jueves, 5 de abril de 2012

Es neoliberalimo, el vedadero liberalismo ya no existe.



¿Por qué pretenden hacerse llamar liberales cuando no lo son?
Les  he escuchado criticar a Schumpeter por su fracaso al frente del ministerio de economía austriaco bajo el argumento de que era socialista, Les he oído pedir la intervención del Estado para llevar imponer reformas laborales y recortes a manta, les he visto aceptar con resignación el dumping chino, el canibalismo empresarial y la competencia desleal, hasta ser totalmente incapaces de reconocer la corrupción de los mercados.
El falso liberalismo, sin embargo no es nuevo porque cualquier teoría económica siempre fue impulsada por los grandes si les permitía pintar con tonalidades pseudocientíficas sus enriquecimientos ilícitos. Pero no hay duda de que con el nacimiento de la Escuela de Chicago este “arte” adquirió una nueva dimensión. Desde el monetarismo de Milton Friedman, hasta la cuadratura de Merkel, han pasado infinidad de teorías neoliberales que, a pesar de sus continuos fracasos sociales, han mantenido firme el paso para que las grandes multinacionales terminen por adquirir más poder que los mayores estados del mundo y no dejen un solo mercado por intervenir a su antojo para corromperlo. Después, una horda de alumnos convencidos de esas escuelas neoliberales aparecen para explicar una realidad paralela y vendiénder unos ajustes para el supremo beneficio de los mismos que han creado el problema mientras nos acomodan unos lindos grilletes. Pero esto no sorprendería si no fuese porque ocurre en unos sistemas donde la opinión del conjunto es importante: las democracias ¿Cómo hemos llegado a dar el control de nuestro futuro a sus siervos más convencidos?
¿Qué más da? Lo importante es saber diferenciar al verdadero liberal de un neoliberal. Y es muy fácil, el liberal es un economista al que nadie escucha y que abjuró del actual panorama económico al ver el gran retroceso de las teoría económicas tras leer “La riqueza de las naciones”, y neoliberal es todo aquel que aún se autoproclama como liberal y lo único que ha leído es el engañoso prólogo que escribieron en la Escuela de Chicago para conmemorar uno de los aniversarios de la gran obra de Adam Smith.
Me decía un ex liberal, hace tiempo, “cuando Smith nos explica la realidad de los mercados a través del funcionamiento de una urbe como París, uno se da cuenta de hasta qué punto están envilecidos los mercados actuales”.
Pero el liberalismo no se basa solo en los clásicos porque, en teoría, se oponen a toda intervención, o se oponían, porque hoy repudian también ese camino marcado por la escuela austriaca. Hoy jamás aceptarían que los bancos quebraran por sus malas inversiones y obligan al Estado a gastar su dinero en unas intervenciones que, al final perjudican a los pueblos. Así mismo, no dudan en aceptar la intervención privada en forma de oligopolios, monopolios, trust… y  otras fuerzas empresariales que maquillan y pervierten las realidades de los mercados. Por último, en el súmmum de la hipocresía, proponen acabar unilateralmente con los “privilegios” de la clase trabajadora y los estados del bienestar.
Es curioso verlos escapar impunemente de la responsabilidad de la crisis mundial que han provocado, y que a los demás mortales nos ha parecido inevitable de seguir con sus procedimientos desde finales de los años 90 del pasado siglo. Ahora la están utilizando para robarles a los pueblos sus últimos rastros de humanidad. Sin embargo, esos inútiles sicarios que persisten en la estupidez de un error intentan anular una evidencia clave. Solo saldremos de esta crisis si cambiamos el chip y atacamos a la raíz del problema: los “gigantopolios”. Para quien no tenga memoria histórica les recordaremos que en los años 30 vivimos una crisis de dimensiones comparables y, tras estrellarse una y otra vez con medidas similares a las ahora impuestas, un presidente norteamericano impuso el New Dial que dio como resultado el nacimiento del Estado del Bienestar… justo lo que el neoliberalismo ha empezado a cargarse.
Por supuesto, en nuestro país, el neoliberalismo usa como ejemplo, solo para lo que le viene en gana, a Alemania. Pero la economía de este país se sostiene gracias a la retracción de sus empresas y una masa obrera de origen extranjero que aguanta estoicamente su paulatino empobrecimiento. Sin embargo, de persistir en su actitud de deprimir la Europa mediterránea, la retracción, que ya ha llegado a su límite, empezará a no ser suficiente, y el deterioro empezará a subir escalones en la sociedad. Pronto la sociedad se dividirá en dos grupos, uno que culpará al sistema partiendo desde teorías comunistas y otro que culpará a los extranjeros y sostendrá actitudes neonazis. En muy poco tiempo la situación se podría hacer insostenible y derivar en una guerra civil con repercusiones más allá de sus fronteras. Pero el proceso, aunque aún no se nota, ya ha empezado y a Alemania le quedan un par de años para rectificar su conducta o pasar a ser el germen de una tercera guerra mundial.
El neoliberalismo no es la solución, la imaginación y la economía del menos común de los sentidos, sí, pero solo si llega a tiempo.

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