Derecho a la vida
Cuando estudié las
religiones, en los remotos tiempos de la escuela, me contaron que el hinduismo basaba sus creencias en la reencarnación. Según me explicaron, los hindúes
pensaban que a este mundo se viene a sufrir, pero mediante las reencarnaciones cada
uno tenía la posibilidad de perfeccionarse hasta un objetivo máximo que llevaba
al nirvana.
Si uno no es hindú
o conoce muy bien esa filosofía, esta forma de pensar se hace muy extraña.
Supongo que eso pasa con todo y el abstruso tema del “derecho a la vida” no es
diferente.
Sí, porque uno
pensaría que eso del derecho a la vida sería una idea del humanismo de
izquierdas, pero resulta que eso que tiene ese nombre tan bonito, no es más que una
de esas trampas lingüísticas a las que nos tiene acostumbrados el
conservadurismo más recalcitrante.
Resulta que el
derecho a la vida está defendido por aquellos que hacen creíble esa afirmación
tan hindú de que a la vida se viene a sufrir. Al menos para los que no son
millonarios, porque según las creencias de los pro-vida (así se hacen llamar
sus partidarios) la vida es un valor por sí mismo, pero su protección es
meramente biológica.
Llaman derecho a la
vida a permitir vidas de sufrimiento extremo y a invalidar el derecho a decidir
de la madre, aun cuando el ser que ha de nacer ni siquiera esté formado.
Lo más curioso de
todo esto es que los mismos que amparan la prohibición del aborto (que es en lo
que al final se resume sórdidamente el derecho a la vida), acostumbran a ser
partidarios de la pena de muerte, la abolición de los derechos sociales, la
entrega de poder político a las estructuras religiosas, la abolición de
derechos laborales (tendencia a la esclavitud), la aprobación del
tradicionalismo que incluye las fiestas violentas y los toros, la aprobación del
militarismo y el patrioterismo… En pocas palabras, el derecho a la vida implica
realmente la obligación a tener una vida de sufrimiento extremo para todos
aquellos que no son de su casta.
Porque, señores,
los antiabortistas no son realmente los que están contra el aborto, sino los
que imponen la imposibilidad de tomar esa decisión a los demás. Y ya hemos
visto demasiadas veces como la antiabortista de turno ha viajado con su hija
adolescente, en un supuesto viaje de compras a Londres, para que esta no tenga
que sufrir los valores que mamá defiende dentro de las fronteras patrias.
Por supuesto que,
el hecho de que la interrupción del embarazo se lleve a cabo en una clínica
privada allende de nuestras fronteras, implica un importante desembolso
económico que está fuera del alcance de aquellos que tampoco tienen acceso a
medidas y educación sexual adecuada. Porque esa es otra, los pro-vida tampoco aprueban
la educación sexual y la gran mayoría de los aspectos de la planificación
familiar. Por lo menos fuera de su familia.
En pocas palabras,
la pantomima del derecho a la vida es realmente, no un derecho, sino una
obligación y no precisamente a la vida, sino a la “malamuerte”. Y es que el
derecho a la vida, entre otras cosas, también implica negar el derecho a una
muerte digna.
Así, señores, no se
engañen por la belleza de las palabras. Cuando alguien le hable del derecho a
la vida, recuerden que no les habla en realidad de un derecho para nadie, sino
de una de esas maldiciones a las que nos condena la derechona a aquellos que no
tenemos suficiente atractivo en una cuenta en Suiza.
Imagen tomada de http://panycirco.wordpress.com
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