Fascismo, Nazismo, facha, franquismo...
La ultraderecha, la derecha, la prensa asociada y,
cada vez más, los ámbitos de la política, están cambiando nuestro lenguaje y el
significado de las palabras hasta el punto de que ya no sabemos muy bien de lo
que hablan, pero aún así, no podemos permitir que confundan determinadas
realidades. Desgraciadamente, si uno no es cuidadoso y se atreve a informarse
adecuadamente, es susceptible de caer en las trampas y engaños perversos de
esta gentuza sedienta de poder.
En el número uno de las manipulaciones siempre está
esa obsesión por poner rabo y cuernos a la izquierda. Y sabemos que les
funciona muy bien. Pero cuando se les acaba la dinamita para los pollos cruzan
a la otra orilla de la manipulación y nos tratan de vender que el fascismo y el
nazismo son fórmulas de la izquierda y, aunque no es verdad, para quien no sea
capaz de informarse, ellos les podrán vender su teoría alternativa que, por
otra parte, muchos de ellos han asumido hasta creérsela. Sí, de verdad, algunos
se la creen. Tendrían que ver la cara de uno de estos individuos cuando, con
documentos históricos, les demuestras cual es la realidad. Por supuesto, su
primera respuesta es la negación y algunos huyen ante la posibilidad de ver
desmoronarse todas sus creencias. Es como hacer un exorcismo, no falta ni las
vueltas a la cabeza, la levitación hasta el techo o el vómito verde…
Bromas aparte, vamos a intentar explicar qué es en
esencia cada una de estas cosas y su origen.
EL FASCISMO
Empezaremos con el fascismo que, en contra de lo que muchos piensan, es el más
complejo. Curiosamente la complejidad de su definición choca con la de su uso
más habitual que implica “dar soluciones” sencillas a problemas complejos.
El fascismo nació en el periodo de entre guerras
como intento de respuestas a muchos temas que habían quedado pendientes. No es
tan extraño, de hecho fueron muchas teorías, ideas y acciones las que
circularon en aquellos años por toda Europa, pero no todas encontrarían un
camino para sobrevivir y, sobretodo, un terreno fértil sobre el que arraigar.
Para conocer la idea inicial sobre la que se
construyó el fascismo tenemos que seguir la evolución de un personaje esencial:
Benito Mussolini.
Hijo de un trabajador socialista y una maestra de
profundas creencias católicas, era el mayor de tres hermanos y su padre puso
grandes esperanzas en él como demuestra que le pusiera el nombre de Benito en
honor al presidente reformista mejicano Benito Juárez. Corría el 1883 y el
norte de Italia aún estaba influenciado por la etapa de unificación del país,
el recuerdo de Napoleón III y su relación con México. Aprendió la profesión de
herrero de su padre y, fruto de su estrecha relación, absorbió las ideas
personalizadas de su padre sobre el socialismo y creció su intención de hacer un
mundo ideal, pero sin conocer las verdaderas filosofías del poder. Con todo
conoció parte de las teorías del humanismo a través de su padre idealizando
figuras como el nacionalista Mazzini y el autoritario Garibaldi, pero también
el anarquismo de Bakunin y Carlo Cafiero.
Pero el tema religioso era un conflicto con el que
había aprendido a negociar a través de las diferencias y acuerdos de sus
padres. Él mismo fue bautizado mucho tiempo después de nacer, en lugar de serlo
enseguida como era costumbre en Italia. También terminó estudiando en una
escuela salesiana como acuerdo con su madre. Sin embargo, fue expulsado por su
más que mala actitud y que incluía actos tan graves como lanzamiento de piedras
a la congregación después de misa, clavar un cuchillo en la mano de otro compañero
o el lanzamiento de un tintero a un profesor. Hoy sería obvió que algo no
marchaba bien dentro de la cabeza del joven Benito y sería puesto bajo la
mirada de un psiquiatra (como sí pasaría con otro personaje histórico como
Hitler, al que atendió el mismísimo Sigmund Freud pero con igual mala suerte).
Con todo, fuera de la escuela religiosa, Mussolini
reemprendió sus estudios con muy buenas notas, llegando a calificarse como
maestro de escuela elemental en 1901.
En 1902, con 19 años, Mussolini creía en el
nacionalismo republicano y tuvo la oportunidad de pronunciar un discurso
cantando las virtudes de este sistema. Pero en seguida emigra a Suiza para
evitar el servicio militar (esto sería un paralelismo muy curioso con Abascal,
el actual líder de VOX, militarista de postureo), pero no logra un empleo fijo.
Hoy en día esto no sería tan extraño, pero entonces no era así y, aquel que no
mantenía un trabajo mucho tiempo, era un bulto sospechoso. Sin embargo, a nivel
intelectual no es un tiempo estéril pues estudia a Nietzsche (cosa que le
hubiéramos agradecido que se ahorrara), la vertiente sociológica del economista
Vilfredo Pareto y la sindicalista de George Sorel. Sin duda alimentaba la
semilla de la revolución, aunque aún no tenía claro en qué dirección. Otras
figuras son citadas por Mussolini en aquellos tiempos, como Charles Péguy o
Herbert Lagardelle. Uno pensaría que estaba pasando por una fase sindicalista,
pero viendo los precedentes y, sobre todo, lo que vino después, estaba tomando
contacto con el control ideológico de las masas y su uso para el ejercicio del
poder desde dentro y desde fuera. De hecho sabemos que lo que más impresionó al
joven Mussolini fue el neo-maquiavelismo. Sin duda el narcisismo ya estaba presente aunque aún
no tuviese los medios para manifestarse. Le gustaba escucharse en discursos a
los trabajadores y formó parte activa del movimiento socialista italiano en
Suiza, escribiendo en todos los medios a su disposición.
En 1903 lo detiene la policía en Berna por defender
una huelga general violenta y pasa dos semanas entre rejas para ser deportado
después. Pero tal como es deportado se vuelve a colar en Suiza y en 1904 es
pillado en Lausanne por falsificar su documentación. Estando entre la espada y
la pared acepta la amnistía a su condena por deserción a la que había estado
condenado in absentia y, a cambio, es alistado como supuesto voluntario al
Resgio Esercito, donde pasa algo más de año y medio. Tras este periodo vuelve a
ejercer de maestro de escuela. Pero en 1908 retoma sus actividades de
“sindicalista de élite”, primero en el Tirol italiano, entonces bajo el control
del Imperio Austro-Húngaro del emperador Francisco José; y después en Milán en
1910.
En 1911 Mussolini ya es un socialista de renombre a
nivel nacional. Ese año participa en una auténtica revuelta contra la guerra de
Libia, lo que le llevaría a prisión durante cinco meses (tuvo suerte, si eso lo
hubiera hecho en nuestro país y en nuestros días, aún estaría esperando para
salir de prisión). Otra cosa que sería extraña en nuestros días es que se le
denominara periodista por el simple hecho de estar muy presente en los medios.
Muchas biografías hablan de Mussolini en estos años como de un periodista
político, pero no era esa su profesión, aunque utilizaba la prensa tal y como
la usa hoy la derecha para vendernos toda su mierda, su ideario, su psicología.
En ese aspecto Mussolini fue un visionario, aunque no se lo planteara. En
aquellos momentos vendía algo parecido a la ideología socialista
revolucionaria, pero esto cambiaría con el tiempo.
Al salir de prisión forma parte del grupo de presión
a que expulsa a Ivanoe Bonomi y Leonida Bissolati del Partido Socialista por
apoyar las tesis gubernamentales respecto a la guerra de Libia. Como premio el
partido le nombra editor de su diario: “Avanti!”. Bajo su impulso el diario
pasa de los 2.000 a los 10.000 ejemplares.
Pasan los años y parece encontrarse a gusto con las
tesis socialistas mientras le permiten ser el rebelde, pero ya muestra algunas
tendencias que delatan que en su interior algo no funciona, como su oposición
intolerante con el igualitarismo, básico en todo humanismo ético y también en
el socialismo. Su intransigencia también se camufla bajo el ateísmo
nietzschiano. También usa las ideas del filósofo para crear su “socialismo
heterodoxo” que promociona el elitismo. En realidad en aquellos momentos ya
anda muy lejos del verdadero socialismo. Lo cierto es que todo lo que hace del
socialismo una teoría bondadosa de la izquierda, es justo a lo que él ya ha
renunciado. Sobre 1913 el análisis de sus textos ya demuestra que ha renunciado
incluso al marxismo.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial todos
los partidos socialistas de todos los países toman partido y apoyan los
principios nacionalistas de sus respectivos países, sin embargo,
sorprendentemente, Mussolini tarda en posicionarse, aunque aparentemente
empieza por apoyar la inercia de su partido con artículos a favor del
intervencionismo, aunque excesivamente tibios para lo que acostumbra a ser su
temperamento. Sin embargo centra su objetivo en derrocar a las monarquías
centroeuropeas. Finalmente se entusiasma con esa idea y se enfrenta a otros
socialistas de carácter más puro y pacifista. Curiosamente, mientras el entra
de lleno en el belicismo, el Partido Socialista Italiano empieza a estar más
decantado del lado del pacifismo. De este modo empieza a utilizar sus púlpitos
para atacar al propio Partido Socialista. Finalmente es expulsado del partido.
Pero eso para él supone liberarse de unas cadenas ideológicas que lo cambiarán
todo en su vida.
En plena Guerra Mundial lo primero que suprime
Mussolini de su “nuevo pensamiento” es la lucha de clases y pasa a unirse a los
nacionalismos más radicales. Pronto obtiene apoyo financiero para crear el
diario intervencionista “Il Popolo d’Italia” y el “Fasci Rivoluzionari d’Azione
Internazionalista. Y solo estamos en el primer año de guerra (1914).
Mussolini ya ha creado el movimiento fascista, su
ideario no son más que panfletos nacionalistas, intervencionistas e influidos
por el ideario más desquiciado de Nietzche, pero ya se permite obtener grandes
ingresos por aportaciones, especialmente de la empresa armamentística Ansaldo.
Y es que su fuerza en los medios y su reconocido pasado socialista, le es muy
útil para convencer a despistados hacia el ideario ultranacionalista que ahora
vende. Como es normal, tampoco hace ascos a aportaciones monetarias de otros
países. De hecho, el partido socialista francés le donó importantes cantidades
creyendo que financiaba a socialistas disidentes intervencionistas. Poco se
imaginaban que estaban engrasando la maquinaria de un monstruo muy diferente.
Poco a poco el fascismo va quedando definido
mientras utiliza su conocimiento del Partido Socialista para hundirlo. Es el
momento en que aprovecha para aliarse con líderes políticos de derechas que
desde el socialismo hubieran estado vetados. Pero ocurre lo que él no esperaba:
es reclutado y enviado al frente donde pronto es herido por la explosión de una
granada. Rápidamente es ascendido a cabo. Su aventura en el frente dura nueve
meses ampliamente exagerados en los diarios que hará publicar a su regreso. En
ese tiempo fue herido en dos ocasiones y padeció unas fuertes fiebres por
consumo de agua contaminada. Finalmente se licencia en agosto de 1917 desde el
hospital.
Con toda esta historia hemos dejado su intrascendente
vida personal en que tuvo dos hijos con dos mujeres y se caso con la madre de
la primera el mismo año que nacía el segundo (2015).
Acabada la guerra para él, ha llegado el momento de
sacar fuera todo lo que llevaba dentro fraguándose durante décadas. Para ello
se deja pagar por el MI5 británico para intervenir en la política italiana (el
gran nacionalista al servicio de su majestad… Jorge V de Inglaterra), 100
libras esterlinas semanales.
En 1919, con las ideas ya más claras, al menos en lo
que se refiere a sus rencores, funda el Fascio. El símbolo es esa hacha romana
del mismo nombre que también aparece en el escudo de la Guardia Civil española
por obra y gracia de Miguel Primo de Rivera, unos años después.
En la fundación de esta asociación, más que partido,
había 50 personas y, según Mussolini, nacía con 200 miembros. Lo cierto es que esos
primeros 200 miembros se garantizaron unos beneficios económicos y sociales
para los siguientes años, lo que da una idea del poder de lo que acababa de
nacer.
El nuevo “fascismo” negaba la existencia de clases
sociales y, en teoría se oponían a cualquier discriminación por cuestiones de
clase, pero como ya hemos visto de su principio fundacional, a lo único que se
enfrentaban era a la lucha de clases que representaba a la izquierda. Mientras
ellos vendían su bonito dibujo de una Italia sin clases sociales, se
instauraban como los nuevos Brahmanes del la Patria. Y ya no era una visión
exclusiva de Mussolini porque desde el inicio había permitido que su ideología
estuviese corrompida ¿Qué podía salir mal?
El fascismo se describía como un movimiento sin
clases sociales y simultáneamente revolucionarios y tradicionalistas, ni de
izquierdas ni de derechas… ¿Les suena de algo? También se autodenominaban “La
tercera Vía”. Pero lo cierto es que todo esto sedujo a muchos italianos,
especialmente los empobrecidos por la reciente guerra, y el movimiento creció
casi exponencialmente en los dos primeros años. Finalmente el partido pasó a
tener su nombre definitivo que le abría las puertas al poder: Partido Nacional
Fascista. Supongo que en aquella época no estilaban los nombres engañosos que
incluyeran las palabras demócrata, libertad o popular, como es costumbre hoy
entre los ultraderechistas.
Que figuras como Filippo Tommaso Marinetti, con
grandes capacidades para convencer al populacho se posicionaran en los púlpitos
del partido, aún generó una inercia triunfal mayor. Que en un discurso de
aquellos tiempos, el propio Mussolini dijera:
“Somos, a
pesar de todo, defensores de las libertades de la gente que ama la libertad
para todo, incluso los opositores (…) Haremos lo posible para impedir la
censura y preservar la libertad de pensamiento y de palabra, las cuales
constituyen uno de los más altos hitos y expresiones de la civilización humana”.
¿Creía realmente lo que dijo Mussolini? ¿Era
consciente que las bases de lo que estaba creando entraban en contradicción con
su discurso? En cualquier caso, ya fuese por ignorancia o como engaño, eso le
diferencia de los fascistas modernos incapaces de evitar pedir la ilegalización
de partidos que no piensan como ellos.
Pero todas estas preguntas tienen una respuesta
rápida en abril de 1919 cuando varios miembros del partido atacan la sede del
diario socialista Avanti! De la que el propio Mussolini había sido editor años
atrás.
Mossolini quiso mantenerse al margen, pero la idea
de usar hombres armados para hacer intimidaciones mafiosas a la oposición ya
era una idea que había pasado por su cabeza y manifestado en petit comité.
Pronto sería obvio que si se había mantenido al margen de tal acción era porque
no se sentía preparado. Con la excusa de la existencia de una amenaza
roja, se hace con gran cantidad de
material bélico y recluta un ejército que terminará con la fundación de los
Camisas negras (squadristi) en 1923. A partir de aquel momento lanzará la
excusa de restaurar el orden en Italia con mano dura para actuar libremente. El
problema es que comunistas y anarquistas harán lo propio y el desorden aumentará
en lugar de disminuir, pero lo peor es que el propio gobierno del país tomará
partido por los camisas negras por temor a una revolución comunista como la que
había tenido lugar en Rusia. Pero estamos adelantando sucesos.
Estamos en 1919 y con Mussolini intentando desgastar
al gobierno ante la opinión pública, a fin de facilitar un futuro golpe de
estado o una victoria electoral, lo que llegue antes.
Ese mismo 1919 Mussolini se presenta por primera vez
a unas elecciones en Milán con un resultado decepcionante, al tiempo que es
detenido por posesión de armas y explosivos, sin embargo su amistad con un
senador liberal le sirve para librarse haciendo uso del proselitismo contra el
que afirma ir.
La derrota electoral le ofrece la posibilidad de
entender que el electorado conservador lo ve con recelo y el progresista que no
aporta nada realmente nuevo. Así que toma conciencia de que el fascismo no
tiene espacio en la izquierda y debe encontrar su espacio en la derecha.
Tras una conflictiva escisión del Partido
Socialista, en 1921, nace el PCI. Meses después los fascistas se presentan a
unas elecciones en amplia coalición y Mussolini logra un escaño. Empieza una
nueva etapa y logra la inmunidad parlamentaria con la que eludir el proceso por
tenencia ilícita de armas y explosivos. Por si fuese poco estas elecciones se
ven envueltas en un gran clima de violencia, con un centenar de muertos y con
la imposibilidad de que muchos electores de zonas tradicionalmente de
izquierdas pudieran acceder a su derecho de voto.
El nuevo Mussolini, ya metido en el establishment, invita a socialistas y populares a un
pacto para acabar con la violencia escuadrista que se
firma a finales de verano, pero que no llega ni al otoño porque Mussolini no ha
invitado a los actores más importantes: los comunistas y los anarquistas. No ha
sido un olvido porque la violencia es parte de la fuerza del fascismo, pero
poder culpar a los demás siempre ayuda.
En 1922 sube un gobierno liberal y los fascistas
aumentan la violencia en las calles. Y en agosto partidos y sindicatos de
izquierdas llaman a la huelga general para forzar al gobierno a parar la
violencia de los camisas negras. Sin embargo, es el comienzo de un brote de
violencia aún mayor. Se convierte en la oportunidad que Mussolini buscaba pera
crear la Revolución Fascista. El 24 de octubre Mussolini pasa revista a 40.000
camisas negras reunidos en Nápoles bajo la afirmación del derecho del fascismo
a gobernar Italia. Y entre el 27 y el 31 de octubre lanza la “Marcha sobre
Roma” en la que se llega a afirmar que participaron cerca de 300.000 personas.
Curiosamente, ante el temor a una confrontación con el ejército, Mussolini se
quedó a resguardo en Milán. Solo viaja a Roma cuando la marcha ya ha culminado.
El Rey Víctor Manuel III se da cuenta de que está
rodeado de funcionarios afines al fascismo y también gran parte de los más
importantes empresarios, así que, en lugar de proclamar el estado de sitio,
perdona lo que es claramente un acto de rebelión y ofrece a Mussolini formar un
gobierno, pero de coalición manteniendo el sistema parlamentario.
Así que, solo 300.000 fascistas, unos cuantos
funcionarios, unos empresarios avarientos y la debilidad de ser una monarquía,
castigó a Italia con el triunfo del fascismo sin haber logrado esa victoria en
las urnas.
Unos días después de tomar la dirección del país se
atribuyó plenos poderes con la complicidad del resto de partidos de la derecha.
Por eso se dice que derecha y democracia no mezclan bien. Y poco después los camisas
negras son incluidos en las Fuerzas Armadas.
En 1924 hay nuevas elecciones donde la coalición
Alianza Nacional donde se suman los fascistas, arrasa con el 64%, pero donde
las amenazas y la violencia del fascismo ha imposibilitado la libertad de voto.
Aquel mismo verano Grecia tantea a Italia por un
conflicto territorial y Mussolini embiste a la brava dejando, además de patente
su fortaleza, que la Sociedad de Naciones no sirve de gran cosa en este tipo de
conflictos internacionales.
Ahora, sin límites, poco a poco el fascismo va
controlando todas las actividades del país, aunque siempre dejando margen a los
grandes industriales que en su día apoyaron al fascismo. Se hace fuerte en el
poder y se atreve a establecer relaciones diplomáticas que, en principio,
favorecen a Italia.
Entre tanto, Mussolini es consciente del valor que
los medios de comunicación tienen como medios de propaganda y ya no solo
pretende controlarlas sindicalmente, también se atreve a innovar realizando
discursos políticos utilizando la radio.
Mientras todo esto sucede, los fascistas cometen
todo tipo de abusos personales, con o sin conocimiento de Mussolini, el líder
socialista Giacomo Matteotti lo denuncia ante la cámara de los diputados y es
detenido (¿se acuerda de aquel discurso de Mussolini hablando de las
libertades?), parece que ya no existe eso de la inmunidad parlamentaria de la
que tanto rendimiento sacó Mussolini. El caso es que el 10 de junio de 1924
Matteotti es secuestrado y asesinado por los escuadrones fascistas. Fue un gran
escándalo, pero al final inútil de cara a formar un movimiento antifascista.
Mussolini nunca fue acusado de idear la acción y se condenó a seis años de
cárcel a tres cabezas de turco, cuando había se sabía que había más culpables,
para tapar todo el asunto. La otra respuesta del fascismo es inventarse un
intento de golpe de estado contra el fascismo a fin de desviar a la opinión
pública y bloquear posibles declaraciones en contra. Todo esto mientras seguían
los abusos y la violencia fascista.
Dicen que aquel fue el periodo más corrupto de la
era Mussolini, pero era parte del plan para establecer una dictadura completa.
A comienzos de 1925, tras atribuirse el Duce la
capacidad de promulgar leyes personalmente, el control de los medios llega al
punto de empezar a secuestrar periódicos. Desaparece el derecho a la
información. Y, entre tanto un grupo de abogados perfila el que tiene que ser
el marco jurídico de la próxima dictadura.
Pero el fascismo no puede hacer siempre infeliz al
pueblo, debe hacer concesiones a la plebe. La nueva legalidad establece
obligación para las empresas a ofrecer servicios sanitarios a empleados, crean
nuevas normas higiénicas, se limita el trabajo de mujeres y niños y se crea una
normativa para el control de sustancias nocivas. Crea programas de
reconstrucción nacional, obligando a replantar campos abandonados y desecando
áreas empantanadas para aumentar las cosechas. De hecho Mussolini tiene como
objetivo la autosuficiencia del país, pero, al final nunca se conseguiría. De hecho,
su afán por conseguir más trigo terminó por hacer que otros cultivos más
viables se perdieran. Al final el plan llamado la “batalla del trigo” en lugar
de levantar al país, lo endeudó mucho más.
Si perdió la batalla de la producción, si que ganó
la batalla sanitaria erradicando la malaria y consiguiendo grandes avances en
la lucha contra la tuberculosis, viruela, pelagra y la rabia.
En junio Mussolini invita a “los camisas negras” a
abandonar la violencia, especialmente tras la reforma de la policía, pero esto
solo funciona a medias. Entre tanto en Sicilia las relaciones entre el fascismo
y la mafia son de amor y odio, socios y enemigos según el caso, el momento y
las personas. La cuestión es que pronto se ve que las mafias escapan al control
del fascismo.
En las navidades de 1925 se aprueba una ley que
permite despedir a todo funcionario que no jure fidelidad al Estado y otra que
declara ilegales todos los diarios que no tuvieran un responsable reconocido
por una persona directamente puesta por Mussolini.
A partir de este instante Mussolini ya tiene el
control absoluto del país. Nadie puede arrebatarle el poder, pero sobre todo,
es el principal responsable de la infelicidad del pueblo italiano que solo hace
que aumentar hasta el momento de su muerte, en plena guerra mundial tras ser
capturado por los partisanos. Y es que los acuerdos con Adolf Hitler y la
impunidad en cómo se movieron las tropas del III Reich por Italia, no ayudó
mucho a la popularidad del Duce.
Así que con todo esto ya nadie te puede decir que
Mussolini fuese de izquierdas y, mucho menos, que fascismo y socialismo tenga
alguna relación más allá que la de opuestos.
Filosóficamente el fascismo nada tiene que ver con
las corrientes humanistas que dieron forma al fascismo, más bien están ancladas
en las costumbres del Antiguo Régimen aunque lavadas con un ideario nacido en
los pensamientos de Nietzsche. La idea de acabar con las clases sociales no es
nueva, pero si hubiese tenido una verdadera intención de aplicarla sí hubiese
sido un logro. Desgraciadamente la realidad era el típico “quítate tú para
ponerme yo” y eso dejando en su sitio a los grandes industriales que en
realidad financiaron un movimiento que les era muy favorable.
Cuando en 1923 Alfonso XIII puso a Miguel Primo de
Rivera como su Mussolini español, no tuvo en cuenta la realidad italiana, solo
lo que había hablado con Víctor Manuel III. Destruyó una democracia corrupta
por un inútil que partía con los mismos rencores que el Duce, pero, ni
siquiera, tenía un proyecto elaborado de lo qué quería hacer ¿Qué podía salir
mal? Con todo, yo no me atrevería a llamar ni fascista a este primer Primo de
Rivera, apenas era un dictadorzuelo más. Su sobrino aglutinó los peores
conceptos de Mussolini y, aprovechando el reaccionarismo de toda la derecha
tradicionalista, monárquicos, conservadores, eclesiásticos, terratenientes… e
incluso los emergentes neoliberales, se unió a ellos en un movimiento espiral
que acabaría con el golpe militar de julio de 1936. José Antonio fue mucho
menos “exquisito” aún con sus socios, pero lo cierto es que tampoco se quedó
con él porque un militarcillo espabilado lo controló todo y le dejó morir a la
primera oportunidad. No hay honor entre ladrones.
Puede que el idealismo del Duce nos dé una errónea idea
de lo que fue y de lo que es el fascismo, pero gracias a José Antonio y los que
vinieron después, podemos darle una ubicación ideológica y filosófica mucho más
exacta.
El fascismo en ningún momento tuvo una orientación
humanista de ningún tipo. Ni siquiera en el periodo más idealista de Mussolini.
Benito no duda en mentir y hablar de libertades que, a la primera ocasión
elimina de un plumazo. Su ansia de poder pasa por delante de cualquiera de los
principios que hubiese declarado con anterioridad y, al final, queda en un “todo
para el pueblo, pero sin el pueblo y detrás de mí”. En realidad el fascismo es el
súmmum de la hipocresía para utilizar a las masas para obtener un objetivo que
no es el declarado. El pueblo y el hombre no son más que herramientas para un
fin y este fin es el de poder controlarlos mejor. En sus acciones el fascismo
se convirtió en la amenaza, pero, tal y como hacen las mafias, el fascismo
ofrece una solución por un precio. Desgraciadamente la solución no es nunca la
acordada.
Mussolini era ateo y odiaba a la iglesia, pero nunca
duda en dejarse apoyar por el poderío de esta. Le importa más el poder que sus
principios. En el fascismo español muchos sacerdotes son directamente fascistas.
Ideológicamente el fascismo no es una corriente
humanista, está, pues, más ligada a las filosofías del Antiguo Régimen donde la
figura de un rey o emperador lucía por encima de todas. De hecho el Duce, en
Italia se convierte en esa figura, dejando a un lado la figura del rey. En los
casos españoles Miguel Primo de Rivera no logra obtener esa posición de honor y
sigue siendo Alfonso XIII la figura destacada. Quien sí logrará esa posición de
“padre de la patria”, no es José Antonio, sino su usurpador: Francisco Franco.
Igual que hizo el Duce, Franco huirá de títulos como el de Presidente y
mantendrá denominaciones más de ámbito militar y casi tribales como “Generalísimo”
o “Caudillo”. Mientras el resto de dictaduras intentan camuflarse dentro de las
nuevas filosofías de poder relacionadas con el humanismo, el franquismo en un
vestigio de siglos anteriores que se resiste a la modernidad, pero que define a
la perfección lo que es el fascismo a nivel político.
Es cierto que a menudo se trivializa el término
fascista, pero en esencia un fascista puede ser tanto cualquier persona
autoritaria que emula una empatía que no tiene con una finalidad egoísta, como
aquel que hace uso de las amenazas y la violencia para obtener cualquier
objetivo. Es curioso como las filosofías
protocatólicas de nuestro país se han empeñado en pintar con rabo y cuernos al
comunismo, que a final de cuentas ha sido la exagerada némesis del fascismo, y
han acogido a este, más parecido a la personificación moral del demonio, como
su aliado. Desde mi punto de vista personal, creo que, a pesar de la eterna
guerra existente entre estas ideologías, el fascismo es algo más y mucho peor,
y que cualquier corrupción de cualquier otra ideología puede hacernos caer en
el fascismo.
Si bien el humanismo empezó a desarrollarse en el
Renacimiento y empezó a impregnar con sus ideas a las sociedades protestantes,
no es hasta los dos últimos siglos cuando aparecen filosofías políticas que
tienen en cuenta sus principios esenciales (humanitarismo). El fascismo, sin
embargo, no es una de estas filosofías políticas, de hecho la corrupción de
cualquier filosofía política que nos lleva al fascismo, es la pérdida del
humanismo, de la pérdida de empatía por los pueblos y las personas. Los
nacionalismos ligados al fascismo son siempre nocivos, porque no tienen la idea
de nación relacionada con personas y culturas, sino con rígidas normas y
tradiciones inquebrantables. El fascismo es la más moderna de las fórmulas del
pasado.
EL NAZISMO
Algunos esperarían aquí una explicación tan larga y redomada
como la dada al fascismo, pero eso sería innecesario. Lo cierto es que el
nazismo podría resumirse en niño perturbado pierde a padre, crece mal y va a
una guerra sin final de la que su país se retira, los ganadores imponen unas
condiciones draconianas y el niño ya mayor se autoimpone la tarea de salvar a
su “patria” de esas condiciones, pero para ello debe inventarse un plan. Bien,
así podríamos resumir al Hitler de antes de inventarse el nazismo, paro alguien
podría decir que hubiéramos podido ahorrarnos todo la biografía de Mussolini y
haber hecho algo parecido. Lo cierto es que es verdad, pero necesitaba dejar
claro que, aunque Mussolini había sido una figura del Partido Socialista de
Italia, y que supuestamente tenía que haber asimilado la cultura humanista del
socialismo, este se limitó a conocer a fondo sus herramientas revolucionarias,
perfeccionarlas y utilizarlas para sus fines que eran todo lo contrario de lo
que significaba el socialismo. En cambio de Hitler lo que nos interesa es
conocer cómo juntó las piezas, que mayoritariamente eran ajenas a él, para
crear el nacionalsocialismo. Desde mi punto de vista, la figura de Mussolini
era evitable si las cosas se hubieran hecho de otra manera en Italia, se
aprovechó de la situación y fue haciéndose sitio poco a poco hasta alcanzar su
objetivo de satisfacer sus ansias de poder; pero ese no es el caso de Hitler,
el problema era la situación de Alemania. Un país tan poderoso subyugado a los
poderes de otras potencias era en sí mismo una bomba con un botón que apretar,
y si no hubiese nacido Hitler otro hubiera apretado el botón. Cierto que
hubiera podido ser tras una revolución comunista, un mesías religioso o un
papagayo tartamudo, pero no hay que ignorar que las fuerzas tectónicas ya
estaban allí y solo hacía falta encontrar una fisura para que el magma fluyera
hasta la superficie. Hitler solo creo la forma de esa fisura y eso es lo único
que podía haber sido muy diferente.
Ya sé que para algunos autores nazismo y fascismo
son lo mismo o, en el mejor de los casos, se trata al nazismo como una variante
extremista del fascismo, pero lo cierto es que, aunque tanto sus objetivos como
sus medios son similares, nazismo y fascismo, ideológicamente hablando, son muy
diferentes. Mientras para el fascismo la empatía hacia el pueblo es una mentira
con la finalidad de obtener y mantener el poder, el nazismo se centra en una
parte racial del pueblo y a él dedica totalitaristamente todos sus recursos y
los recursos de los que no forman parte de esa etnia “superior”. En el fascismo
se rinde culto al líder, pero en el nazismo también se hace a su etnia. El
nazismo es un nuevo humanismo limitado a una sola etnia en lo que se denomina
humanismo evolutivo.
NOTA: El
nazismo ensalzaba a la raza aria como la perfección de la humanidad y para ello
citaban la teoría de la evolución de Darwin sin un profundo conocimiento de la
misma. De hecho, hoy sabemos que las diferencias genéticas entre blancos negros
o asiáticos no nos permiten hablar de razas diferentes, a lo sumo, y con
bastante poca rigurosidad, de etnias.
Antes de seguir explicando la diferencia entre
nazismo y fascismo, creo que tendríamos que aclarar qué es el humanismo.
Como ya hemos dicho, el humanismo aparece con el
Renacimiento como movimiento intelectual, filosófico y cultural, y es, sin
duda, una nueva concepción del universo que va calando poco a poco en la
sociedad, pero reconstruyéndose con el tiempo. No podemos esperar que aquel
humanismo renacentista que se oponía a la visión teocéntrica medieval, sea el
mismo que en nuestros días. De hecho, a mediados del siglo XIX, el humanismo
marxista dio lugar a nuevas formas de entender el humanismo, en lo que
denominaremos el humanismo político. Si el capitalismo mercantilista había
convertido a los trabajadores en una mercancía, los nuevos humanismos debían
rescatarle de su carácter numerario igual que el Renacimiento los rescató de
ser meros siervos prescindibles de Dios y, por tanto, mercancías de la iglesia.
En las relaciones de poder el Medievo ponía a los
líderes bajo la luz de Dios para que hicieran cumplir la voluntad de este, con
la llegada del renacimiento los reyes podían mantener su designación divina,
pero el poder ya no provenía de este. El poderío militar y civil obtienen más
importancia y, conforme avanza el tiempo, muchos, al acaparar un gran poder,
intentan emular a los dioses, tomando distancia con el pueblo, como harán los
Borbón desde Luís XIII, también conocido como el Rey Sol.
Las ideas modernas chocan con esta visión del poder
y por eso, a lo largo del tiempo, los pueblos se atreverán a levantar
revoluciones contra “los malos reyes”: Cromwell en la Inglaterra del siglo
XVII, la Revolución Francesa a finales del XVIII… Y aún podríamos incluir la
Revolución Rusa en pleno siglo XX. Todo eso sin contar las continuas pequeñas
sublevaciones que no triunfaron o terminaron en pactos con mayores o menores
modificaciones del poder establecido, como la Guerra dels Segadors, en el siglo
XVII o la Guerra de las Comunidades de Castilla, en el primer cuarto del siglo
XVI.
Este nuevo concepto de pueblo capaz de enfrentarse a
los reyes, es el que lleva a imponer constituciones donde se afirma que la
soberanía le pertenece, también se instauran parlamentos donde se da cabida a
las voces más populares donde antes solo los nobles y las clases más pudientes
tenían voz o voto. El absolutismo se convierte en un anacronismo y solo es
sostenible mientras el pueden mantenerse a los pueblos inermes. Así las monarquías,
especialmente las de tipo borbónico, donde los monarcas se mantienen totalmente
alejados de los deseos y voluntades del pueblo, rodeados de vasallos lameculos
y constituyentes del conocido como Antiguo Régimen, tienden a ir consumiéndose
poco a poco, o restando fuerza a los estados que les sostienen.
El nuevo humanismo entiende que la felicidad del
pueblo es la verdadera fuerza de los estados, por eso regímenes como el
fascista italiano, intentan inventarse esa felicidad, pero no funciona.
Diferente es el caso del nazismo que se limita a ofrecer ese “pacto con la felicidad”
a su etnia mayoritaria, usando el odio a las demás como herramienta de poder.
El nuevo humanismo político busca fórmulas para desarrollar
la felicidad de los pueblos y, aunque parezca mentira, el nazismo se puede
incluir en esta corriente a pesar de seguir poseyendo algunas de las peores
lacras de épocas anteriores, aunque también nos muestra nuevas maldades nunca
antes conocidas. Ellos lo llaman humanismo evolutivo, yo lo llamaría humanismo
perverso. Supongo que no es muy diferente de la corrupción del liberalismo
económico y que termina por degenerar en el nefasto neoliberalismo. Igualmente
el nazismo es la forma corrupta del evolucionismo humanista.
Pero mientras el nazismo contempla erróneamente la
felicidad de esa parte del pueblo que considera en exclusiva, en el fascismo
solo cuenta la felicidad del líder y su oligarquía dominante, mientras vende un
falso deseo de felicidad del pueblo al que se limita a engañar una y otra vez.
Parece que los regímenes de la Italia fascista y la Alemania nazi utilizan los
mismos elementos y estructuras similares para administrar los estados, pero hay
concepto básico en el que difieren: “¿Quién es el pueblo?”.
Ahora podríamos hablar de cómo Hitler escribió “Mein
Kampf” o cómo ascendió al poder, pero eso es intrascendente. Igual que lo es
que denominara Partido Nacional Socialista de Alemania a su partido. El término
socialista aquí no hace referencia al valor histórico de esa palabra, sino que
es una referencia a la parte de la sociedad alemana que él considera como su
pueblo. La prueba de esto son los partidos con los que pacta, siempre a la
derecha del espectro político, si hubiese sido socialista de verdad ninguno de
esos partidos hubiera aceptado pactar con Hitler (que se aplique el cuento el
actual PSOE o PSC en la actualidad de nuestro país cada vez que pactan con
Ciudadanos o el PP). Lo único que importa es que, aunque sigue existiendo un
extraño culto a un líder, es mera deformación de la sincera idea de dirigir un
pueblo (el ario) hacia una supuesta cumbre de la civilización. Así, mientras el
fascismo engaña deliberadamente al pueblo, el nazismo se engaña a sí mismo.
EL
FRANQUISMO
Si quisiéramos hablar de fascismo en España,
hablaríamos de Falange española y de las J.O.N.S, de José Antonio Primo de
Rivera y de muy poco más, Pero el franquismo fue y es otra cosa bastante
diferente que, aunque se apoyó muchas veces en este partido único del
franquismo, tenía unos orígenes mucho más amplios y remotos, y una finalidad
muy diferente.
En el franquismo existe el culto a la figura de un
líder que se hace llamar Caudillo o Generalísimo, también existe el engaño
continuado al pueblo (incluso creó el Instituto Histórico Nacional para falsear
la historia de España y que aún hoy, en muchos sitios es estudiada con muchas
de las perversiones que introdujo), pero el franquismo se sobrepone al fascismo
con el entendimiento que supone controlar la corrupción para usarla en su
favor. Al final el franquismo, más que un régimen gubernamental, se instituyó como
una mafia que, aun hoy, más de 45 años después de la muerte de Franco, todavía
funciona.
A menudo hablamos de las mafias siciliana, napolitana,
calabresa, china (triadas), japonesa (yakuza), rusa, albano-kosovar… De hecho,
con mayor o menor incidencia, se habla de mafias de todas las nacionalidades,
pero nunca se habla de la mafia española, y eso es porque el franquismo imbricó
esta en las impunes estructuras del poder. Puede que con el devenir de los
tiempos las estructuras de esta mafia limitan su violencia, pero, para nada, su
efectividad y lo que es más importante, su capacidad de supervivencia.
Así pues, el franquismo en nuestros días no es un
ideal político, como podrían serlo el fascismo o el nazismo, sino una fórmula
de organización criminal que ha logrado controlar a un país desde la sombra y
que, cada vez más a menudo, se atreve a salir a la luz sabiéndose totalmente
impune. Lo que nunca reconocerán, es que, por su culpa, España es un país
tercermundista, incapaz de obtener resultados de sus esfuerzos y en el que el
pueblo jamás podrá ser feliz. Pero a ellos qué más les da…
Franco llegó al poder a través de un golpe de estado
contra el régimen democrático de la Segunda República. Este golpe de estado, deliberadamente
mal planteado, llevó a la guerra civil que Franco quería para tener tiempo de
eliminar a toda la competencia y, de paso, exterminar lo que más tarde
denominaría su particular doctor Menguele, el doctor Vallejo-Nájera: “el gen
rojo”.
Durante la guerra ocurrieron muchas cosas, la
mayoría calificables como crímenes de lesa humanidad, pero lo que realmente
importaba es que había quebrado la voluntad de todo el pueblo y hecho
desaparecer a todos aquellos que pretendían poner pegas a su liderazgo, fuesen
del bando que fuesen. La eficacia de esta banda criminal es tan grande que, aún
hoy, con las cifras en la mano, todavía venden con absoluta convicción, que
sucesos tan puntuales o insignificantes como Paracuellos o las llamadas “Checas”,
pueden justificar el genocidio planificado que el bando nacional extendió por
toda España y del que aun sigue beneficiándose.
Tras la guerra, Franco “reinó” de forma absolutista
durante 36 años (los de la guerra no cuentan) y murió en la cama de una
enfermedad propia de su vejez, dejando un país moralmente asolado por su
reinado y muy lejos de los parámetros de una supuesta normalidad para la época.
Cumplió sus deseos personales mejor que Hitler o Mussolini, pero tuvo la
complicidad de la hipocresía de una comunidad internacional que solo es capaz
de intervenir cuando existe un incentivo económico. Pero el problema persiste y
la comunidad internacional sigue anclada en las mismas ambigüedades. Claro que,
después de años sin limpiar sus fronteras, la hipocresía también ha cuajado en
sus tristes sociedades aburguesadas hasta la decadencia. Vivimos en una nueva
era de capitalismo salvaje donde el neofranquismo se siente como pez en el
agua. Pero ese capitalismo neoliberal solo beneficia a una élite, tan mafiosa
como la del propio franquismo, pero no a las sociedades que, poco a poco,
sucumben a todos sus defectos. Y es que tras la caída del muro de Berlín, el
capitalismo ya creyó no necesitar de su cara amable (el llamado estado del
bienestar) para mantener alejada a su némesis: el comunismo. Y es que el
neoliberalismo más corrupto es difícil de diferenciar del franquismo de los
últimos años. Conociendo cómo era esa España, podemos hacernos una imagen de
hacia dónde va ese mundo que llamamos “occidental”. Lo que no me evita recordar
que era el propio Franco el que denominaba a su régimen dictatorial como “el
vigía de occidente”.
Pero no es casualidad que ni fascismo, ni nazismo
lleven el nombre de sus creadores y el franquismo sí. El franquismo es una
forma peculiar de fascismo, pero una peculiaridad que, en principio, se
adaptaba a los intereses del individuo y, con posterioridad a su muerte, a la
de la oligarquía dominante en sus últimos años de vida y que ha mantenido el
poder en la sombra emulando ceder la soberanía a un pueblo ninguneado y al que se
le fue robando su capacidad de lucha durante años… El exterminio del gen rojo.
Extender la falsa democracia orgánica del dictador, en base a una Constitución
manipulada por una jerarquía de jueces al servicio de ese poder mafioso en la
sombra, no fue difícil. Lo verdaderamente difícil fue convencer durante décadas
a una comunidad internacional que ya había condenado al dictador. Sin embargo,
la llegada de este neoliberalismo ha supuesto una liberación para la mafia
franquista que cree poder ir saliendo de sus agujeros para seguir sangrando al
país con mayor comodidad. Pero como todo poder depende de los mitos, sigue
existiendo un riesgo en los nacionalismos auténticos del crisol de pueblos que
es España, también en los nuevos movimientos de liberación del siglo XXI, como
son el feminismo, los movimientos LGTBI o, incluso, aquellos que reivindican
los derechos de los más desfavorecidos. Todo tiene un límite, hasta las mafias
más arraigadas en la podredumbre de un poder corrupto y que creen tenerlo
controlado todo, deben, de vez en cuando, mirarse al espejo y ver como la caída
de sus máscaras les descubre vulnerabilidades que ellos mismos ignoraban.
SER UN
FACHA
Este término no tiene sentido fuera de España,
porque un facha, ante todo, es muy español y mucho español en el peor sentido
de ese adjetivo. Un facha es un español contra el pueblo de España. Un facha
ama el suelo de España, pero odia a sus habitantes en la medida que tienen un
concepto diferente al suyo.
Y no, un facha no es un franquista, ni un fascista y
menos un nazi, aunque a veces el mismo se autodenomine así, se rape el pelo, se
tatúe pollos franquistas o esvásticas nazis, salude con el brazo en alto o
insulte, agreda o asesine, a personas de la supuesta izquierda, homosexuales o
independentistas, a todos los que él denominará “rojos”.
Un facha tiene mucho de “cuñao”… De mal “cuñao”,
claro. Porque el facha no se limita a creer en absurdos, el los impone o los
lleva a cabo porque es un “odiador” nato y un idiota.
El facha no es un franquista, aunque trabaja para
ellos. Porque el facha se cree todas las milongas que los franquistas le
venden. El facha puede ser un niñato que se salta la ley aprovechando la capa
de impunidad que le ofrece un sistema orientado a favorecer al franquismo; pero
también es un facha aquel que vota al PP, Ciudadanos o VOX, o el que viviendo
toda una vida en Catalunya se niega a aprender su lengua solo por joder, el que
despotrica de Podemos creyendo las obvias mentiras que se cuentan cada día, el
que critica los escraches a miembros del PP y sin embargo apoya la persecución a
los niños de Pablo Iglesias, los que salen a tocar cacerolas contra el
necesario cierre de Madrid por la pandemia, los que increpan a los pacíficos
lazos amarillos, los que llaman etarra a cualquier vasco que no se ponga de
rodillas a chupársela, los que alaban la caridad del dueño de Zara mientras
callan su negativa a pagar impuestos o su explotación infantil, los que dan más
credibilidad a un cirujano plástico vocero que a los epidemiólogos encargados,
los que van a manifestaciones de SCC y luego pretenden ser ejemplo de algo, los
que usan una bandera, en definitiva, para tapar sus vergüenzas y las de una
élite, más económica que política, que ha corrompido hasta el tuétano las
estructuras de este país.
Un facha, en definitiva, es todo aquel que se siente
orgulloso de llevar, de forma ostensiblemente visible, un símbolo nacional que
avergonzaría al más honesto, como la banderita española…
Así pues, ser facha no es ni una filosofía, ni una
orientación política, ni una cultura… Ser facha es, en esencia, ser imbécil y
muy español. Por eso el término facha pierde todo su sentido al atravesar la
frontera del país, y cualquier facha que lo haga, pasa de facha, a simplemente
imbécil, por el hecho de atravesar esa marca territorial.
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