En las últimas semanas han aparecido algunos
artículos, la mayoría producto de los enterados del parchís de turno, pero hay
alguno, incluso, de un inmunólogo israelí, que en su momento apostó por la
teoría de lo inevitable y que, ahora, se ha convertido en un héroe para los anti
vacunas que aún entienden peor que él la realidad de lo que estamos viviendo.
Para entrar correctamente en el tema os resumiré un
artículo que leí en 1982 y otro de comienzos de los años 90 que junto a una
amplia bibliografía sobre virus y similares, me han permitido ver esto desde un
punto de vista propio.
El artículo del 82 hablaba de estrategias frente a grandes
epidemias pulmonares (recordemos que en aquellas fechas se empezaba a hablar de
una nueva enfermedad cuya forma de contagio aún se ignoraba, pero que algún
tiempo después conoceríamos como SIDA). Según el artículo, si el contagio se
extendía rápidamente y era imposible de parar, la mejor estrategia era alargar
el máximo tiempo posible la epidemia, frenando al máximo los contagios, con el
fin de que el virus redujera su virulencia de forma natural o, incluso, dar
tiempo a crear vacunas (parciales o completas) y estrategias para el
tratamiento de la enfermedad. No voy a entrar en las explicaciones,
mayoritariamente de tipo matemático, que daban el autor o los autores. Sin duda
es el fiel reflejo de lo que hemos visto estos dos años.
Por otro lado, el artículo de los años 90 hablaba de
lo que podía significar el Cambio Climático en la recuperación de enfermedades,
especialmente de origen vírico, que nuestro sistema inmunitario no podría
recordar. El artículo era más amplio y también hablaba de la pérdida de
efectividad de los antibióticos frente a las enfermedades bacterianas que
también podrían darse, pero lo que más me interesó fue la proyección, nuevamente,
de una enfermedad de transmisión aérea.
Cuando a comienzos de siglo el SARS 1 (otro
coronavirus) se convirtió en una amenaza de pandemia, con muchos casos
alrededor del Mundo que, afortunadamente, fueron controlados con medidas anti
contagio. Ya tuvimos un claro aviso de que tarde o temprano pasaríamos por una primera
pandemia de cierta gravedad.
En contra de lo que muchos piensan, aquel aviso no
fue tomado a la ligera por la comunidad científica, pero su estudio desveló
algunos detalles que generaron bastante inquietud. Una de las cuestiones más
interesantes fue que, tanto chinos como norteamericanos, estuvieron, durante
década y media, buscando una vacuna efectiva contra el SARS 1. Finalmente se crearon
muchas estrategias para encontrar una vacuna efectiva, pero entre 2014 y 2017 se
fueron cerrando todas las líneas de investigación sin haberlo logrado.
Así que, cuando apareció el SARS 2 no hubo que
partir de cero. Lo malo es que también sabíamos que si queríamos una vacuna
rápida que pudiera lograr que el virus no diezmara la población del planeta,
tendríamos que aceptar que su protección no llegase al deseado 99%.
El gran peligro de cualquier virus de fácil transmisión
en nuestros días es la globalización. Que miles de personas se desplacen a
diario de un lugar a otro de la Tierra, facilita mucho el desplazamiento de
cualquier enfermedad. Así es como el COVID-19 llegó a casi todas partes.
Algunos países con menos trasiego, como Nueva Zelanda, lograron, a través de
medidas profilácticas y confinamientos a la más mínima, que el virus tuviese una
baja incidencia, otros, a pesar de tener agresivas políticas de vacunación,
debido a prácticas religiosas contraproducentes en un estado pandémico, no
lograron frenar la saturación de sus hospitales.
¿Quiere eso decir que las vacunas no sirven o que
los gobiernos, en general, lo han hecho muy mal? Rotundamente no. Y es que la
estrategia correcta sigue siendo la que explicaba el artículo de 1982. Hay que ralentizar
los contagios al máximo posible, vacunar a toda la población y mantenerla en
los mejores parámetros de inmunización posibles, para reducir eso que llaman
carga vírica, pero también para que el mayor número de gente tarde a entrar en
contacto con el virus dando tiempo a la posibilidad de que el virus se adapte a
la especie humana ya que nuestra especie lo tiene más complicado para adaptarse
al virus.
Algún día, es posible que se invente un virus definitivo
contra la COVID, igual que, tal vez, se logre contra la gripe, el SIDA o el
Ébola, pero, de momento tenemos que hacer servir las vacunas que tenemos y que,
aunque sea relativamente, las estadísticas demuestran que han reducido entre 6
y 10 veces la letalidad de una enfermedad que podría haber acabado con la
humanidad. Desgraciadamente hay muchos países donde no se están pudiendo poner
todas las vacunas necesarias y que podrían limitar efectivamente la transmisión
de la enfermedad.
En plana sexta ola se habla de que, a partir de
primavera podríamos dejar de considerar el nivel de gravedad de COVID. Sin
embargo, tenemos que ser conscientes de que, a pesar de que en España estamos
teniendo el índice de contagios más elevado de toda la pandemia, las muertes
registradas están en torno a unas 100 diarias cuando, con menos contagios, hace unos meses
los decesos estaban por encima del millar diario. Aquí ha tenido muchísimo que
ver la vacunación, ya que la mayoría de los que hoy mueren son personas con
algún tipo de depresión inmunitaria o sin vacunar. Puede que las nuevas
variantes del virus se escapen más a la inmunización de la vacuna, aún así se
logra una menor carga vírica, con lo que hay un aumento de las sintomatologías
leves.
Como conclusión, la teoría de lo inevitable es un
absurdo propio de personas que no deberían autodenominarse inmunólogos. Los
confinamientos y las medidas profilácticas, han retardado los contagios, las
vacunas han reducido la gravedad de los casos y la evolución natural del virus
está dando como resultado una enfermedad más asimilable por los sistemas
sanitarios. No olvidemos que las epidemias de gripe cada año se llevan entre
800 y 10.000 vidas en nuestro país.
¿Quiere esto decir que ya estamos a salvo? Ni
muchísimo menos, pero sin las vacunas posiblemente tendríamos que plantearnos
vivir (en caso de haber sobrevivido) en un mundo postapocalíptico. Aunque tenemos
que tener en cuenta que, aunque a partir de esta primavera amanezca una nueva
normalidad, el COVID seguirá siendo una de las muchas espadas de Damocles que
cuelgan sobre nuestras cabezas.
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