La religión mata la espiritualidad
“La religión mata la espiritualidad”. Esto es lo primer que pensé cuando
aquellos a quienes les gusta poner nombres y retos a las circunstancias y los
tiempos, decidieron, a finales del siglo pasado, que el siglo XXI tenía que ser
el siglo de la espiritualidad.
“Manda güevos”. Es lo que me saldría en estos momentos.
En 1978 nos hicieron soñar con una España laica que se desmoronó en el
momento en que los nuevos ministros empezaron a jurar sus cargos sobre una
Biblia.
¿Qué clase de laicismo es aquel que hace noticia del hecho de que se tenga
que buscar una fórmula alternativa para quienes no acatan los preceptos de una
religión, sea la que sea?
El ser humano necesita la paz, anhela la prosperidad, pero ignora los
principios elementales que llevan a poder compatibilizar ambos. Precisamente la
religión siempre les promete ambos de una forma u otra, pero en realidad lo
que hace es despejar esa realidad en que no lo logra y convencer a sus ya secuaces de que hay culpables de eso y les da la forma de aquellos
que no comparten sus creencias. Si esto en sí mismo no es una incitación a la violencia... "que venga Dios y lo vea". Lo peor es que en esto no hay diferencias entre cristianismo,
judaísmo, islamismo y, aunque a algunos les extrañe, el budismo. Y es que no
estoy hablando de los fanáticos, sino de aquellos creyentes que se llaman a sí
mismos tolerantes.
Por si alguno pensaba lo contrario, en este texto no voy a hablar de los
fanatismos porque estos ya hablan, ellos solos, mal de sí mismos. Y que conste
que entre los fanáticos también incluyo a algunos ateos que, a final de
cuentas a veces también son una religión.
Hace unos días, tras los acontecimientos de Charlie Hebdo, el Papa
Francisco, el que hasta entonces tenía como una esperanza para integrar el
catolicismo en la sociedad, tuvo una salida de tono imperdonable.
“En cuanto a la libertad
de expresión: cada persona no sólo tiene la libertad, sino la obligación de
decir lo que piensa para apoyar el bien común (…) Pero sin ofender, porque es
cierto que no se puede reaccionar con violencia, pero si el doctor Gasbarri [organizador
de los viajes papales], que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá,
le espera un puñetazo. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los
demás. (…) Hay mucha gente que habla mal, que se burla de la religión de los
demás. Estas personas provocan y puede suceder lo que le sucedería al doctor
Gasbarri si dijera algo contra mi mamá. Hay un límite, cada religión tiene
dignidad, cada religión que respete la vida humana, la persona humana… Yo no
puedo burlarme de ella. Y este es límite. Puse este ejemplo del límite para
decir que en la libertad de expresión hay límites como en el ejemplo de mi
mamá”
Evita usar la palabra blasfemia, pero está claro que habilita para que sus
fieles usen la violencia contra la blasfemia, aunque previamente había
puntualizado que “matar en nombre de Dios es una aberración”. El problema es
que al no poner un límite claro, el grado de violencia admitido por el Santo
Padre, puede ir de una bofetada, hasta llevar al blasfemo al estado vegetativo,
la muerte es el único límite (y tampoco se enfatiza en ese el límite con claridad) que no se puede superar.
Muy edificante ¿Verdad?
Una pena que no esté dispuesto a dejar claros los límites de la violencia
religiosa, pero que estimule esa violencia, y al tiempo sí se muestre proclive a poner
unos límites muy claros a la libertad de expresión y que estos límites no sean
idénticos para sus fieles. Porque, perdóneme usted, Santo Padre, pero cuando la
religión se mete en mi vida sin permiso, siento toda la burla y agresión de una
blasfemia sobre mi modo de vida libertario.
La religión se infiltra en el poder y extiende su blasfemia contra el
laicismo y contra el ateísmo, y nadie le pone freno. A veces me imagino a un
yihadista del ateísmo poniendo bombas nucleares en Jerusalén, La Meca y el
Vaticano.
…
(Silencio)
…
Pero eso no ocurrirá jamás, porque la diferencia entre una religión sin
dios y otra que sí lo tiene, es que si a uno de sus feligreses se le cruzan los
cables, no cuenta con los faldones de ningún dios bajo los que esconder su
vergüenza.
No, no estoy hablando de extremismo religioso. Lo que me importa no es el
loco capaz de cometer un atentado, sino de los miembros moderados de su
comunidad cuyas críticas a esos viles actos nunca alcanzan los niveles
necesarios.
Así tenemos a un Papa que bendijo los cañones alemanes en la II Guerra
Mundial o miles de manifestantes que se permitieron a salir a las calles contra
Charlie Hebdó después de los atentados, permitiendo sus estados que se diera
más valor a la “blasfemia” que a la vileza de los crímenes perpetrados por su
comunidad religiosa.
Y no hay nadie capaz de explicarles a esta gente que, ni pintar a Mahoma, ni
a Dios contando chistes verdes, es menor blasfemia que sus viles actos de odio…
y un odio alimenta a otro y, al final, solo se demuestra una cosa: que la
religión es mala.
No, no es una pregunta, es una afirmación. La religión es mala y, por
desgracia, no tendría por qué serlo. Pero cuando no se asume que de tarados los
hay en todas partes y no se es capaz de poner en orden la propia comunidad sin
meterse en las otras o en la vida de quienes quieren mantenerse respetuosamente
al margen de cualquier comunidad, la religión pierde cualquier derecho a ser
respetada.
Deben entender todos los Papas, Popes, imanes, rabinos, cardenales, obispos
y demás cargos de todas las religiones, que sus religiones deben cumplir unas
normas básicas si no quieren ser sometidos al “terror” de la blasfemia:
-En primer lugar no deben inmiscuirse y mucho menos influenciar a los
poderes políticos. Eso es algo que solo los judíos ortodoxos han entendido
cuando afirman que cuando la religión se introduce en el poder, se corrompe la
primera. Yo afirmaría que además se corrompe también el poder político. Al
tiempo podemos decir que todo poder influenciado por la religión siempre
discrimina a los individuos que pretenden una justicia independiente.
-En segundo lugar la verdadera tolerancia se manifiesta guardando la propia
ideología dentro de los límites de la comunidad. Sin embargo, siempre que
tenemos que soportar que muchos de esos “supuestos religiosos moderados” lleven
sus dogmas a las relaciones comunitarias, intentando imponer sus preceptos al
resto de la sociedad y negándose a cumplir aquellas obligaciones que entran en
conflicto con su dogma. Eso, en sí mismo, es una blasfemia contra toda la
sociedad, pero no creo que por ella el Papa Francisco sea capaz de dar ningún
puñetazo.
-Finalmente decir, que hay muchos más preceptos a cumplir, pero que si se
cumplieran, aunque fuese parcialmente, los dos primeros y además existiese una
activa autocrítica en las relaciones con el mundo libre, todo tendría solución.
Todo tiene arreglo, pero, por desgracia, muy pocas cosas cuentan con la
voluntad. Porque no digo que esto hubiese evitado los hechos de París,
Dinamarca… o los atentados de New York, Madrid y Londres (ya no hablo de otros porque mi nivel de conocimiento sobre ellos puede ser muy limitado, aunque intuyo que no se salen tanto del guión). Detrás de ellos hay mucho
más que simple religión. Pero de lo que si estoy seguro es que nuestra imagen
del mundo sería mucho más optimista y esos asuntos hubiesen sido tratados desde
una perspectiva más objetiva y correcta.
Y qué narices… estoy convencido de que hubiese podido existir el primero de
ellos, pero nunca el segundo. Porque detrás del terrorismo religioso, al final,
no hay una verdadera justificación religiosa, porque en todos el fin último se
haya en el poder y el dinero. Y la verdadera blasfemia contra la que hay que
luchar es que las religiones, todas, se puedan relacionar con los ídolos
dorados.
Hace mucho que todas las religiones se prostituyeron y de poco sirvió que
Moisés perdiera una de las tablas de la ley de Dios. Al final todos los fieles
han perdido la espiritualidad y la confunden con la fe y la obediencia ovejuna.
Peores son las actitudes de sus líderes incapaces de cambiar eso y aún les
preocupan más las blasfemias de aquellos que están al margen de sus
comunidades, que la blasfemia que su comunidad supone para la Humanidad.
Ya no queda ninguna virtud en Dios y para recuperarla debe desmantelar
todas las religiones. Deben abrir sus ventanas y permitir que entre el frío
aire del invierno y despierte su espiritualidad. No deben temer a resfriarse,
pues cualquier enfermedad corpórea nunca es tan grave como la continua cerrazón
de las almas.
Es por todo ello por lo que estoy convencido de que la religión mata la
espiritualidad.
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