas de actuación y modificaciones deben llevar a cabo para calmar unos ánimos que aumentan de indignación cada día al ver el mal criterio de quienes supuestamente les representan y, sobre todo, el poco valor que dan al intelecto colectivo.
En el primero de estos cuadernos vamos a tratar de forma muy general el principio fundamental que está convirtiendo a la indignación en algo mucho mayor que un simple movimiento ciudadano. Y sobre todo, las premisas iniciales que deben cumplir nuestros políticos si quieren establecer algún tipo de acercamiento a ese colectivo tan heterogéneo, pero que ya sustenta la mayoría de la población.
Principio del poder.
Dicen desde Europa que hay crisis y que por tanto no se puede hacer otra cosa, pero todos sabemos que no es cierto. En primer lugar, si el problema es la crisis, esta debería ser para todo igual. Por otra parte no todo el mundo está de acuerdo en que las tomadas sean las medidas más adecuadas. De hecho esas medidas son muy poco fiables pues son las aconsejadas por los mismos a los que todos consideramos como responsables del problema y, curiosamente, esas medidas no les obligan a ellos a ningún tipo de sacrificio y, mucho menos, a asumir responsabilidades.
A pesar de lo dicho, vamos a suponer que las soluciones que se están tomando son las correctas (que es mucho suponer). Digamos que los “doctores” de la economía están realizando las correctas prescripciones al paciente, pero la medicina recetada es demasiado amarga para que ningún pueblo se la tome a palo seco. Este sería el momento de recordar a Mary Poppin’s: “Con un poco de azúcar esa píldora que os dan…” Porque cada una de las medidas tomadas debe ser compensada con otra que facilite su aceptación. Sería algo así como un bálsamo social.
La gran mayoría de las democracias (por no decir todas) están controladas por un reducido círculo de personas que, en demasiadas ocasiones, son sospechosas de corrupciones y cosas aún peores. Personas cuyas ideas están limitadas por la esencia de su casta endogámica. Personas que no fueron capaces (o no demostraron que lo fueran) de anticipar una crisis que la mayoría de la ciudadanía ya venía notando en sus articulaciones desde hacía una década.
Si a todo esto añadimos la crispación social generada en nuestro país por los dos grandes partidos para obtener la supremacía en el poder, y la desafección política creciente, fruto de un sistema electoral que desvirtúa la voluntad democrática de la ciudadanía al traspasar los votos generados a un partido que puede estar  en las antípodas ideológicas y que genera falsas mayorías; solo podemos tener un resultado y es algo muchísimo más agresivo que el actual movimiento 15M.
Nuestros políticos no pueden seguir haciéndose los sordos, ya que la virulencia de la crisis ha podido anticipar este movimiento con un ideal muy pacifista y que supone una oportunidad única para recuperar la credibilidad democrática.
Sin duda, el pueblo español es, a pesar de su heterogenia (mayor que la de ningún otro pueblo de Europa), esencialmente pacífico, pues en su memoria está la herida de una trágica guerra fratricida y una posguerra aún más sangrante. Posiblemente sean ya pocos los ciudadanos que tienen un recuerdo vivido de aquella época, pero transmitido sus callos en herencia para las generaciones posteriores. Esa es, tal vez, la razón de que nuestro pueblo se permita dar una nueva oportunidad a la paz. Pero nuestros políticos no pueden seguir inmunes a su grito.
España vive el 15M, pero es el mundo entero el que debe pensar su propia forma de reverenciar a los pueblos soberanos. Porque el más importante principio de toda democracia es el que dice que “la soberanía de un Estado reside en su pueblo” y este se la transmite al gobierno que le representa. Por ello, la verdadera democracia solo existe cuando ese gobierno es el mejor reflejo del pueblo y no cuando este usurpa el poder mediante una falaz herramienta estadística. Y por ello los gobernantes solo se preocupan de corresponder a aquellos que les han apoyado económicamente en su ascenso y se olvidan de que son meros albaceas de la soberanía del pueblo.
Gobiernos del mundo acordaos de vuestros pueblos mientras sus revueltas no tengan sangre porque después será demasiado tarde. Tal vez esta sea la última oportunidad.

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