Imagen extraída de Amazon
Cada vez que un tema de importancia vital se cruza
en el camino de la humanidad aparecen voces disidentes que intentan desviar
nuestras miradas de las causas, orígenes y responsables más obvios. Esta es la
forma de manipulación más retorcida y, al tiempo, más natural que conocemos. Y
es que hay infinidad de intereses que intentan sacar provecho de esos recelos y
paranoias. Son los “conspiranoicos”. Esta
gente, hace unas décadas, eran personas de izquierdas, muy inteligentes y muy
poco sociables, pero que contaban con buenas razones para sospechar que algo no
era tal y como se les decía, aunque rara vez tampoco la cosa iba como ellos sospechaban.
Pero desde hace unos veinte años para aquí, coincidiendo con el boom de Internet,
las redes sociales y, especialmente You Tube, las paranoias de conspiraciones
son una herramienta de poder donde los conspiranoicos ya no son cuatro
individuos muy inteligentes que intentan ver más allá de la información
oficial, sino una horda de borregos que aceptan una serie de montajes
patrocinados que se usan para que mafias y corporaciones puedan neutralizar los
pretendidos valores democráticos de nuestra sociedad.
Claro que la teoría de las conspiraciones usada como
arma de poder, tampoco es un logro que apareció de golpe con Internet. En nuestro
país ya tuvimos un ensayo general hace treinta años con aquello de la “neumonía
atípica” y el aceite de colza. Y es que, aunque es cierto generó muchas dudas
que los diferentes subproductos de la anilina pudiese generar la sintomatología
de aquella enfermedad, también lo es que ninguno de los amigos de las
diferentes conspiraciones que se ligaron a aquel caso fue capaz de hilvanar ni
la más mínima alternativa razonable. Con los años las teorías oficiales se han
ido demostrando más próximas a la verdad al conocerse el índice de toxicidad de
todos aquellos subproductos. De todas formas aquellas teorías de conspiración sí
que lograron que muchos embotelladores de aquel veneno (porque no todo aquel
aceite de colza se vendió como aceite a granel y existió un fraude etiquetando
aquel veneno de muchas maneras) escaparan a grandes penas y sanciones.
Posiblemente aquel fue el mejor ejemplo de lo bien
que resulta generar ruido con las posibles conspiraciones. Hoy vemos como
millonarios como Murdock dirige una campaña a muchos niveles contra “el Cambio
Climático”, desde el bulo de los “Cheimtrails” a la sobrevaloración de los
períodos de calor y frío para limitar el del efecto invernadero y la interacción
humana.
Y, cómo no, la mismísima pandemia de COVID-19 que
nos azota hoy, también da lugar a miles de bulos conspiranoicos, cada uno con
sus propios intereses, pero con miles de borreguitos que se creen esas
elucubraciones a veces, incluso, vestidos con trajes pseudocientíficos que
pueden dar el pego a alguien que no se moleste en desmontar sus ocultas
falsedades. Solo diré que el odio a unas farmacéuticas, siempre prestas a
enriquecerse del sufrimiento humano, ha creado paranoias contra las vacunas que
obvian las necesidades y exageran e inventan efectos secundarios; los intereses
geopolíticos reinventan el origen del virus, el lobby de los vegetales intenta
poner la vista en la alimentación carnívora (sin explicar porqué no hay virus
como este que se ensañen con perros y gatos, mucho más carnívoros que el ser
humano)… Y seguro que aún encontraremos a gente que nos dirá que esta
enfermedad no procede de un virus sino de una substancia extraña que nos ha
sido introducida en el aire, la comida o el agua y desde el típico poder en la
sombra, que es la base de las mejores teorías conspiratorias.
Si queréis identificar el verdadero valor de una
conspiración, haced un examen disimulado a quien os la señala y os aseguro que,
en el 90% de las ocasiones, ni siquiera podrá pasar la prueba ortográfica. Con
los libros, dado que acostumbran a pasar por las manos de correctores, la cosa
se hace un poco más complicada, pero si te empeñas en ello, tampoco tanto.
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