La democracia es, por definición, el gobierno del
pueblo. Y, por muchas vueltas que le queramos dar, esto es algo muy concreto.
Ya sé que desde la invención del término, en la Grecia clásica, se ha venido
teorizando sobre ello. Los mismos filósofos Platón y Aristóteles trabajaron ese
término político, a mi modo de ver, para devaluarlo.
Todavía en nuestros días hacemos clasificaciones de
democracias o sistemas democráticos como si eso fuse posible, cuando en
realidad nos están hablando de grados de acercamiento a una verdadera
democracia. Lo que me llega a preguntarme si existe realmente alguna democracia
auténtica. Términos como democracia indirecta o representativa, democracia
participativa, democracia directa, democracia líquida, democracia continua, o
el más divertido, inventado por Franco para ocultar su régimen criminal:
democracia orgánica; todos estos términos que incluyen la palabra democracia,
solo nos ocultan que el pueblo, o una parte de él, son privados de su derecho a
verse verdaderamente representados en las decisiones políticas que son de su
interés.
Pero, si aceptáis esta versión, supongo que os surge
la sana duda de pensar que, tal vez, no exista una forma real de implementar
una verdadera democracia.
NOTA: Antes de seguir hay que dejar claro que,
aunque República y Democracia no son sinónimos, las mal llamadas Repúblicas que
no vienen avaladas por un sistema que pretende ser democrático, no pueden ser
llamadas auténticas repúblicas, ya que el término de origen latino también indica que debe ser del pueblo (res
publica: lo público). Por otro lado, una democracia que no venga amparada por
un sistema en que su jefe de Estado no sea de elección popular, ya posee una
carencia básica en lo que respecta a su definición como tal. Así pues,
República y Democracia deben ser, por definición, términos inseparables. De todas
formas, aunque un sistema de gobierno venga amparado por estas dos palabras,
aún tendrá que cumplir muchos más preceptos para ser el verdadero gobierno del
pueblo.
Como yo también comparto las dudas que os he
inducido, vamos a buscar las fórmulas que nos puedan permitir crear un gobierno
del pueblo lo más fiable posible.
Lo que está claro es que un sistema democrático
deberá ser plebiscitario, es decir, que en él se consulte lo más trascendental al
pueblo y de la forma más directa posible, que es el voto directo y “universal”.
Pongo entre
comillas el término universal porque de su definición, que no es tan inocente
como pueda parecer, también van a aparecer gradaciones democráticas.
Lo esencial para cualquier democracia es que cada
uno de los individuos se sienta escuchado y representado. Pero todos somos
conscientes de que, cuanto más grande sea el grupo poblacional y el territorio
a abarcar por una democracia, menos representativa y lejana a los individuos
será esta. Por tanto una verdadera democracia deberá separar muy bien los
asuntos globales de los locales, y saber dar la responsabilidad decisoria a los
afectados sin injerencias de aquellos a los que el problema no les incumba en
sentido alguno. Así pues es necesario que un sistema democrático se adapte a la
afectación territorial del problema, por ello debe existir un gobierno de
proximidad y otro, u otros, más generalistas para ser más representativos. Para
ello es muy importante que cuanto más generalista sea el gobierno, menos temas
trate y más territorio abarque. Y cuanto más local, más temas trate y más
cercano a los individuos sea. Un error clásico de sistemas que se hacen llamar
democráticos, es que el control total del dinero esté en el gobierno más
generalista, acumulando demasiado dinero, poco conocimiento de los ciudadanos,
a los que representa muy mal y manteniendo bajo su control demasiados temas que
deberían ser controlados en proximidad, por lo que se realiza una ineficaz
administración. Claro que, si un sistema centralizado es malísimo, caer en el
anarquismo por diluir en exceso la autoridad de las administraciones públicas
tampoco es bueno. Las administraciones deben estar bien definidas, pero
evitando que aquello que atañe en local sea administrado desde la distancia.
Los ciudadanos deben poder controlar sus administraciones correctamente.
Por esto, y por muchas cosas más, algunas de las
cuales veremos más adelante, no se puede aceptar como democrático un sistema en
el que se vote. De hecho estoy harto de escuchar esa perversa falacia de la
boca de personas que no quieren saber nada con una verdadera democracia o,
simplemente, son unos ignorantes irracionales ¡No! ¡Votar no es igual a
democrático! Como mucho, votar, si es que se hace medianamente bien, implica el
término “plebiscitario” (por si antes no había quedado entendido). Porque es
cierto que en toda democracia se vota, pero no es el voto el que hace la
democracia, sino el valor y representatividad de ese voto.
Una cosa que tenemos que tener muy clara es que
cuando hablamos de democracia estamos hablando de una forma de poder… Y esta
palabra, “poder”, puede cambiarlo todo.
En realidad estamos usando “poder” como “gobierno” y
esto, por desgracia, tampoco es cierto.
En cualquier supuesta democracia existen dos poderes
electos: el ejecutivo y el legislativo; y un tercer poder que también debería
ser electo y, en realidad, en el mejor de los casos, es representativo: el
poder judicial. En torno a los valores democráticos de estos tres poderes se ha
hablado mucho y lo único que sacamos en claro es que estos poderes deben quedar
bien separados y diferenciados para poder hablar de democracia. La cuestión,
como no, es la de evitar el abuso de poder. Pero como vamos a ver, esta
separación acostumbra a estar bastante pervertida, empezando por los poderes
legislativo y ejecutivo.
Por ejemplo, en el estado español, en las elecciones
generales votamos a los miembros del parlamento (el poder legislativo), pero al
mismo tiempo, en función de los diputados obtenidos, los partidos políticos
negociarán hasta obtener un gobierno representativo (poder ejecutivo). Por los
pelos aceptaremos que ese gobierno ha salido de nuestros votos porque la
negociación se hace en base al resultado de las elecciones para el legislativo
(las Cortes o el Parlamento, como nos guste más llamarlo).
Hasta aquí podemos aceptar la bondad democrática de
estos dos poderes, pero, desgraciadamente, en momentos de necesidad, el
gobierno puede aprobar toda una serie de leyes sin pasar por el Parlamento, los
llamados decretos ley o, coloquialmente, “decretazos”.
Entiendo que los estados pueden tener emergencias
que obliguen a la aprobación de una ley sin cumplir el esencial precepto
democrático del parlamentarismo, lo que me cuesta entender es que esa ley no
tenga una fecha en corto de caducidad y que su renovación no implique pasar por
el Parlamento o por una validación de un referéndum, que es mucho más
democrático.
Y es que en una democracia donde legislativo y
ejecutivo pueden generar alguna duda sobre su independencia, lo único que podría
evitar esa pérdida de valores democráticos sería una continuada rueda de referéndums
vinculantes sobre los temas más importantes y sin ningún tipo de restricciones
más allá de los territorios de interés.
En un estado presidencialista, como EE.UU., el
ejecutivo es votado separadamente del legislativo. En cambio en Francia, a
pesar de ser presidencialista su Presidente es el Jefe de Estado y posee muchos
poderes ejecutivos, pero también existe un gobierno salido de las elecciones
del legislativo. Con todo, en ambos casos puede darse la contradicción de que
un partido domine las elecciones legislativas y otro las presidenciales
obligando a negociaciones muy beligerantes en la construcción del poder del
estado durante el tiempo en que se da esa contradicción ¿Es eso democrático?
Personalmente creo que no entra en contradicción con lo que debe ser una
democracia, pero si un incordio para todos. Claro que, a lo mejor, la
democracia se basa en eso, en que el poder tenga que actuar con muchas
limitaciones para que el pueblo pueda ser el verdadero guía de ese estado.
Otra cosa más problemática es el poder judicial. Y
es que los jueces, individualmente, ya ostentan poder, pero estos acceden a la
carrera judicial mediante un examen y, en principio, nadie los elige. Claro que
quienes conceden los aprobados y asignan las plazas, están haciendo una
elección donde el pueblo no pinta nada. Sin embargo podemos imaginar a estos
jueces como meros funcionarios. El problema llega cuando se han de elegir los
miembros de los altos tribunales y la cúpula del poder judicial que es quien elabora
la plantilla de muchos de estos tribunales, especialmente el Tribunal Supremo.
En cuanto a este “poder judicial”, el “Tribunal de Cuentas” y el “Tribunal Constitucional”, son elegidos
representativamente por el poder legislativo, con el agravante de que están muy
mal definidas las fórmulas y se admite que, jueces cuyo mandato caducó, sigan
en el puesto. Si a esto añadimos que un partido político con cierta
representatividad, aún en la oposición, puede generar un bloqueo, por
cuestiones ideológicas o de beneficio personal de sus miembros, para que la
renovación no se produzca, ya tenemos una total falta de representación popular
en el poder judicial y, por tanto, no es un poder democrático. Es más, en la
actualidad se está dando el caso de que los altos tribunales están plagados de
una mayoría de jueces con una ideología muy alejada de lo que tendría que ser
una representación popular, y no solo eso, sino que ejercen la justicia
mediante una continuada interpretación de las leyes al límite y de forma no ecuánime,
beneficiando esa ideología y a quienes la profesan, y en contra de quienes se
alejan ideológicamente. Esto, en un sistema judicial no pervertido, constituiría
múltiples delitos de prevaricación. Sin embargo, aquí, a base de quedar impunes
estos malos jueces, se ha creado un bandolerismo judicial que se atreve con
todo, incluso a ejercer un marcado intrusismo dentro de los campos que son
propiedad del legislativo y, especialmente, el ejecutivo. Así el poder
judicial, que es el menos democrático de todos, ha secuestrado al resto de
poderes, eso sí, con el beneplácito de partidos políticos que tampoco respetan
los valores democráticos.
Pero imaginemos un país donde los jueces son buenos
y justos, el gobierno no formula decretos y, cuando lo hace, antes de un año
lleva esos decretos a un referéndum popular. Si ese país fuese España, aún le
faltarían muchas cosas para poder ser una democracia plena.
En primer lugar existen más poderes que los tres
mencionados, pero cuyos mecanismos funcionan a través de ellos. Vamos a conocer
los más importantes:
-La Prensa: Toda democracia debe poseer una prensa
libre, no dogmática y no controlada por ningún poder económico. Además, esa
prensa debe ser capaz de subsistir sin la necesidad de ningún tipo de
subvención. Está claro y demostrado que en nuestro país no es así y encima
ejerce una gran presión para manipular a la opinión pública.
-Los Poderes económicos: en esencia son las grandes
empresas, la banca, las organizaciones empresariales, las empresas energéticas
y, aunque parezca una contradicción, los sindicatos. Todos estos “señores”
intentan influir en los poderes legislativo y ejecutivo. De hecho, la banca,
tiene a los partidos políticos más importantes en deuda económica con ellos. Es
más, PP y PSOE jamás podrán pagar esa deuda, así que no es de extrañar que, a
menudo, las solicitudes de la banca sean escuchadas, sí o sí.
-Los lobby’s: uno pensaría que son los mismos
señores del punto anterior, y en parte así es, pero aquí hablamos de grupos más
concretos como el sector de la tauromaquia, el sector de la electricidad, el
sector de las telecomunicaciones, los amigos de la marihuana, grupos a favor y
en contra del Cambio Climático, los veganos… o grupos mayoritariamente extranjeros
como las farmacéuticas, las petroleras, los transgenetistas, las tabacaleras…
-La Iglesia: desgraciadamente, en nuestro país
determinados grupos ligados a la iglesia católica acostumbran a sobrepasar
todas las líneas rojas, habidas y por haber, y en casi todo momento. De hecho,
la existencia de un antidemocrático concordato con este grupo de poder, nos ha
llevado, tradicionalmente, a niveles de corrupción totalmente insostenibles, a
la par que imposibilitan el natural ejercicio de la democracia más elemental.
Es más, son muchos los curillas que se atreven a hacer auténticos mítines
políticos desde sus púlpitos para favorecer a determinados partidos
(tradicionalmente los menos democráticos). Y esto ignorando que su sueldo sale
de las arcas del Estado y, por tanto, del bolsillo de todos los ciudadanos,
sean creyentes o no.
-El Ejército: en otros países este es un cuerpo al
servicio del estado, pero en el nuestro, dada su extraña alianza con la
anterior dictadura y la nula actividad renovadora de más de 40 años de supuesta
democracia; siguen escuchándose voces amenazantes provenientes de coroneles y
generales que intentan sofocar cualquier conato de auténtica y honesta
democracia.
-Policía: para qué voy a hablar de la policía, si no
has oído bastante de ella tampoco habrás leído nada de lo que he escrito antes
de este punto y por lo tanto no importa.
Después de todos estos grupos de poder, hay un
segundo punto trascendental para no considerar a España como una democracia y
es su sistema electoral. Por un lado el sistema electoral es muy poco
representativo ya que hay provincias donde un escaño necesita de muy pocos
votos y en otras, generalmente las más populosas, donde su precio en votos es
muy elevado. Uno pensaría que esto sirve para representar mejor a las minorías,
pero por desgracia esto no es cierto y, en parte, el culpable es el sistema de
contaje y reparto de la Ley Electoral donde, a través de la regla o sistema d’Hondt,
se premia a los partidos más votados y se castiga a los menos votados con el
fin de “hacer más gobernable el país” por encima de una correcta representatividad
y la supuesta protección de las minorías.
Este último punto tendría una fácil solución, aunque
algo relativa, para el estado español. La solución pasaría, primero por dar más
atribuciones y dinero a los ayuntamientos y CC.AA., y por otro eliminar
diputaciones provinciales, delegaciones del gobierno y el Senado. Esto
reduciría enormemente el número de cargos políticos en pos de una más correcta
vertebración del estado y además permitiría asumir una ampliación del
Parlamento para hacer que todas las provincias tengan el mismo valor de los
votos de cara a obtener representantes. El valor de votos por diputado tendría
que establecerse de antemano, sumándose los remanentes nacionales por partido
para la obtención de diputados adicionales, asignados por el propio partido y
dejándose como escaños vacios y sin pagarse, por aquellos que la abstención así
lo ha decidido. De este modo ya no se beneficiarán más económicamente determinados
partidos que han hecho campañas decididas a provocar desafección por la
política ¿Cuántas veces no se ha beneficiado política y económicamente el PP de
esta estrategia? De hecho, entre 2004 y 2018 pudo haber desparecido hasta en
cuatro ocasiones de no ser por la abstención en determinadas provincias que le
dieron los escaños suficientes para pagar, vía subvenciones, los intereses de
sus préstamos (no entraremos en los hipotéticos chanchullos económicos).
Otra cosa que ha manifestado un concepto erróneo de
democracia es la constitución de los sindicatos de trabajadores. Sí, esos que
antes hemos tratado como un poder económico. Y es que la fuerza laboral es un
importante y necesario activo para las empresas y, por tanto una fuerza
económica no exenta de poder. Pero en el actual sistema los sindicatos no son
totalmente una representación de los trabajadores. La primara razón es que los
sindicatos más importantes siempre han estado ligados a partidos políticos en
mayor o menor medida. De hecho la CNT, a principios del régimen del 78, fue
atacada hasta su no legalización, precisamente por no acercarse a ninguna de
las fuerzas políticas que aceptaron la renuncia de los trabajadores a sus
derechos por los crímenes del franquismo. Bueno, como ya os habrán contado, la
cuestión es más complicada y entrar en ella no nos ayuda en nada para lo que
trato de explicar.
Los actuales sindicatos se mantienen a través de las
subvenciones estatales, basadas en la representatividad de estos en las
empresas donde se llevan a cabo elecciones sindicales; y por las cuotas de
afiliación que pagan muchos trabajadores. En general, vemos que los sindicatos
suelen tener más fuerza cuanto más grandes son las empresas, pero también es
bien visible que los sindicatos victoriosos son, casi siempre, UGT y CC.OO. a
pesar de que los trabajadores, en la gran mayoría de los casos, otorgan un rotundo
suspenso a su actividad. Tenemos sindicatos, sería aterrador que no los hubiera,
especialmente en un país donde los directivos acostumbran a basar sus triunfos
en pisotear a los trabajadores.
El cambio que yo propongo es más sicológico, pero
creo que sería efectivo. La idea se basa en que cualquier persona o entidad se
debe a sus clientes y estos son, inapelablemente, aquellos que le pagan. Uno
debe su trabajo a quien le paga por él, pero resulta que el dinero llega a los
sindicatos, por un lado de las administraciones públicas y por el otro de las
cuotas de los afiliados. El drama es que la gran mayoría de trabajadores paga
sus cuotas sindicales a través de un descuento en la nómina, con lo que el
dinero llega a los sindicatos a través de las empresas y estas pueden llevar un
perfecto control de a qué sindicato está afiliado cada trabajador, lo que
además puede suponer un atentado a sus libertades en caso de mala fe por parte
de dicha empresa (algo nada descartable si somos correctamente suspicaces).
Mi propuesta es que los trabajadores paguen la cuota
completa directamente al sindicato, sin intermediarios y sin que la empresa
tenga que tener constancia de ello, pero sí el Estado que devolverá hasta el
último céntimo al trabajador. A cambio, el estado obligará a todos los
trabajadores, incluidos los directivos de empresas, a estar afiliados a algún
sindicato. En las empresas que, por su tamaño, se realicen elecciones
sindicales, estas seguirán dándose y los trabajadores podrán votar a un sindicato
diferente del que estén afiliados. También se obligará, a aquellos delegados
sindicales que por convenio han obtenido el derecho a cambiar todas sus horas
de trabajo por horas sindicales, a una productividad administrativa en sus
labores sindicales, forzando a los sindicatos a que los delegados sindicales,
que estén en esta situación, sean los más efectivos en sus tareas sindicales.
De este modo también se evitarían muchas suspicacias consiguiendo una mayor
confianza de los trabajadores hacia los sindicatos.
Otro lamentable asunto que merma la democracia de
nuestro país son las actividades de policías, fiscalía y jueces de instrucción.
Dado que en todas esas instituciones existen buenos elementos, por muchos malos
que existan realmente, bien poco se puede hacer estructuralmente si antes no
cambian el resto de estructuras del estado. De todas formas, hasta que la
mayoría de irregularidades que se dan en estos cuerpos no estén solucionadas,
hablar de democracia en España solo sirve para contar chistes agrios (no
confundir con ácidos).
Ya hemos hablado de la monarquía y de la república,
y si es obvio que una monarquía jamás será democrática, añadir que un presidente
estatal, en lugar de una Casa Real, supondría cientos de millones de ahorro
para el estado.
Uno de los más agrios temas de España es el de las
CC.AA. Los partidos antidemocráticos siempre nos hablan de las duplicidades que
esto supone. Claro que lo que ellos ocultan es que estas duplicidades se dan
porque el estado central sigue controlando temas que no deberían ser de su
competencia. Su idea es mantener un excesivo cuerpo funcionarial en Madrid y un
flujo hacia la capital de dinero que debería quedarse en Ayuntamientos y CC.AA.
Recordemos que es más fácil echar mano a la caja cuando esta está más llena que
cuando está vacía. Solo hace falta ver como hemos visto un PP que lleva toda la
vida escondiendo extrañas maniobras financieras y que ha sido en plena crisis,
con las vacas flacas y las arcas vacías, cuando se ha echado cuenta de esas
extrañas maniobras (véase mi habilidad para no utilizar la palabra robar que
tantas ampollas levanta).
NOTA:
Cuando alguien te diga que “todos roban” o que “todos los políticos son malos”,
debes saber que, o bien estás delante de un manipulador que pretende generar
desafección política o de un tonto que se ha dejado manipular y pretende
compartir su carencia de sabiduría sobre aquello que debería importarle y
mucho. En cualquier caso evidenciar que si alguien dice que “todos roban” hay
que aclararle que está afirmando que él mismo es un ladrón, pero que te ofende
porque tú no robas. En cuanto a lo de que “todos los políticos roban” aclararle
que todos somos políticos, le guste o no, eso sí, unos más ignorantes que
otros. Si no queremos que la política nos moleste tanto, lo que tenemos que
hacer es preocuparnos por saber más sobre todo lo que nos afecta y, sobre todo,
que trabas podemos encontrar. Esta parte de las trabas es lo que muchos
inconsecuentes no quieren ver y por ello son víctimas propiciatorias del
populismo.
El pueblo debe estar educado, en especial en temas
de política y administraciones públicas. Recuerdo que en tiempos de Zapatero se
trató de poner en marcha la asignatura “educación para la ciudadanía y los
DD.HH.”. Aquel era un buen comienzo, pero que fue muy poco entendido. Aunque lo
que este estado necesita es un conocimiento real para toda la ciudadanía y,
sobre todo, que esta tenga empatía suficiente para aceptar todas las
diferencias y no solo las que se le publicitan (siento si no se entiende lo que
quiero decir con esto, pero aún preparo un texto sobre el tema y estoy
encontrando muchos problemas para superar los enormes tabús que hay a su
alrededor).
Arreglando todo esto, España tendría una oportunidad
para ser una democracia, eso sí, después de haber aceptado la creación de una
ley de autodeterminación.
Finalmente recordar que si bien la democracia
perfecta es una utopía, siempre podemos aproximarnos tanto como para que la
sensación de todos los ciudadanos de un estado sea la de ser tenidos en cuenta
y ser respetados dentro de él, y no que solo se sientan bien los cuatro que se
acostumbran a beneficiar de los demás sin quererlo reconocer. Para ello la
división en CC.AA., si se hubiera hecho bien, otorgando a estas todas las
competencias debidas, hubiera sido un gran avance en democracia, igual que lo
sería un estado federal, pero la máxima democracia nos orientaría hacia un
estado confederal al estilo de Suiza.
Así que no, la democracia no se basa simplemente en
votar, sino en el principio de que todos somos iguales de verdad, sin “orwellismos
granjarios”, con derechos y deberes, sin engaños, con toda la información al
alcance, respetando a individuos y minorías, y acercando las instituciones a
todos los individuos. Que se dejen de monsergas patrioteros, ventajistas,
populistas, proselitistas y hartos de prebendas, la democracia es otra cosa.
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