¿Por qué
pretenden hacerse llamar liberales cuando no lo son?
Les he escuchado criticar a Schumpeter por su
fracaso al frente del ministerio de economía austriaco bajo el argumento de que
era socialista, Les he oído pedir la intervención del Estado para llevar
imponer reformas laborales y recortes a manta, les he visto aceptar con
resignación el dumping chino, el canibalismo empresarial y la competencia
desleal, hasta ser totalmente incapaces de reconocer la corrupción de los
mercados.
El falso
liberalismo, sin embargo no es nuevo porque cualquier teoría económica siempre fue
impulsada por los grandes si les permitía pintar con tonalidades pseudocientíficas
sus enriquecimientos ilícitos. Pero no hay duda de que con el nacimiento de la
Escuela de Chicago este “arte” adquirió una nueva dimensión. Desde el
monetarismo de Milton Friedman, hasta la cuadratura de Merkel, han pasado
infinidad de teorías neoliberales que, a pesar de sus continuos fracasos
sociales, han mantenido firme el paso para que las grandes multinacionales
terminen por adquirir más poder que los mayores estados del mundo y no dejen un
solo mercado por intervenir a su antojo para corromperlo. Después, una horda de
alumnos convencidos de esas escuelas neoliberales aparecen para explicar una
realidad paralela y vendiénder unos ajustes para el supremo beneficio de los
mismos que han creado el problema mientras nos acomodan unos lindos grilletes.
Pero esto no sorprendería si no fuese porque ocurre en unos sistemas donde la
opinión del conjunto es importante: las democracias ¿Cómo hemos llegado a dar
el control de nuestro futuro a sus siervos más convencidos?
¿Qué más da?
Lo importante es saber diferenciar al verdadero liberal de un neoliberal. Y es
muy fácil, el liberal es un economista al que nadie escucha y que abjuró del
actual panorama económico al ver el gran retroceso de las teoría económicas
tras leer “La riqueza de las naciones”, y neoliberal es todo aquel que aún se
autoproclama como liberal y lo único que ha leído es el engañoso prólogo que
escribieron en la Escuela de Chicago para conmemorar uno de los aniversarios de
la gran obra de Adam Smith.
Me decía un ex
liberal, hace tiempo, “cuando Smith nos explica la realidad de los mercados a
través del funcionamiento de una urbe como París, uno se da cuenta de hasta qué
punto están envilecidos los mercados actuales”.
Pero el
liberalismo no se basa solo en los clásicos porque, en teoría, se oponen a toda
intervención, o se oponían, porque hoy repudian también ese camino marcado por
la escuela austriaca. Hoy jamás aceptarían que los bancos quebraran por sus
malas inversiones y obligan al Estado a gastar su dinero en unas intervenciones
que, al final perjudican a los pueblos. Así mismo, no dudan en aceptar la
intervención privada en forma de oligopolios, monopolios, trust… y otras fuerzas empresariales que maquillan y
pervierten las realidades de los mercados. Por último, en el súmmum de la
hipocresía, proponen acabar unilateralmente con los “privilegios” de la clase
trabajadora y los estados del bienestar.
Es curioso
verlos escapar impunemente de la responsabilidad de la crisis mundial que han
provocado, y que a los demás mortales nos ha parecido inevitable de seguir con
sus procedimientos desde finales de los años 90 del pasado siglo. Ahora la
están utilizando para robarles a los pueblos sus últimos rastros de humanidad. Sin
embargo, esos inútiles sicarios que persisten en la estupidez de un error
intentan anular una evidencia clave. Solo saldremos de esta crisis si cambiamos
el chip y atacamos a la raíz del problema: los “gigantopolios”. Para quien no
tenga memoria histórica les recordaremos que en los años 30 vivimos una crisis
de dimensiones comparables y, tras estrellarse una y otra vez con medidas
similares a las ahora impuestas, un presidente norteamericano impuso el New
Dial que dio como resultado el nacimiento del Estado del Bienestar… justo lo
que el neoliberalismo ha empezado a cargarse.
Por
supuesto, en nuestro país, el neoliberalismo usa como ejemplo, solo para lo que
le viene en gana, a Alemania. Pero la economía de este país se sostiene gracias
a la retracción de sus empresas y una masa obrera de origen extranjero que
aguanta estoicamente su paulatino empobrecimiento. Sin embargo, de persistir en
su actitud de deprimir la Europa mediterránea, la retracción, que ya ha llegado
a su límite, empezará a no ser suficiente, y el deterioro empezará a subir
escalones en la sociedad. Pronto la sociedad se dividirá en dos grupos, uno que
culpará al sistema partiendo desde teorías comunistas y otro que culpará a los
extranjeros y sostendrá actitudes neonazis. En muy poco tiempo la situación se
podría hacer insostenible y derivar en una guerra civil con repercusiones más
allá de sus fronteras. Pero el proceso, aunque aún no se nota, ya ha empezado y
a Alemania le quedan un par de años para rectificar su conducta o pasar a ser
el germen de una tercera guerra mundial.
El neoliberalismo
no es la solución, la imaginación y la economía del menos común de los
sentidos, sí, pero solo si llega a tiempo.
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