Llevo muchos años detrás de una buena definición de
los términos “nación”, “país”, estado”, “patria”, “nacionalidad”, “nacionalismo”,
“patriotismo”, “pueblo” (no como localidad sino como conjunto de personas)… Y términos
relativamente derivados en forma despectiva, como “patrioterismo”, “nazi”, “nazionalismo”,
“pueblerino”, “plebeyo”, “cortesano”, “separatista”, “unionista”, “constitucionalista”…
Uno, de entrada, pensaría que entiende lo que
significan esos términos, al menos los primeros; pero en cuanto comparas con
personas de diferentes ideologías, filosofías o intereses, te das cuenta de que
tampoco es tan obvio. Y ya no hablemos de las definiciones que dan los
diccionarios y que, lamentablemente nos llevan a tener más dudas. Para evitar
dar más fuerza a las dudas que a las certezas, vamos a quedarnos con los cuatro
términos que son la base de todas las discrepancias: nación, país, estado y
patria.
Han pasado por mis manos y mis ojos muchos libros de política, psicología, sociología,
filosofía, idiomas y todo tipo de ensayos de lo más variopinto, pero
relacionados con el significado de estas palabras para agrandar aún más la
brecha de lo que ya intuía: mi ignorancia, pero también la de los demás. Especialmente la de aquellos que afirmaban tenerlo más claro. Al final lo único que he podido sacar
en claro es en qué afecta cada término. Mientras el país es un término
claramente geográfico y el de estado es político, los términos patria y nación,
siempre llenos de una emotividad, lo que ahonda más en la confusión; pero, por lo
visto, el término “patria” hace más referencia a las fidelidades de los
individuos, mientras nación lo hace a su relación de conjunto ¿Cómo son esas
fidelidades y esas relaciones de conjunto? Ni idea.
El problema de la tremenda ambigüedad de esos
términos, no obstante, los convierte en una parcial arma arrojadiza en que los
teóricos de una composición de países y estados, y otra, utilizan para mantener
sus batallas dialécticas con las que solo pueden convencer a aquellos que ya
pensaban de la misma manera… Es decir, a nadie.
Como catalán no puedo entender que alguien pueda
decir que Catalunya no es una nación porque lo veo en cada calle, en cada
pueblo, en cada ciudad e, incluso, en el paisaje. Sin embargo, he leído libros
enteros que creen demostrar todo lo contrario. El propio Ortega y Gasset (de
engañoso apellido) creía a pie juntillas este punto según se desprende de lo
dicho en “España invertebrada”, claro que también defiende al estado español
como una nación, algo que para mí es totalmente inasumible, pero lo más triste
es que acepta, sin ver la contradicción en ello, la continuidad de la nación
castellana en esa España. He visto como muchos de sus seguidores, e incluso
críticos, soslayan esta contradicción y asumen esta equivalencia sin darse
cuenta de que se les escapa media España en su definición.
Cuando alguien afirma la elegante solución de que el
estado español es un crisol de naciones, podría estar de acuerdo, de hecho lo
estuve durante un tiempo, pero ver como cuaja el enfado de personajes como José
María Aznar, tan contrariado por esta afirmación, que es la única que en la
mitad del Estado podría permitir aceptar la idea de España, cierra la puerta a
la existencia de ese mismo estado. Mientras España no se vertebre concediendo
el valor que merecen cada uno de sus pueblos, será un estado fallido que se
arrastrara en el foro de los países avergonzando sin remisión a muchos de sus
habitantes. Y ver como el PP y sus adláteres de derecha y ultraderecha han introducido
cizaña entre la ciudadanía “castellanista” arengándolos contra los otros
pueblos, especialmente vascos y catalanes, solo lleva a plantearse qué clase de
absurda pretensión de unidad es la suya. Y cuidado, porque esta misma
contradicción la hemos visto en muchos miembros del PSOE y, hasta un miembro
histórico del PCE, como era Francisco Frutos, se dejó fotografiar con la
ultraderecha en una manifestación organizada
por Sociedad Civil Catalana y en contra de la voluntad de autodeterminación del
pueblo catalán.
Personas que no entienden que si no dejas que alguien
pueda ser el mismo no tienes derecho a retenerlo, van mucho más allá del
término nación, pero, sin duda, una vez manifestado el deseo de marchar, que ya
es mayoritario en Catalunya, España, éticamente hablando, solo puede convencer
a los catalanes en positivo o renunciar a esa parte del país para conformar un
nuevo estado, dando a sus patriotas dentro de ese territorio la alternativa de
trasladarse a la parte no escindida o adaptarse al nuevo estado tal y como los
catalanes llevan haciéndolo con España desde siempre.
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