domingo, 15 de febrero de 2015

La religión mata la espiritualidad


La religión mata la espiritualidad

“La religión mata la espiritualidad”. Esto es lo primer que pensé cuando aquellos a quienes les gusta poner nombres y retos a las circunstancias y los tiempos, decidieron, a finales del siglo pasado, que el siglo XXI tenía que ser el siglo de la espiritualidad.
“Manda güevos”. Es lo que me saldría en estos momentos.
En 1978 nos hicieron soñar con una España laica que se desmoronó en el momento en que los nuevos ministros empezaron a jurar sus cargos sobre una Biblia.
¿Qué clase de laicismo es aquel que hace noticia del hecho de que se tenga que buscar una fórmula alternativa para quienes no acatan los preceptos de una religión, sea la que sea?
El ser humano necesita la paz, anhela la prosperidad, pero ignora los principios elementales que llevan a poder compatibilizar ambos. Precisamente la religión siempre les promete ambos de una forma u otra, pero en realidad lo que hace es despejar esa realidad en que no lo logra y convencer a sus ya secuaces de que hay culpables de eso y les da la forma de aquellos que no comparten sus creencias. Si esto en sí mismo no es una incitación a la violencia... "que venga Dios y lo vea". Lo peor es que en esto no hay diferencias entre cristianismo, judaísmo, islamismo y, aunque a algunos les extrañe, el budismo. Y es que no estoy hablando de los fanáticos, sino de aquellos creyentes que se llaman a sí mismos tolerantes.
Por si alguno pensaba lo contrario, en este texto no voy a hablar de los fanatismos porque estos ya hablan, ellos solos, mal de sí mismos. Y que conste que entre los fanáticos también incluyo a algunos ateos que, a final de cuentas a veces también son una religión.
Hace unos días, tras los acontecimientos de Charlie Hebdo, el Papa Francisco, el que hasta entonces tenía como una esperanza para integrar el catolicismo en la sociedad, tuvo una salida de tono imperdonable.

“En cuanto a la libertad de expresión: cada persona no sólo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para apoyar el bien común (…) Pero sin ofender, porque es cierto que no se puede reaccionar con violencia, pero si el doctor Gasbarri [organizador de los viajes papales], que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. (…) Hay mucha gente que habla mal, que se burla de la religión de los demás. Estas personas provocan y puede suceder lo que le sucedería al doctor Gasbarri si dijera algo contra mi mamá. Hay un límite, cada religión tiene dignidad, cada religión que respete la vida humana, la persona humana… Yo no puedo burlarme de ella. Y este es límite. Puse este ejemplo del límite para decir que en la libertad de expresión hay límites como en el ejemplo de mi mamá”

Evita usar la palabra blasfemia, pero está claro que habilita para que sus fieles usen la violencia contra la blasfemia, aunque previamente había puntualizado que “matar en nombre de Dios es una aberración”. El problema es que al no poner un límite claro, el grado de violencia admitido por el Santo Padre, puede ir de una bofetada, hasta llevar al blasfemo al estado vegetativo, la muerte es el único límite (y tampoco se enfatiza en ese el límite con claridad) que no se puede superar.
Muy edificante ¿Verdad?
Una pena que no esté dispuesto a dejar claros los límites de la violencia religiosa, pero que estimule esa violencia, y al tiempo sí se muestre proclive a poner unos límites muy claros a la libertad de expresión y que estos límites no sean idénticos para sus fieles. Porque, perdóneme usted, Santo Padre, pero cuando la religión se mete en mi vida sin permiso, siento toda la burla y agresión de una blasfemia sobre mi modo de vida libertario.
La religión se infiltra en el poder y extiende su blasfemia contra el laicismo y contra el ateísmo, y nadie le pone freno. A veces me imagino a un yihadista del ateísmo poniendo bombas nucleares en Jerusalén, La Meca y el Vaticano.
(Silencio)
Pero eso no ocurrirá jamás, porque la diferencia entre una religión sin dios y otra que sí lo tiene, es que si a uno de sus feligreses se le cruzan los cables, no cuenta con los faldones de ningún dios bajo los que esconder su vergüenza.
No, no estoy hablando de extremismo religioso. Lo que me importa no es el loco capaz de cometer un atentado, sino de los miembros moderados de su comunidad cuyas críticas a esos viles actos nunca alcanzan los niveles necesarios.
Así tenemos a un Papa que bendijo los cañones alemanes en la II Guerra Mundial o miles de manifestantes que se permitieron a salir a las calles contra Charlie Hebdó después de los atentados, permitiendo sus estados que se diera más valor a la “blasfemia” que a la vileza de los crímenes perpetrados por su comunidad religiosa.
Y no hay nadie capaz de explicarles a esta gente que, ni pintar a Mahoma, ni a Dios contando chistes verdes, es menor blasfemia que sus viles actos de odio… y un odio alimenta a otro y, al final, solo se demuestra una cosa: que la religión es mala.
No, no es una pregunta, es una afirmación. La religión es mala y, por desgracia, no tendría por qué serlo. Pero cuando no se asume que de tarados los hay en todas partes y no se es capaz de poner en orden la propia comunidad sin meterse en las otras o en la vida de quienes quieren mantenerse respetuosamente al margen de cualquier comunidad, la religión pierde cualquier derecho a ser respetada.
Deben entender todos los Papas, Popes, imanes, rabinos, cardenales, obispos y demás cargos de todas las religiones, que sus religiones deben cumplir unas normas básicas si no quieren ser sometidos al “terror” de la blasfemia:
-En primer lugar no deben inmiscuirse y mucho menos influenciar a los poderes políticos. Eso es algo que solo los judíos ortodoxos han entendido cuando afirman que cuando la religión se introduce en el poder, se corrompe la primera. Yo afirmaría que además se corrompe también el poder político. Al tiempo podemos decir que todo poder influenciado por la religión siempre discrimina a los individuos que pretenden una justicia independiente.
-En segundo lugar la verdadera tolerancia se manifiesta guardando la propia ideología dentro de los límites de la comunidad. Sin embargo, siempre que tenemos que soportar que muchos de esos “supuestos religiosos moderados” lleven sus dogmas a las relaciones comunitarias, intentando imponer sus preceptos al resto de la sociedad y negándose a cumplir aquellas obligaciones que entran en conflicto con su dogma. Eso, en sí mismo, es una blasfemia contra toda la sociedad, pero no creo que por ella el Papa Francisco sea capaz de dar ningún puñetazo.
-Finalmente decir, que hay muchos más preceptos a cumplir, pero que si se cumplieran, aunque fuese parcialmente, los dos primeros y además existiese una activa autocrítica en las relaciones con el mundo libre, todo tendría solución.

Todo tiene arreglo, pero, por desgracia, muy pocas cosas cuentan con la voluntad. Porque no digo que esto hubiese evitado los hechos de París, Dinamarca… o los atentados de New York, Madrid y Londres (ya no hablo de otros porque mi nivel de conocimiento sobre ellos puede ser muy limitado, aunque intuyo que no se salen tanto del guión). Detrás de ellos hay mucho más que simple religión. Pero de lo que si estoy seguro es que nuestra imagen del mundo sería mucho más optimista y esos asuntos hubiesen sido tratados desde una perspectiva más objetiva y correcta.
Y qué narices… estoy convencido de que hubiese podido existir el primero de ellos, pero nunca el segundo. Porque detrás del terrorismo religioso, al final, no hay una verdadera justificación religiosa, porque en todos el fin último se haya en el poder y el dinero. Y la verdadera blasfemia contra la que hay que luchar es que las religiones, todas, se puedan relacionar con los ídolos dorados.
Hace mucho que todas las religiones se prostituyeron y de poco sirvió que Moisés perdiera una de las tablas de la ley de Dios. Al final todos los fieles han perdido la espiritualidad y la confunden con la fe y la obediencia ovejuna. Peores son las actitudes de sus líderes incapaces de cambiar eso y aún les preocupan más las blasfemias de aquellos que están al margen de sus comunidades, que la blasfemia que su comunidad supone para la Humanidad.
Ya no queda ninguna virtud en Dios y para recuperarla debe desmantelar todas las religiones. Deben abrir sus ventanas y permitir que entre el frío aire del invierno y despierte su espiritualidad. No deben temer a resfriarse, pues cualquier enfermedad corpórea nunca es tan grave como la continua cerrazón de las almas.
Es por todo ello por lo que estoy convencido de que la religión mata la espiritualidad.


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