lunes, 17 de septiembre de 2007

Asunto Zanjado


Tengo noventa años y no creo que esta vieja carcasa que me sostiene vaya a aguantar mucho tiempo más. Por eso he decidido ir al Valle de los Caídos a darle mi despedida al que fuera el faro de occidente, el adalid de las libertades católicas, el salvador de la patria, el martillo del estalinismo… en una palabra: “Dios”.
Creo que mi nieto no entiende una palabra de este viaje, seguramente lo cree mi última “chochéz”, pero lo cierto, es que hace muchos años que lo tenía pensado y no me quería ir a bañar a las llamas del infierno sin haber cubierto de nuevo este camino.
Aún recuerdo la bondad del padre Torcuato escribiendo aquella carta al Generalísimo para que me perdonara la vida. Jamás puse en duda la misericordia de tan insigne mandatario. Me perdonó la vida a cambio de trabajar en esa impresionante obra faraónica que es el Valle de los Caídos.
Diez horas al día de duro trabajo, espoleado por “falangistas valerosos” que a cada momento nos recordaban nuestro rojo delito de haber estado afiliados a un partido republicano.
--¡Habla cristiano, rojo cabrón!
Recaredo se hacía llamar el falangista que nos abofeteaba, con una sonrisa de satisfacción, cada vez que los de “Esquerra Republicana de Catalunya” éramos sorprendidos hablando en nuestra lengua.
--El Imperio Español ha renacido, dejad de hablar ese dialecto rojo.
--“Homo homine lupus”.
--¡Que dejes de hablar en “catalino”, cabrón!
Cinco años de regocijo para crear el mausoleo de “el Dios” y el lugar de reposo de otros dioses menores. Allí dejaron su sangre y su vida mis cinco compañeros de ERC. Dicen que Franco nos tenía un odio especial porque su hermano había sido miembro de nuestro partido, que lo habíamos pervertido desde su particular modo de ver.
Un accidente casi me mata y ya nunca volví a aquel lugar. Diez años después, la infinita bondad de aquel ser supremo me devolvió la libertad, otros no tuvieron tanta suerte. Pero yo nunca me sentí libre del todo hasta mil novecientos setenta y cinco.
--¡Abuelo! ¡Ya hemos llegado! ¡Cuidado con los escalones! ¡Apóyese en mí!
Mi nieto si que es un santo, por lo menos para mí. No creo que pueda entender lo que hago, pero me siento feliz de ser su abuelo.
Damos una vuelta por el recinto, más para orientarnos que otra cosa. Como si la enorme cruz que gobierna el valle no fuese suficiente. Nos sorprendió ver algunas tumbas de republicanos, eso sí, miembros del Opus Dei. Dios ya sabe a quien se puede perdonar el delito de ser rojo.
Mi nieto se queda sorprendido cuando me ve sonreír. Estoy delante de la tumba de Recaredo: Miguel Vaquerizo Ayón. Y no hay duda de que es él, incluso está su foto.
Por fin, llegamos a nuestro destino y mi nieto se ha separado unos metros para atraer la atención de los vigilantes. Ha sacado una bandera española… ¿Qué hace? ¿Se ha vuelto loco? ¡Está quemándola!
No puedo esperar más, tengo que actuar antes de que el chaval deje de ser el foco de atención. Así que alivio mi próstata sobre la tumba del rufián dictador. Es la micción más satisfactoria de toda mi vida.
Finalmente, como no podía ser de otra manera, se nos llevan detenidos en un furgón policial. A mí no me han pegado, pero a mi nieto le han puesto como a un Cristo. ¿Qué va a decir mi hija?
Mi nieto me mira con una sonrisa burlona.
--¡Ha sido genial abuelo!
--¿Y qué van a decir tus padres, José Antonio?
--A mi madre le toca callarse y… bueno a mi padre, si puede, que siga trabajando en la COPE.
Si aún les quedan dudas de quienes son los buenos y quienes los malos, sepan que mi yerno fuma.

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