Posiblemente Marx no fuese un gran economista, pero en la época que le tocó vivir, era posiblemente el mejor y hay que decir que ambas afirmaciones son aplicables a Adam Smiht y David Ricardo, los dos espejos en que, con la debida deformación, se miran los avalistas del neoliberalismo económico.
Dicho esto creo que a nadie le cabe ninguna duda de cuales son mis opiniones respecto a la economía, así que este es el momento para sorprenderles.
Dicen que en una ocasión Marx afirmó que el no era marxista sino “marxiano”. No sé si ello es cierto, pero después de casi 150 años de malas interpretaciones del marxismo estoy decidido a creerlo. Yo tampoco soy marxista, sin embargo, la base económica de esa teoría aún tiene mucho recorrido, sobre todo si la reconstruimos en función de la realidad que nos toca vivir.
Pero Marx y el marxismo no son, por ahora, la cuestión, sino el evidente fracaso que suponen el actual capitalismo neoliberal. Este nuevo capitalismo no debemos confundirlo con aquellos otros del pasado como fueron el mercantilista y el industrial. Hoy son los frentes financieros lo único que cuenta, se intenta olvidar la producción, el trabajo, incluso las materias primas. Seguramente detrás de todos esos lujosos despachos, trajes y corbatas, subyace la economía de siempre encapsulada en una jaula de olvido, pero lo único que cuenta son unas transacciones vacías de contenido real y que, al final, repercuten sobre las vidas de millones de personas, el paisaje y la salud del planeta. Eso sí, esos individuos trajeados están a salvo de cualquier responsabilidad sobre las decisiones que toman. Sus actos sobrevuelan tan altos sobre sus implicaciones que se permiten ignorarlas, salvo aquellas que mueven dinero de unas cuentas a otras.
Si el viejo capitalismo liberal pretendía la eliminación de todos los aranceles y trabas al comercio, el actual sólo persigue el “megalopolio” de las multinacionales y el poder anónimo de sus grandes ejecutivos. El neoliberalismo no tiene ninguna intención de eliminar las trabas a la economía global, sino arrasar los mercados eliminando a la competencia de la forma que sea. Si una pequeña empresa es capaz de vencer en un mercado con precios mejores y más calidad, la gran empresa la intentará arruinar con prácticas poco éticas o incluso ilegales, si es necesario. Le intentará robar sus fuentes de suministro, sus secretos, incluso intentará influir sobre sus dirigentes y sobre sus trabajadores. Si después de todo, la pequeña empresa sigue siendo una barrera entre la multinacional y su control monopolístico del mercado, intentará adquirirla al precio que sea. Una vez comprada, la pequeña empresa será asimilada (como lo harían los Borj de la serie Star Trek), desmantelada en parte y desaparecerán la mayoría de los productos originales así como los puestos de trabajo que aquella tenía.
En el nuevo capitalismo neoliberal todo vale y el pez grande se come al chico. La guerra es entre las grandes empresas que se atacan, se muerden, se “opan”, se fusionan y se arruinan en una espiral que recuerda, en tiempo acelerado, los fenómenos propios de un choque de galaxias.
Uno de esos espectaculares choques galácticos lo venimos observando, desde hace muchos años, en el sector energético español. Todo empezó cuando se inició la privatización del sector y Fecsa se comió a Enher e Hidroeléctrica de Cataluña. La primera controló monopolísticamente toda Cataluña (justo lo contrario de lo que se debía pretender con la privatización). La primera consecuencia es que sobraban empleados y amparados por el gobierno de turno se deshicieron de algunos empleados mediante jubilaciones anticipadas. Pero la primera consecuencia no se hizo esperar y pronto, a pesar de que Cataluña era un área en pleno desarrollo, prácticamente se bloquearon las inversiones en mejora de la red. La cuestión empeoró pocos años después, cuando se terminó de privatizar y Endesa absorbió a Fecsa, trasladó sus oficinas a Madrid, con la consiguiente eliminación de los empleos que quedaban, y bloqueo definitivamente los trabajos de mejora (como se vería años más tarde con la super avería que dejó tres días sin electricidad a 800.000 ciudadanos de Barcelona). En aquel momento (en el de la absorción), el gobierno en el poder puso al mando de esta empresa a uno de sus secuaces (obviaremos el nombre), pero también lo hizo en las demás empresas del sector (de hecho llevó a cavo esto mismo en todas las empresas que privatizó). No sé si la idea era para que el gobierno no perdiera el control de esas empresas estratégicas o para perpetuar su poder a través de ellas cuando las urnas le arrebataran la legitimidad. La cuestión es que con esta maniobra impuso una nueva clase jerárquica que controlaba el país económicamente y cuyas acciones nos afectaban a todos. Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa... las eléctricas de nuestro país debían enfrentarse al reto de la competencia extranjera y por ello recibieron una jugosa compensación de
La dilatación en el tiempo del proceso también llevó a otra solución más osada por parte del gobernador de Endesa (seguimos sin decir el nombre, aunque en este momento ya nadie duda de él): la presentación de una opa paralela por parte de una empresa extranjera: la alemana EON. Se dio la circunstancia de que esta empresa tenía el capital necesario para hacer una opa interesante porque no necesitaba proteger sus acciones de posibles opas de otras compañías. Precisamente un par de meses antes el gobierno alemán, haciendo uso de una legislación nacional poco acorde con la normativa comunitaria, había rechazado dos opas a esta compañía para proteger un recurso estratégico: la gasística del Ruhr, que era propiedad de EON. Curiosamente,
El tema Endesa estuvo en medios periodísticos durante casi seis años, finalmente, bastante después de caer el gobierno que sostuvo aquella farsa, el gobernador de Endesa abandonó su cargo y los hechos se precipitaron. Ni Gas Natural ni EON se quedaron con ella, sino que fue una asociación entre Acciona y la eléctrica italiana Enel. Finalmente ha sido la italiana la que se ha quedado con todo el pastel. Lejos quedan las palabras de la presidenta de la comunidad de Madrid ante la opa de Gas Natural diciendo: “Endesa no se puede ir al extranjero” (por Barcelona). Sin duda protegía a su amigo, y hoy compañero de partido, Manuel Pizarro... (¡Anda, se me ha escapado el nombre!).
Todo este drama empezó allá por 1989 y empezó a adquirir dimensión en 1992 con los tratados de Maastricht, pero no se convirtió en el culebrón que se puede dar por cerrado desde junio pasado (2009) hasta el nombramiento de Pizarro como presidente de Endesa.
Y así acaba la primera lección de cómo el personalismo neoliberal corrompe la bondad de los mercados haciendo inviables las mismísimas estructuras del capitalismo.
La imagen fue tomada de la página web del diario ADN (www.adn.es).
No hay comentarios:
Publicar un comentario