Cuando se menosprecia a los best-sellers siempre se intenta decir que eso no es literatura, pero entonces ¿qué es literatura? Pues resulta que, después de las frías definiciones de los diccionarios que no excluyen de ninguna forma a esta clase de “literatura”, los expertos no se ponen de acuerdo en la autentica definición de literatura. El caso es que no existe un ente competente que pueda decir esto es literatura y esto no lo es. Sin embargo, la gran mayoría de las definiciones incluyen la idea de que la literatura es el arte de escribir. Como con el propio termino literatura el termino arte está sin definir verdaderamente, pero podemos aceptar que es arte aquello que se hace con voluntad de ello y por tanto si uno dice que hace arte está haciendo arte, de la calidad de ese arte ya nos ocuparemos en otro momento; así pues, literatura es todo aquello que se hace con la voluntad de hacer arte.
Ya hemos definido a la gran mayoría de los best-sellers como literatura, ahora vamos a hablar de su calidad como tales. Para ello tendremos que definir los parámetros de calidad de la literatura y esto es infinitamente difícil. Si los expertos no lograban ponerse de acuerdo para definir que era literatura crear una gradación raya en lo imposible. Así pues solo la valoración de cada lector es la buena. Pero sucede en la literatura, como en todo, qué muchos queremos conocer el valor de una obra antes de leerla, sin embargo, la valoración de unos críticos u otros puede ser más o menos próxima a nuestros gustos, por ello también tendremos que experimentar el valor de estos y convertirnos en críticos de los críticos para poder obviar aquellas obras literarias que solo pueden hacernos perder el tiempo.
¡Sí!... perder el tiempo. Porque el siguiente punto es qué nos aporta una obra literaria: placer, cultura, conocimiento técnico, capacidad para pensar, sentimientos, información vacua, aburrimiento… Tal vez, a la hora de evaluar cualquier texto deberíamos tomar en cuenta estos valores.
Recuerdo un cartel, en el ya desaparecido barrio de “La Perona” que decía:
EL PINCHAUBAS
SAREGLAN PARAGUAS
CONFIE NEL PINCHAUGAS
VARATO
El texto aportaba información, sin embargo, la forma del mismo también podía definir al lector que hacía uso de ella. Por su ubicación, cada día lo leían un centenar de personas nuevas de media. A lo largo de los más de dos años que estuvo colocado pudieron leerlo unas sesenta mil personas, lo que lo convierten en un auténtico best-seller. Tal vez para el Pincha-uvas, que no sabía ni escribir su apodo, aquel cartel era una obra de arte y el texto el más inteligente del mundo, a la par que el más largo que había escrito nunca… era literatura y según aquellas premisas era la mejor literatura posible. Vilipendiarlo parece fácil y, sin embargo, es un gran error.
Quién no ha escuchado en radio o televisión una de esas tertulias de estirados escritores, donde se alaba un tipo de obras y se crítica otras. La pedantería del tertuliano le lleva hacer una exagerada defensa de lo que él cree clásicos contemporáneos, en ocasiones meros tochos somníferos plagados de murallas formadas por aburridas frases y ampulosas palabras, como si con esa defensa su propia obra se impregnara del valor que el da a esos autores. Por otro lado, se ataca en un discurso exageradamente negativo a obras de gran éxito comercial, más del que ninguno de los tertulianos tiene, con las acusaciones que todos conocemos. Obvian el arte de llegar al lector, interesarle y aportarle lo que el quiere; negándose a aceptar que, tal vez, esa es la nueva literatura.
La literatura debe llegar al lector y eso lo aprendió, o debió hacerlo, uno de esos conocidos escritores de tertulia que se acerco hasta la casa del Pincha-uvas para pedirle que rectificara el cartel.
--¿Ujté pue cel-lo meho? –le dijo riendo el Pincha-uvas--.
Ante la altanera afirmación del escritor el gitano le entrego idénticas herramientas a las que él había usado para confeccionar el primer cartel y el escritor picó el anzuelo. Cuando estuvo acabado le dijo:
--Mu bien payo… ara cuegalo ensima er mío, vete a l’otra cera y lelo.
Ambos cruzaron la calle y miraron los carteles y, mientras el viejo se leía perfectamente con sus faltas de ortografía, el nuevo, con el trazo demasiado fino y las letras demasiado juntas en solo dos líneas, era totalmente ilegible.
--Y aluego disen loh payos c’hasen litiritura.
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