Muchas veces he hablado de la constitución de 1978 como una carta provisional con una vida útil de unos 10 años. Pasada esa fecha de caducidad (1988) se debía haber realizado otra Carta Magna acorde con el Estado moderno y democrático que pretendemos ser y fiel reflejo de la realidad ciudadana. Se debía, pero en lugar de eso dimos por finiquitada la Transición con el “fracaso” del 23F. Craso error, quedaban muchos cabos sin atar al carro de la democracia y nudos sin deshacer en las redes de la dictadura. Permitimos unas inconcebibles prebendas a la iglesia católica, aceptamos una ley de punto final (bajo la excusa de perdón a los crímenes de la guerra) y toleramos que un grupo de facinerosos antidemocráticos se enquistara en puestos trascendentes dentro del poder judicial.
Un día logramos que en los yogures se pusiera la fecha de caducidad para evitarnos gastroenteritis letales. Pero olvidamos sacar de la nevera y tirar a la basura nuestra descompuesta Constitución y ahora… “nos vamos a cagar”.
Debimos darnos cuenta de que algo olía mal cuando tantos medios de prensa y las televisiones privadas, a mediados de los noventa, empezaban a hacer campaña, cada vez de forma más agresiva, por un Partido Popular que aún arrastraba las raíces franquistas de siempre. Debimos ser conscientes cuando Aznar venció en las elecciones de 1996 y empezó a gobernar de forma tan peculiar. Tuvimos que sentirlos en nuestras carnes cuando se aprobó la ley de partidos con el único fin de acabar con Herri Batasuna y se olvidaron de declarar como terrorista el régimen de Franco, capaz de exterminar con excusas mucho más veleidosas aún que las de ETA, a decenas de miles de ciudadanos entre 1939 y 1975 (es decir, con la guerra ya acabada), y castigar a los partidos que aún hacían apología de ese terrorismo. Nadie pudo ser ajeno cuando a partir del 2000, ya con la mayoría absoluta en el bolsillo, Aznar empezó a gobernar despóticamente y a golpe de decreto ley hasta terminar por meternos en una guerra ilegal sin la aprobación del Congreso como es obligatorio.
Debimos ser conscientes del hedor y sin embargo aún colean interesadas mentiras oficiales de aquel triste 11 de marzo de 2004. Nadie esperaba que unos sicarios extranjeros vinieran a mostrarnos la falsedad de nuestro camino y, sin embargo, hemos tolerado que se desvirtúe lo que aquellos días vimos. Por un momento todas las Españas respondieron y parecía que se iba a hacer limpieza en el frigorífico, pero faltaron escobas y hoy hemos llegado, poco a poco, a otro intento golpista. Y esta vez no es la Guardia Civil ni el Ejército… esta vez es el Tribunal Supremo.
Donde no se limpia bien siempre quedan rincones, y estos crecen y crecen hasta ensuciar lo que ya hay limpio. Muy grandes fueron los rincones de nuestra justicia, donde durante años hemos permitido que algunos jueces exoneraran a violadores por llevar minifalda la víctima, permitir que jueces amigos trataran los casos de Fabra o Camps, que se obviaran los crímenes de guerra de Aznar y sus malversaciones para obtener la medalla del Congreso Norteamericano, que se saboteara en el constitucional el Estatut Català… Pero ahora empieza el asalto final.
Cuando el caso Gürtel parece amenazar como “espada de Damocles” al sospechoso Partido Popular y los casos de tolerancia con la pederastia tapan con su propia mierda a la cúpula de la iglesia católica, la extrema derecha y los implicados en casos de corrupción denuncian al juez instructor que, contracorriente, intentó devolver los restos mortales perdidos de las víctimas del franquismo al recuerdo. Y el Tribunal Supremo, amparándose en una sospechosa ley de perdón, aceptan los cargos y amenazan con inhabilitar de por vida al juez Garzón. Como si el perdón tuviera que implicar el olvido.
Esta es la última batalla y, aunque Garzón nunca fue santo de mi devoción, aquí se acaban los caminos de esta democracia. Hace unos días no se permitió ilegalizar la sentencia que permitió el asesinato de Companys, ahora, con una sentencia a Garzón se cierra la última puerta a la memoria histórica. Y el pueblo que no tiene memoria, el pueblo que olvida su historia, está sentenciado a repetirla. Y la historia de España es una historia donde la razón, la justicia, la tolerancia y la humanidad siempre salieron derrotadas a favor de los caciques, los monarcas y la iglesia.
Veo a los herederos del régimen pasear las joyas que requisaron tras la guerra mientras bailan sobre las tumbas del olvido. Y los muertos de miles de cunetas se dicen unos a otros: ¡Mira quién nos baila!
No sigue los cánones, pero alguien duda de que esto no es un Golpe de Estado judicial. ¿La democracia a muerto? Permítanme que les sugiera que, pase lo pase en los tribunales, vayan a votar en las próximas elecciones, y en las siguientes, y voten contra el PP. Porque es posible que en nuestro país no sepamos a quién votar, pero siempre hemos sabido contra quien, pero a fuerza de no ir a favor de nadie, hemos terminado por no hacerlo y la abstinencia le da la victoria a aquellos que no creen en la democracia. Porque eso sí, los que no creen en la democracia saben manejar mejor que nadie sus herramientas y sacarles el mejor partido… Y si no miren como venció Hitler.
Absténganse de fumar, absténganse de beber, absténganse del colesterol, absténganse de morir, porque si ustedes creen en la libertad, en la justicia, en la igualdad, en la tolerancia, en los derechos humanos… Si cree en todo eso le necesitamos y necesitamos su voto para que nadie se orine sobre las tumbas de nuestros abuelos. Votemos contra el último Golpe de Estado, votemos por una nueva Constitución, votemos para salvar esta democracia de las manos de los de siempre. Poco importa a quién vote mientras no sea a los corruptos, a los que manejan por su cuenta los ejércitos, los que abren las puertas a la iglesia, los que se abusan, los que elogian a Franco, los que no respetan los deseos de un pueblo y confunden sufragio con democracia… los de siempre.
Imagen del juez Garzón tomada de www.publico.es
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