domingo, 27 de junio de 2010

Una de nacionalismos con mahonesa.


Nacionalistas y opositores (que son igual de nacionalistas sólo que lo niegan consciente o inconscientemente) basan sus reclamaciones en "hechos históricos" sin pensar que esos sucesos están siendo interpretados desde un punto de vista equivocado: el de nuestra época. Si un ciudadano del pasado, contemporáneo a los sucesos que sirven de reivindicación a unos y a otros, escuchara las explicaciones dadas, sería incapaz de reconocer su momento histórico ya que las personas que vivieron entonces tenían un punto de vista muy diferente.
Los nacionalismos y sus opuestos son algo mucho más moderno y no son, ni deberían tratarse como algo histórico, sino como un sentimiento.
El término nacionalismo deriva de la palabra nación, como el de patriotismo lo hace de patria. Las implicaciones emocionales de estas dos palabras permite diferenciarlas de "país" o "estado" que también identifican unidades territoriales o políticas. No es tan normal oír "paisanismo" o "estadismo", ¿verdad? Bueno, estadismo tal vez sí, pero su significado no es tan emocional aunque sí emocionante. El estadismo es la "ciencia", arte o destrezas necesarias para dirigir una unidad política, sea esta una nación, un país, patria o Estado.
¿Qué hace entonces tan emocionales los nacionalismos y los patriotismos?
La explicación a este significado emocional de estos términos surge en el siglo XIX, con un movimiento cultural denominado "Romanticismo". Toda Europa fue cautivada por esta oleada de sentimientos de gregaria unidad de los pueblos. Insignias culturales de orgullo local se hicieron sobresalir por encima de los tradicionales separatismos eclesiásticos y monárquicos. Hasta aquellos años todas las revueltas populares se debían a la comida o la excesiva represión sobre las masas sublevadas, pero ahora se miraba aquellos fenómenos del pasado con otros ojos. Se empezó a asociar a la plebe un sentimiento de unidad de orgullo nacional tan capaz de arrastrarlos a la revuelta como los instintos primarios de antes. Así mismo, se otorgaba a los reyes y nobles sentimientos similares, cuando únicamente buscaban el poder total y la buena vida para ellos y su prole.
La guerra de la Independencia americana y otras revueltas independentistas en diferentes colonias, empezaron a alimentar, tiempo antes, estos ideales. La Revolución Francesa y el posterior ascenso de Napoleón pudieron ser definitivos. Porque fue Napoleón el que extendió ese sentimiento (casi siempre antagónico hacia su persona) por toda Europa. Sirva como necesario ejemplo para mi argumentación el patriotismo español. Porque en esa contienda aparece por primera vez el orgullo de ser español, un sentimiento de afinidad a España por contraposición a la Ilustrada Francia. La plebe de Madrid sale a la calle para oponerse a Pepe Botella a pesar de unas medidas Ilustradas que le pueden ser mucho más favorables que las imposiciones autoritarias de los monarcas precedentes. Se dice que fueron los desmanes de unas tropas mercenarias lo que llevo a esa enconada respuesta, pero un análisis afinado, si eso es hoy posible, parece decir que no fue así. También los catalanes, siempre dispuestos a oponerse a los desmanes de la vieja corona, plantearon una resistencia impensable, quedando para la historia resistencias casi numantinas como la relatada en "Los sitios de Gerona" de Benito Pérez Galdós. Napoleón anexionó a Francia los territorios catalanes, pero su población reivindicó su derecho a elegir ser española a pesar de la "grandeza" del imperio francés. Claro que, el mismo Napoleón era de Córcega, una isla siempre incomoda para Francia y que hoy pugna por su independencia.
Siempre decimos que cuesta entender el fenómeno sin comprender el pasado, pero la historia está siempre siendo manipulada por todas las ideologías y reinterpretada en base a unos sentimientos totalmente anacrónicos. Nadie puede creer racionalmente que el antiguo Al-Andalus tiene algo que ver con el mundo árabe actual, o que Don Pelayo, o el mismísimo Cid, tenían algo de españoles. De hecho los propios Reyes Católicos jamás hablaron de España en singular y el famoso "Tanto Monta, Monta Tanto" fue rebatido por la nobleza castellana cuando nombró a Juana como reina de Castilla cerrando a Ferràn la puerta al establecimiento de una monarquía única para "toda España". No obstante, todo esto que hoy interpretamos de una u otra manera según el cristal con el que lo vemos, nada tuvo que ver con la realidad del momento. Cuando miramos hacia momentos históricos del pasado olvidamos cambiar de gafas y eso pasó, especialmente en el Romanticismo donde una euforia épica dominó con virulencia única. Así se recuperaron leyendas como la de Arturo, Guillermo Tell, Robin Hood, Carlomagno, Roland o el Cid Campeador. También se les dio un caracter nacional a las gestas de Ricardo Corazón de León, Jaume I, Don Pelayo, Guifré el Pilós, los Reyes Católicos, Colón, Blad el Empalador. Y, cómo no, se exageraron las gestas de héroes como Roger de Flor, el Gran Capitán, Juan de Austria, Nelson, Paul Rever...
Fruto de todo ese fervor aparecieron nuevas guerras, por nuevos motivos, pero, ante todo, apareció la necesidad de encumbrar a nuevos héroes como Castaños, Agustina de Aragón o el Timbaler del Bruc.
Pero el viejo mundo, a pesar de estar desmoronándose, no estaba dispuesto a ceder su poder a esas hordas desarrapadas y entusiastas. Las monarquías autoritarias y personales , y la, hasta entonces omnipotente, iglesia, iban a plantear una dura resistencia que terminaría por modificar los destinos de esos entusiasmos, creando nuevos nacionalismos y modificando las bases de las fronteras de Europa que llevaban marcadas desde la Edad Media.
Italia y Alemania se unificaron bajo el signo de esos nacionalismos. Garibaldi y Von Bismark liderarían, en el recuerdo popular posterior, esas unificaciones, pero nada de eso hubiese sido posible sin la existencia de un sentimiento nacionalista. En España también existió ese sentimiento de nacionalismo patriótico unificador y se expresó en la Constitución de las Cortes de Cádiz. Pero dos hechos acabaron con ese espíritu surgido de "La Pepa". De un lado los procesos independentista que ya estaban en marcha en las colonias americanas y a las que "La Pepa" daba el mismo valor que al territorio europeo, y, el más importante, la traición de Fernando VII, el Deseado, a esa constitución del pueblo.
El sentimiento de derrota generado por el retorno al absurdo y violento autoritarismo del nuevo rey, estuvo jalonado de movimientos opositores siempre aplastados como el de Riego. Pero esa faja que constreñía normal evolución también llevó al análisis del crisol cultural del país y de ahí al surgimiento de nuevos nacionalismos subyacentes sólo había un paso. Primero Catalunya con una reconquista de su cultura y una lengua que había sido desterrada, durante siglos, a los hogares de los pobres. Detrás de este florecimiento estaba el ascenso de una nueva burguesía, fruto de la tardía revolución industrial, y el retorno de algunos colonos que habían visto crecer el independentismo allende los mares. Más tarde, los vascos también iniciaron su andadura, pero tras haber tenido que tragar una represión más larga a su sentimiento nacional, este también tuvo un surgimiento más agresivo, sólo hace falta hacer un repaso al ideario de Sabino Arana (por favor, abstenerse de leer versiones de Pío Moa y otros revisionistas con gafas de la masa del nacionalismo castellanizante, siempre es mejor beber de las fuentes originales, sobre todo cuando, como en este caso, las hay).
Los últimos coletazos del Romanticismo también sirvieron para dar voz a un cierto nacionalismo cultural gallego en la voz de Rosalía de Castro.
En las puertas del siglo XX el Romanticismo empezó a quedar atrás, pero las convulsiones políticas surgidas de ese período aún darían lugar a dos guerras mundiales y la extensión del movimiento nacionalismo por todo el planeta, aunque adaptado a cada momento y lugar.
Volviendo a nuestro país, creo que ya intuimos que, además de los nacionalismo explicados, bajo la denominación de español, y como oposición a esos otros nacionalismos, subyacía otro nacionalismo oscuro y cada vez más castellanizante. Un españolismo al que se agarraban los arcaicos poderes autoritaristas que subyugaron a nuestro país (el ejército, la iglesia y la nobleza cada vez estaban más ligados a él). Algunos intelectuales de renombre como José Ortega y Gasset denostaron a los nacionalismos que se manifestaban abiertamente sin tener conciencia de su apoyo a ese otro nacionalismo más oscuro y reaccionario que empobrecía a España. Pero el nacionalismo oculto de Gasset era compartido por muchos otros y aún sirvió para impulsar las dos dictaduras regresivas que dominaron nuestro siglo XX: Primo de Rivera y Franco.
No es de extrañar, pues, que en la España actual algunos no se sientan todo lo a gusto que deberían. La falta de tolerancia y la incomprensión que la mayoría castellana tiene hacia el Estado plurinacional al que representa el nombre de España, hace muy difícil la convivencia de todas las naciones que conforman este país.
Ahora nos quedan los términos patria y patriotismo, y puedo decir que aún puedo ser un patriota español y tener a España como patria, siempre y cuando nedie ponga pegas a que le llame Espanya y tenga a Catalunya como mi nación (y eso a pesar de Buenaventura Aribau). En caso contrario siempre puedo resultar un buen patriota catalán.
Imagen Augusto Ferrer Dalmau (1964) “Los sitios de Gerona”, tomado de http://espaciocusachs.blogspot.com/

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Solo queria felicitarte por la entrada. Me a gustado mucho leerla.

Un saludo

Anónimo dijo...

He leído mucho sobre nacionalismos. Unos y otros siempre se contradicen sobre este tema, pero gracias a tu articulo ahora puedo entenderlo.
Es curioso, porque conociendo tus tendencias esperaba otra cosa, pero es un gran trabajo.

Un saludo y gracias por tu lógica reconciliadora.