--¡Señor Llinars!
--¿Sí?
Te lo cuentan y no puedes creerlo. Aún así, con los nervios a flor de piel, vas a casa, te vistes con la elegancia que la situación requiere y acudes al lugar indicado.
--¡Buenas tardes!
La secretaria te mira. Seguramente ha visto tus ojos rojos, pero no te dará ni un soplo en ellos. Se limitará a ofrecerte un asiento donde ni se ha preocupado en mirar que ya no queda ninguno libre.
Esperas lo que toca esperar y, sea mucho o poco, te parecerá una eternidad. Entre tanto queda algún asiento libre, pero prefieres seguir paseando arriba y abajo por el corto pasillo para compartir tus nervios con todos los presentes. Tampoco eso te tranquiliza, pero haces lo posible por creerlo así.
--¡Señor Narcís Llinars! –Dice mecánicamente la voz de la secretaria indicándote la puerta número cuatro y con una mirada de nada disimulado alivio por poder perderte de vista--.
Pasas al despacho indicado. Dos hombres y una mujer te miran con cierta curiosidad mientras te ofrecen un asiento. Ahora sí que aceptas el ofrecimiento, pero antes te aseguras que no esté ocupada por algún enanito casi invisible. Quedas ubicado en el momentáneamente tenso silencio de sus miradas. De los hombres una cara te es muy conocida, pero habla el otro:
--¿Puede contarnos un chiste?
--Van dos en una moto y se cae el del centro por la ventanilla trasera.
Silencio. Tenso silencio. Pero no se miran entre sí, sólo te miran a ti.
--¿Y una anécdota real? –Pregunta ahora la mujer--.
--La última vez que acudí a buscar empleo el señor que me entrevistaba me siguió hasta la puerta del ascensor rogándome que me quedara y mejorando las condiciones a cada paso.
--¡Cielos! ¿Tan bueno es usted? –Sonrió ella--.
--¡No! Lo que sucede es que nadie me había advertido que el empleo era para ejercer como representante de una funeraria.
Por fin habló la cara conocida. La voz impresionante, cavernosa y profunda, sin quererlo, me obligó a concentrarme en sus matices sin escuchar lo que realmente me estaba diciendo.
--...le pregunto que qué experiencia tiene.
--¡Ninguna! – Contesto aturdido--.
El señor Luís del Olmo se ríe con ganas. Sus compañeros mantienen una sonrisa de complicidad. Me imagino que he fracasado y estoy dispuesto para levantarme, pero Don Luís se me adelanta y alargándome su mano dice:
--Señor Narcís, le dejo con mi productora. Ella le explicará los detalles. Me encantaron sus textos en ese blog tan heterogéneo que tiene y necesito un guionista como usted para animar un poquito este cementerio.
Estoy soñando. La productora me ofrece unas buenas condiciones. Pero, como digo, estoy soñando y ahora le toca sonar al despertador y no me quiero despertar.
¿Adivinan qué voz suena en el radio despertador?...
Imagen tomada de www.leomessifans.com
4 comentarios:
Bienvenido, veo que todos estamos más o menos igual con la producción de textos, o quizás es que, ¿estamos soñando y no queremos despertar?
Por uno momento he creído que te había fichado del olmo para hacerle guiones. No me extrañaría.
Saludos.
Cuando llegues a lo más alto de la fama y el triunfo, acuérdate de los que te leemos cada noche desde nuestros puestos de observación de artistas.
PAZ
Esa mañana, recordé el sueño mientras ofrecía cajas de madera noble y traslados interurbanos a precio inmejorable. Entonces decidí abrir mi propia funeraria, sin valorar siquiera cuan ajetreada podía ser la misión. Sigue en Tres son Multitud, de Kostas Vidas.
Enhorabuena por el blog.
Esa mañana, recordé el sueño mientras ofrecía cajas de madera noble y traslados interurbanos a precio inmejorable. Entonces decidí abrir mi propia funeraria, sin valorar siquiera cuan ajetreada podía ser la misión. Sigue en Tres son Multitud, de Kostas Vidas.
Enhorabuena por el blog.
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