Corrían los primeros días del verano y en una
conversación entre amigos y familiares, todos de muy diferentes tendencias
políticas, salió el “temita” de la ampliación de “El Prat” (no hay nadie, con
dos dedos de frente, que se atreva a llamar “Josep Tarradellas” al aeropuerto
de Barcelona). De hecho el tema lo sacó alguien que era de “Els Comuns” y se
mostraba, por una parte muy indignado con el hecho de que se pudiera destrozar alegremente
un espacio ecológicamente protegido, pero, a un tiempo, se mostraba esperanzado
con que, estado Podemos en el gobierno, la propuesta mejoraría para hacerse
viable para todos. Que días después Sánchez nombrara como ministra del sector a
una alcaldesa de la zona, sin duda, reforzó su opinión hasta el punto de que
casi llego a creérmelo.
Como en aquella conversación hubo personas de muchos
colores dentro del espectro político catalán, no faltó alguien muy español y
mucho español, cuya actual voluntad de voto desconozco, aunque juraría que la
cosa debe ir muy en la línea de ese PSC descafeinado que se parece más al de
los barones añejos y derechosos, que a aquel PSC que un día defendió a los
catalanes. Este personaje (perdonen que lo diga así, porque además de ser
injusto, no duda en tirarse piedras a su propio tejado) decía no entender por qué
debía ampliarse un aeropuerto catalán cuando ya teníamos un gran aeropuerto en
Madrid. Precisamente él que en plena pandemia se ha largado una semanita a
Canarias haciendo uso de tan innecesario aeropuerto. Supongo que se puede
entender qué me lleva a desestimar lo que acostumbran a decir esos catalanes
tan españoles. Imagino que un poquito más de cultura y sentido común (que es el
menos común de los sentidos) los desespañolizaría bastante.
También escuché la voz de un convencido socialista de
toda la vida, de esos que les cuesta tanto asumir que el PSC lleva algo más de
un lustro dándole la espalda a todos los catalanes. Este mostraba euforia ante
la inversión de AENA y afirmaba que, sin paliativos, el propio Sánchez
obligaría a la empresa aeroportuaria a adecuar su proyecto con las necesidades
ecológicas. Tengo muchas ganas de saber cómo justifica la evolución de los
hechos, desgraciadamente no he hablado con él desde entonces.
También había un par de afines a las post-convergencias,
aunque sus opiniones diferían ligeramente, ambos coincidían en que no se fiaban
de lo que pudiera ofrecer el Gobierno español. De todas formas, para uno lo
importante era aceptar lo que se ofrecía como fuera porque era eso o nada. Sin
duda tenía razón en parte. Por su parte el otro pedía el rechazo de entrada
porque todo lo que no fuese desposeer a AENA del injustificable monopolio
aeroportuario, era una tontería. Y, obviamente, también tenía parte de razón.
Había más personas y alguien próximo a las ideas de
ERC confiaba en el diálogo con el Gobierno español para adaptar la propuesta,
casi como lo que había dicho el del PSC, pero con una menor confianza en lo que
se pudiera lograr.
Finalmente las dos personas de la CUP coincidían
exactamente en que, no solo no debía ampliarse el aeropuerto, sino que había
que limitar el tráfico aéreo y redistribuir parte de este entre los demás
aeropuertos de Catalunya.
Los que estaban allí deberían recordar mi afirmación
de que, en realidad, no existía ninguna oferta de ampliación de “El Prat”. Que
recordaran que ya se habían incumplido demasiadas veces los proyectos de
inversión del monopolio aeroportuario y que lo único que pretendían con aquella
oferta imposible, era desviar dinero hacia el aeropuerto de Barajas
justificándolo, como siempre, en la falta de voluntad de los agentes que
deberían tomar la decisión respecto al aeropuerto catalán. Recordemos también
que en la bolsa de Madrid la catalanofobia cotiza al alza.
Lo más curioso de toda esta indignidad del gobierno
central y de AENA, es que alguien explicó muy claramente que, en lugar de
ampliar la tercera pista, se podía hacer una cuarta pista transversal que
saliera al mar con un bajísimo impacto sobre el delta de El Llobregat,
sabiéndose que el único afectado sería el litoral marítimo que resulta ser de
muy bajo interés ecológico. El problema de esta opción es que es notablemente
más cara que el infumable proyecto presentado por AENA, aunque de un precio
ridículo comparado con todo lo que AENA ha incumplido en Catalunya o lo que ha
llegado a invertir en Madrid en los últimos años.
En definitiva, que si AENA no invierte en Catalunya
es porque jamás tuvo intención de hacerlo, pero que el Gobierno de Sánchez
tenga los santos cojones de culpar a las complicaciones de las negociaciones
cruzadas del gobierno catalán por ello, es realmente indignante y pone en duda
la buena fe de los socialistas y, al no plantarse por estas palabras, también
la buena fe de sus socios de Podemos y “Els Comuns”.
Sea como sea, lo que queda claro es que no es
asumible que siga existiendo el anacrónico monopolio de AENA que, para más inri
supone una notable excepción en lo que supone el gobierno de la mayoría de
aeropuertos europeos. A estas alturas lo único decente que el gobierno de
Sánchez podría hacer es transferir las competencias aeroportuarias a las
comunidades autónomas, al menos en lo que respecta a Catalunya porque el mal
hacer de este monopolio nos ha perjudicado como país desde siempre. Y es que
AENA siempre ha sido un lastre para “El Prat”, del que ha sacado pingües
beneficios a costa de los catalanes y, lejos de invertir adecuadamente, siempre
ha tirado por el lado fácil.
Otro día hablaremos de los puertos, las Cercanías,
el AVE y las autopistas, porque aquí hay un mucho de publicidad y un muy poco
de voluntad de dar a Catalunya las infraestructuras que merece, que le tocan y
que necesita.
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