¿Recuerdan
cuando Albert Rivera dijo aquello de que las Dictaduras estaban bien porque
tenían un cierto orden? Bueno, pues creo que él no lo sabía, pero esa es la
base de la supervivencia de esos sistemas de gobierno: el orden. Por supuesto,
no se molestó en comentar en qué consistía ese orden. Supongo que era demasiado
pensar para él.
Una
dictadura es, por definición, un régimen totalitario y, por tanto, las
libertades ciudadanas quedan restringidas. El Sistema Penal (leyes, jueces y castigos) y policial en un
sistema autoritario, debe infundir el suficiente temor a la ciudadanía, como
para evitar el desorden público y, en caso de producirse, debe ser rápidamente
extinguido usando toda la fuerza a su alcance. Así pues, el triunfo de una
dictadura, como sistema autoritario, estriba en la imposición del orden.
Por su
parte, el gran valor de un sistema democrático, está en los derechos
ciudadanos. Cuanta más libertad y protección de esta, tenga un sistema de este
tipo, más democrático será. Por supuesto que democracia quiere decir gobierno elegido
por el pueblo, pero su verdadero valor estriba en que los ciudadanos se sientan
tan a gusto en él como para considerarlo su sistema. Por eso en una democracia
deben escucharse las disidencias a tiempo como para poderlas compensar y que
nadie, dentro de un estado con este sistema, se sienta atrapado por él.
Entre
el orden represivo y la libertad total, hay un enorme número de pasos que
recorren toda la gama de posibles sistemas políticos. Una gradación que, para
no restringirnos a dictaduras y democracias, podríamos llamar “de esclavitud
social a libertarismo”.
Queda
claro que en una dictadura todo vale mientras exista paz social, pero en el
momento en que los ciudadanos copen las calles, el valor de esa dictadura caerá
hasta la imposibilidad de sostenerse.
Por su
parte, en una democracia, el orden y la paz social no son necesarios, pero
siempre deben respetarse unos ciertos derechos civiles. Porque la democracia
puede cambiar y adaptarse a las necesidades de la sociedad que la componen para
lograr esa paz social. Así, en un país donde un gobierno no puede alcanzar esa
paz social, siempre se pueden hacer unas nuevas elecciones en las que el pueblo
deberá elegir a otros representantes que puedan elegir esos problemas. El
problema aparece cuando determinados poderes económicos limitan el ejercicio
del poder o aquellos que son incapaces de resolver los problemas fuerzan el
modo de seguir gobernando. Porque en una democracia, cuando un número
suficiente de ciudadanos no encuentran encaje en el sistema, ese sistema ha
fracasado.
Pero en
una democracia aún hay algo peor que el hecho de que la ciudadanía no se
encuentre a gusto o que parte de ella no logre su encaje, y es que los sistemas
penales y policiales, traten de comportarse como en una dictadura.
Varios sindicatos
judiciales se han extrañado estos días de las enormes protestas generadas por
la sentencia a ese grupo de animales autodenominados “La Manada”. Por supuesto,
estos señores no han querido recordar que el pasado 8 de marzo hubo una huelga
quejándose del brutal machismo de nuestra sociedad. No han pensado que esta
sentencia ya no es una más, sino que es la gota que colma el vaso en un estado
en plena decadencia.
El
gobierno del PP, bajo el apoyo y la tolerancia de Ciudadanos y PSOE, ha
implementado una serie de leyes represivas que solo sirven para proteger a
aquellos que están en el poder, mientras desasiste a esa ciudadanía a la que se
deben. Por si esto no fuese suficiente, nos encontramos que en aquellos casos
en que se vulneran las libertades individuales, la justicia no solo no está a
la altura, sino que tiene los santos cojones de criminalizar a las víctimas.
Por si fuese poco, vemos como miembros de los cuerpos policiales son escuchados
y apoyados mientras judicializan sus mentiras y los ciudadanos de a pie ven
pisoteados sus derechos en los tribunales por
ellas.
En
pocas palabras, los ciudadanos no se sienten afines a un sistema que ya no ven
como una democracia. Un sistema que ha limitado sus libertades, pero que, a un
tiempo, le ha arrebatado su seguridad por un delincuente mayor que es el propio
estado. Por otro lado, aunque el estado pretende mantener el orden, como lo
haría cualquier dictadura, también ha quebrado en este ámbito porque las luchas
pacíficas le sobrepasan y, en un toque de absurdidad de imitación democrática,
trata de inventar violencia donde no la hay y negarla donde todos la estamos
viendo.
Que un
juez no sea capaz de ver hasta qué punto, tal y como está el país, la sentencia
de “La Manada” ha destruido el mito de España, solo nos dice que no está
capacitado para el cargo que ejerce… Y puede que para ningún otro.
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