Esta mañana mientras iba al trabajo me cruzaba con niños (y niñas) vestidos con la camiseta blaugrana. La mayoría de nosotros cuando fuimos niños tuvimos en algún equipo de fútbol a nuestro o nuestros ídolos y ocasionalmente vestíamos la camiseta que la abuelita nos compró en el mercadillo con los colores de ese club. Bueno yo llevaba la de la selección española, pero es que siempre hay excepciones. Con todo, rara vez las llevábamos a la escuela, primero porque esta solía ser muy estricta con las formas de vestir y segundo porque no se daba la oportunidad. Quizá por todo eso me ha sorprendido ante la marea de niños que con la camiseta del Barça accedía a los colegios.
Ayer, propios y extraños sufrimos hasta casi el infarto con el partido Chelsea-Barça, con una diferencia al sufrimiento de otros momentos parecidos y otras situaciones idénticas: confiábamos en ese equipo. Me recuerdo anoche frente a la radio, con el locutor diciendo que era el tiempo de descuento y repitiendo una y otra vez: “Bakero, bakero, bakero…”. Pero a pesar del sufrimiento ante una derrota que ya parecía cercana, algo me decía que a aquel equipo que había maravillado al mundo entero no le podía pasar. Y así fue… “¡Iniesta… gooool!” Por segunda vez en cinco días la euforia salió a las calles y estaba más que justificada.
Sin embargo, este Barça, que ha vuelto a hacer confiar en el regreso del fútbol como espectáculo, aún no ha ganado nada y, aún así, nos tiene a todos enamorados. Como decía Antoni Bassas, podría no ganar nada este Barça, que tiene encarada la liga y está clasificado para las finales de la Champions y la Copa, y aún así le daríamos las gracias por lo mucho que nos ha hecho disfrutar.
Vivimos en medio de una crisis económica que muerde con fuerza a miles de familias aquí y también más allá, pero, durante poco más de una hora, nuestras angustias descansan en una esfera que se mueve en una ola de elegancia sobre una alfombra verde.
Vivimos asustados por una pandemia o epidemia (o vete a saber que) que dicen salió de algún cerdo allende los mares y, durante poco más de una hora tuvimos todos los antivirales que necesitábamos.
Y no, no fue un gran partido. Tampoco importaba mucho esta vez, después de todo el arte del balón pierde mucho en un aparato de radio, pero veremos la final y allí esperamos ver a ese Barça que ha salvado a las empresas fabricantes de baberos. Porque a los que nos gusta el fútbol de verdad (y poco importa en ese caso cual sea nuestro equipo) no podemos evitar babear como el mismísimo Homer Simson, cada vez que un partido de este equipo se nos ofrece en todo su esplendor.
Señores directivos encargados del merchandaising culé, no se olviden de poner a la venta baberos gigantes con los colores del club y de tenerlos disponibles en las entradas del Nou Camp y busquen un buen fabricante nacional. Contra la crisis imaginación… y fútbol.
¡Felicidades Barça! ¡Felicidades culés! ¡Felicidades amantes del fútbol! Porque, a pesar del pobre espectáculo exibido en Stanford Bridge, ayer gano el concepto del fútbol de verdad frete a la racanería, la destrucción y los malos modos. El papel de malo lo representó el Chelsea, pero lo hizo en nombre de muchos (demasiados) otros que cada día se preocupan mucho más del marcador que de ofrecer el espectáculo que se merece a las miles de personas que les apoyan desde las gradas o desde el otro lado del televisor.
ochrsnmis en www.YouTube.com nos ofrece el gol de Iniesta
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