viernes, 1 de enero de 2010

Justicia y ley


Este es un tema que acostumbramos a dejar en manos de los profesionales: jueces, abogados, fiscales... Sin embargo no tenemos dudas en comentar nuestros prejuicios y nuestras discrepancias sobre los dictámenes, pero las cosas no son realmente así.

El diccionario tiene muchas definiciones para cada una de estas dos palabras, pero, con respecto a justicia, me quedaré con aquella que dice que es la virtud que nos inclina a dar a cada uno lo que le pertenece. No parece que esta definición necesite de grandes atributos ni profesionalidad para llevarlo a cabo, no obstante, la palabra "justicia" ha llegado a definir a todo ese "Poder Judicial" (el tercer poder) tan profesionalizado y tan hermético demasiadas veces.

La ley es algo más obvio. Todos imaginamos, tras esa palabra, una inmensidad de libros con códigos, civiles, penales, mercantiles... La ley precisa de doctores en la materia que sepan interpretar la existencia o no de delito, a aclarar si las acciones de personas físicas y judiciales se atienen a derecho. La ley llevada a sus límites necesita de los jueces que dictaminen... ¿qué dictaminen justicia?

Tenemos, pues, un problema lingüístico de bulto. Si miramos un diccionario de sinónimos, justicia y ley no lo son y, a pesar de ello, damos por hecho que ambas van de la mano. Entre los sinónimos de justicia hayamos "legalidad", pero entre los de ley sólo objetos que determinan una norma, un camino a seguir o un camino prohibido. Así pues, la ley debe ser clara y está reglada en uno o diversos códigos estrictos: estatutos, códigos, reglamentos... puede interpretarse, pero la norma ya existe y sólo puede cambiarse mediante una serie de procedimientos que también están reglados. La justicia no.

De justicias hay tantas como personas y de nada sirve que exista un juez para dictaminar sobre ella ya que, por mucho que se empeñe, sólo dictaminará en base a una ley (en el mejor de los casos), pero su justicia será tan personal como si el dictamen lo hubiera realizado un cabrero analfabeto desde la cumbre de una montaña. Ambos dictaminarían con la misma justicia: la del individuo.

Porque la justicia es una virtud inherente al individuo, pero que muta con sus experiencias y su capacidad de pensamiento. ¿Cómo puede entonces un juez separar al servidor de la administración del individuo que siente y piensa?

Cada día vemos como se interpreta la ley en los juzgados por personas que tienen brazos y piernas y, lo que es peor, vivencias anteriores, creencias políticas y religiosas... que tienen prejuicios que podrían invalidarlos como jueces. También vemos como los tribunales superiores tienen más de un juez y que estos discrepan entre sí. Y lo que es más hiriente, ahora vemos como el Tribunal Constitucional, que tiene que interpretar las directrices del legislativo y el ejecutivo y, por ende, las de todo un Estado. Así tenemos a un grupo de doctores de la ley, llenos de prejuicios ideológicos y que tienen muy poco que ver con el pueblo sobre el que van a influir, dirimiendo el curso de sus vidas.

Dicen que en los estados democráticos los poderes legislativo, ejecutivo y judicial son independientes y no interfieren unos en los otros. También dicen que los tres emanan del pueblo. No sé si eso es justo, pero presiento que nunca lo sabremos, porque conocemos la ley, pero no podemos conocer más que una justicia (la nuestra) y, de tanto en tanto, algún dictamen judicial que no veremos obligados a acatar, pero del que seguro discreparemos, pero no por ley... sino por justicia.

Para acabar les dejo una pregunta: ¿Cuál de las dos es más ciega, la justicia o la ley?


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