sábado, 3 de mayo de 2008

Sobre la ley de paridad




Llevo varios días dándole vueltas a este artículo sin atreverme a publicarlo, eso también justifica el retraso con que aparece ahora, pero es que temía que fuese mal interpretarlo por mis lectores. Soy consciente de que en algunos puntos puede oler a machismo e incluso a excusas de mal pagador, pero lo cierto es que, quien me conoce, sabe que eso no es así. Siempre he sido un gran defensor de la igualdad, es más, pongo en práctica esos principios en todo momento y tengo el convencimiento de que la igualdad beneficia tanto a hombres como a mujeres (de hecho creo que aún beneficia más a los hombres… aunque les de algo más de trabajo) .Por ello quiero dejar claro que no estoy contra el espíritu de la ley, sino contra el momento en que se aplica y, que lo que realmente pido, es que se trabaje más en la educación y en toda una serie de leyes que eliminen los malos ejemplos sociales que nos dominan.




Sobre la ley de paridad.



Está claro que para lograr la igualdad entre hombres y mujeres en un país de tan rancias tradiciones, donde la misoginia ultracatólica ha repartido sus bendecidas hostias a diestro y siniestro por los siglos de los siglos, hacen falta leyes que empujen a la sociedad, cual perros pastores, hacia el deseado redil donde sólo la lógica y la justicia gobiernen las relaciones sociales. Pero, personalmente, no creo que la actual ley, por lo menos planteada en los actuales términos, sea el recurso más adecuado. No porque no apunte al objetivo, sino porque lo hace con demasiada precipitación y, sin embargo, fuera de los ámbitos políticos, no tiene la necesaria incidencia.


Antes de que alguien me tache de machista o de “pepero”, vamos a pormenorizar. Para algunos ha sido una sorpresa que el señor Zapatero, en la presentación de su nuevo ejecutivo, se haya fotografiado con nueve mujeres y ocho hombres. El hecho simbólico, incrementado con la fotografía de la toma de posesión de la ministra de defensa, Carme Chacón, embarazadísima, dirigiendo a las tropas, son de un enorme impacto visual y favorecen positivamente la persecución de ese noble objetivo, pero existen en esos mismos hechos unos puntos oscuros muy peligrosos para la causa.


El problema esencial es la descompensación porque, si bien es cierto que desde hace unos quince años, o más, el número de mujeres que cursan estudios universitarios es superior al de hombres, a la hora de ejercer estas se retiran dejando el campo franco a sus colegas varones en demasiadas ocasiones. El tradicionalismo social, que es lo que, en definitiva, por el bien de hombres y mujeres, hay que erradicar, impide la necesaria igualdad. El mundo de la política no es una excepción y, a la hora de contabilizar afiliados, los hombres superan por goleada a las mujeres y la tendencia se dispara a la hora de pretender cargos (en esta parte también puede tener algo que ver, aunque menos de lo que se piensa, la cuestión hormonal). Personalmente no dudo de la valía de las mujeres que optan a los puestos, pero esa “discriminación positiva”, que propugna la actual ley, termina por convertirse en una clara discriminación negativa para el valor general de los profesionales. Tal vez no suponga un gran problema para los grandes partidos políticos, donde sus enormes bases ofrecen abundancia de personas de ambos sexos dispuestas para los cargos, pero cuando hablamos de pequeñas agrupaciones que aún deben recorrer un enorme camino, esto se convierte en una traba insalvable. Estos pequeños partidos encuentran su primer problema a la hora de completar sus listas electorales. En las pasadas Generales tuvimos el ejemplo del Partido Pirata apartado por falta de féminas… ¿Es eso democrático?


De cualquier forma, la falta de implicación del sexo femenino combinada con la citada ley, suponen una perdida, en muchos aspectos, de los valores que pretende defender. La igualdad es una necesidad (no me canso de repetirlo), pero debe empezar a construirse en los planes sociales y educativos para crear un sustrato que permita aplicar leyes como la actual sin grandes perjuicios para la sociedad. Aunque se puede pensar que en esa situación ya no sería necesaria, lo cierto es que el empujoncito final siempre será necesario, pero no cuando la sociedad actual está tan lejos de ese momento. Dentro de este ámbito de cosas se tienen que implementar políticas contra las tendencias antidemocráticas de corpúsculos como la iglesia católica y otros que pretenden seguir inculcando el ideal de una mujer sumisa. El tema es más complicado de lo que parece, sólo hace falta ver unos pocos anuncios de televisión o visitar cualquier casa de juguetes, en seguida nos damos cuenta del estado de segregación sexual en que vivimos.


Hay que aceptar que el espíritu de la ley es bueno, pero las leyes deben ser acordes a la sociedad en que se instauran porque, en caso contrario, terminan por atentar contra los principios democráticos en lugar de potenciarlos. Por otra parte hay que ser conscientes de que una discriminación, por positiva que esta sea, siempre es una discriminación y, por tanto, un ataque a alguien que perderá su lugar a pesar de merecerlo y, por tanto, se cometerá una injusticia.





Todo es importante, pero poco lo es más que el respeto a las demás personas.


Fotografía tomada de la web de "La Moncloa".

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