lunes, 14 de febrero de 2011

El comienzo del fin

Trabajo en una de esas empresas en que, cuando se lo nombras a cualquiera, dice siempre aquello de “qué suerte”.

¿Suerte?... ¡Y una mierda!

En su día, para poder acceder al puesto, tuve que dejar sin acabar mis estudios en la facultad de Ciencias Químicas, también los cursillos de inglés, los de periodismo científico y los de fundamentos económicos, así como algún que otro trabajillo en negro que me servía para pagar aquella vorágine estudiantil. En pocas semanas estaba yendo de casa en casa arreglando los sobrios teléfonos Heraldo y los pérfidos Góndola. Pero para acceder a aquel puesto eventual tuve que superar un examen al que se presentaron más de 10.000 personas sólo en Barcelona.

Tras un mes de cursillo empecé aquella aventura sabiendo que tenía fecha de caducidad, así que, de paso, también me puse a dar cuenta de cada libro o folleto que sobre el tema caía en mis manos. De golpe, unos meses después, aparecieron tres oportunidades seguidas para acceder a fijo. En la primera, para la rama comercial, cinco mil candidatos para sesenta puestos y ya logré el número 59. Desgraciadamente en aquellos momentos algunos los sindicatos metían tajada en los exámenes y se inventaron una segunda prueba donde entraron hasta el 72 para que los hijitos de algunos de esos sindicatos tuvieran la opción de hacerse, de forma subjetiva, con los puestos 59 y 60. Deprimido llegue a la segunda prueba donde la electrónica demandada era muy superior a mis conocimientos del momento. De hecho todos los puestos fueron copados por personas que salían de FP electrónica y las carreras de ingenieros, gente más apta, en aquel momento, para el puesto. Finalmente me colé en otra categoría técnica inferior.

Desde aquel día me los he pasado todos estudiando electrónica, informática y telecomunicaciones para estar al día en unos avances que, en los últimos años, han sido brutales. He trabajado en los departamentos que atendían las más sofisticadas tecnologías y siempre estudiando más por mi cuenta de lo quela empresa me ofrecía. En algunos momentos la empresa intentó contratar a técnicos en telecomunicaciones recién salidos del horno y vieron como aquellos cerebrines se daban de bruces con una montaña de cosas para ellos desconocidas y que los empleados dominaban rutinariamente. Al final cesó porque adiestrarlos costaba casi lo mismo que hacerlo con cualquier otro novato. Las peculiaridades de la empresa siempre han sido difíciles de entender, porque los jefes de compras y los creadores de nuevos servicios, nunca han tenido en cuenta ni las perspectivas de crecimiento, ni la reducción de gastos que supone la homogeneidad.

Sin embargo, desde hace algunos años, eso ya no tiene ningún sentido, pues para escalar a nivel técnico ya no funciona el demostrar lo que sabes y lo que eres capaz de aprender, sino que un equipo elige a dedo a aquellos cuyo “compromiso con la empresa” es más marcado. Y que conste que este compromiso no habla de conocimiento en ninguna de las acepciones de la palabra.

Ha llovido mucho desde el día que accedí a una empresa en que los sindicatos dominantes estaban totalmente corruptos pero mantenían las apariencias y lo único que ha cambiado desde entonces es que ya no se tapan. Se saben invencibles porque, aunque elección tras elección no obtienen ni la mitad de votos que los demás, lo hacen en provincias que poseen más delegados sindicales que empleados. De tal forma que para ganarles se tendrían que obtener 22 veces más votos que ellos. Por otro lado se pueden permitir ese mayor grado de penetración en esas provincias porque reciben más dinero y, en ocasiones, los propios delegados son los únicos votantes.

Hace unos años las leyes prohibieron los antiguas planes de pensiones piramidales en las empresas. A pesar de que en la nuestra llevaba implícito un compromiso de la empresa que la forzaba así a seguir contratando nuevos empleados de tanto en tanto, para no tener que invertir dinero propio en él. A cambio, el dinero del plan lo guardaba la propia empresa en sus cuentas quedándose con todos los intereses que producía. El colmo llegó cuando Telefónica (acabo de dar el nombre) decidió conquistar el mundo empezando por Argentina. Para no pagar intereses a los bancos (entonces estaban sobre el 8% o más) violó el compromiso de no tocar aquella cuenta llamada ITP, y uso sus fondos para adquirir la empresa hermana del otro lado del charco. Los empleados que se jubilaron en aquel momento tardaron en cobrar algo más pues la compañía tuvo que pedir préstamos a los bancos para pagar esas jubilaciones, pero aún le salió más barato que haberlos pedido para el total de lo que costaron los inicios de la aventura americana.

Sin embargo, cuando aún no se había cubierto totalmente aquella fisura, porque Telefónica siguió su periplo comprador por el supermercado accionarial americano, llegó la obligación de cambiar el ITP por un plan de pensiones privado, con una comisión de control elegida entre los sindicatos. Siempre quedará la duda de si volvió todo el dinero del ITP a la nueva cuenta porque durante este proceso los dos sindicatos mayoritarios empezaron a quitarse la máscara.

En un principio, mientras hubo elecciones a las comisiones de control, el plan de pensiones de Telefónica apareció en los ranquins como el más rentable. Pero un Buendía, empresa y sindicatos firmaron unos acuerdos por los que los trabajadores perdían y los dos sindicatos se quedaban en propiedad aquel plan de pensiones. Desde entonces ya volvieron a existir la elecciones a la comisión de control y el plan de pensiones no sólo no ha vuelto a figurar en la élite de los beneficios sino que, año tras año ha acumulado pérdidas (incluso bastante antes de la crisis).

¿Suerte?

Para llegar a mi puesto de trabajo hice codos, nunca fue cuestión de suerte. Una vez dentro, como si del infierno de Dante se tratara, tuve que abandonar toda esperanza de hacer lo que quería si deseaba mantener mi cómoda posición. Y seguí estudiando, ahora cosas que ya no me llenaban. He visto con el tiempo, como, convenio tras convenio se desvanecían las ventajas que nos separaban de los demás trabajadores, aquellos que nunca tuvieron que estrujar sus sesera para nada. Y al final, resulta que el camino nos va a presentar un último escollo insalvable.

Ayer Telefónica cuando hacía una huelga hacía temblar los cimientos del país. De sus logros después se terminaban beneficiando el resto de trabajadores de España. Hoy las leyes de huelga de principios de los noventa, maniatan a un colectivo que navega sin rumbo hacia la extinción. Primero fueron los ERE’s. Si esas jubilaciones a los 52 años que tanto se criticaban desde fuera y que tanto miedo nos daban desde dentro.

Sí, seguro que usted también ha escuchado a la maruja Paca decir aquello de que “mira que enchufaos los maromos de telefónica que se jubilan a los 50”. Claro que esos maromos tendrán que hacer algunos sacrificios en unos años, y los que se quedan verán como unas contratas que no tienen ni puñetera idea, asaltan la red para tenerse que limitar a arreglar los estropicios y a callar, que no producís. Piensen un poquito, porque con jubilación o sin ella, un ERE es un montón de despidos para facilitar a una empresa ganar más dinero (porque Telefónica, o los bancos que también actúan igual, ganan poco).

Y ahora es el recorte total de prestaciones a los empleados. Eso sin bajar las cuotas a los clientes, ni tener en cuenta a los pequeños accionistas (49% del capital), pero a cambio se aumenta el número de ejecutivos y sus descontrolados salarios. La excusa es que la compañía no crece. No es que pierda dinero, ni siquiera que gane menos, ahora la excusa es que no aumentan los beneficios. Y eso que estamos en crisis, cuando esta se acabe la excusa será que los beneficios solo crecen aritméticamente cuando deberían hacerlo exponencialmente.

Hace unos dos años, los sindicatos afines a la empresa firmaron un convenio de aquellos de bajada de pantalones hasta el suelo, aunque había opciones para obtener algo mejor. Sin embargo, pocos meses después, con la llegada del control neoliberal de la crisis, hasta aquel convenio pareció algo bueno. Sin embargo, al empezar el anterior año, según lo firmado nos tenían que conceder un 2% de aumento salarial, la empresa dijo que no estaba el horno para bollos y, sin nada a cambio, los sindicatos de siempre aceptaron rebajarlo al 1% sin ninguna contraprestación conocida. El pasado 31 de diciembre caducó el citado convenio y los entes sociales se reunieron para concertar un prorroga, pero (¡Ah, sorpresa!) la empresa pretendía incluir un montón de clausulas para hacer de sus empleados máquinas inútiles a su servicio. Hasta los dos sindicatos títere se escandalizaron y se levantaron de la mesa de negociación… y ahora viene la respuesta de la empresa…

Se acuerdan que en septiembre nuestro amado gobierno, ex socialista y reconvertido en neoliberal, aprobó la “Reforma Laboral” que nos sacaría de la crisis. Bueno, pues en base a esa magnífica plataforma de reconstrucción, Telefónica ha despedido a dos empleados por cuatro duros y amenaza con aumentar el número de sus soluciones contra la crisis sin los sindicatos no firman las clausulas de esclavitud antes expuestas. Por supuesto la empresa no ha realizado ningún comentario oficial, pero se ha entendido el mensaje. Por supuesto los empleados nos hemos empezado a plantear como contraatacar esta agresión y hemos descubierto que en cuatro leyes nos hemos quedado totalmente indefensos. Todas las opciones que pueden obligar a la empresa a enmendar sus desaguisados, se han convertido, de la noche a la mañana, en ilegales. Todas las trampas que el partido socialista en general y el señor Blanco en particular, han ido preparando para dar caza a los controladores aéreos, ahora se han vuelto contra todo el colectivo de trabajadores y amenazan con acabar con el empleo decente en este país.

A partir de mañana olvídese de hacer una hipoteca porque nadie va a tener ya garantías para pagarla, pero le aseguro a usted que el banco de turno si las va a tener para cobrarla aunque tenga que ver a sus hijos crecer viviendo debajo de un puente. Aunque si va a ser ese su destino ya está haciendo tarde para buscar sitio, que ya quedan pocos puentes y lo que quedan son fiestas consagradas, sábados, domingos y pistolas sin balas.

Es posible que en los próximos días, contando con el interesado olvido de los medios de comunicación. Los pocos empleados que quedan en Telefónica inicien su última lucha. No deben olvidar que antaño ningún trabajador lograba avanzar en sus derechos si antes no le habían abierto el camino los 65.000 empleados de telefónica. Hoy son menos de 20.000 y de ellos un 30% fuera de convenio o atrapados en sistemas sin retorno y de los otros, poco más de 11.000, los servicios mínimos impedirán hacer huelga al 80%. De este modo, cuando a un medio de comunicación se le escape hablar del tema y diga que un 20% de la plantilla de Telefónica ha hecho huelga, sepan que traducido quiere decir el 99%.

Ahora ya se pueden imaginar el problema. Pero si la empresa que ha sido la puerta de los logros para los trabajadores retrocede brutalmente quiere decir que todo el sistema, de abajo a arriba, está en peligro. La aplicación de la reforma laboral en una empresa que obtiene pingües beneficios, como fórmula para presionar a los trabajadores para que acepten su nuevo estatus de esclavos, es el comienzo del fin del sistema democrático tal y como lo conocemos.

De los centros de poder depende darse cuenta de que la actual conjunción de las leyes de huelga, reformas laborales y reformas de las pensiones, significa el fin de nuestra sociedad, de lo contrario… “alea jacta est”.

2 comentarios:

Asiram dijo...

Cada vez que leo algo en relación a este tema me acuerdo del documental "El efecto Iguazú", sobre los empleados de Sintel (guión de Georgina Cisquella y dirección de Pere Joan Ventura): la increíble metáfora que compara nuestra sociedad con las tremendas cataratas de Iguazú. Arriba, antes de las cataratas, todo parece estar en calma y pequeñas embarcaciones navegan, placenteras, como si de un relajado paseo dominical se tratase. Mientras, las embarcaciones que están cayendo catarata abajo gritan desesperadas para avisar al resto sobre su situación de peligro, pero el mismo estruendo del salto de agua impide que sus voces sean escuchadas.
No sé si es tarde para hacer un muro de contención o para alejarse de esa corriente que apunta al vacío, sólo sé que a nadie le gusta caer y que hay que pelear, con los ojos bien abiertos, mirando las barbas de nuestro vecino y negándonos a poner las nuestras en remojo.
Todos y cada uno de nosotros contribuimos a este sistema y, aunque suene idealista, todos y cada uno de nosotros tenemos una parte de la llave que puede cambiar las cosas.
Me uno a vosotros con la parte de esa llave que posee mi persona.

Marisa*

Asiram dijo...
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