Cuando era un chaval mi
tío me enseñó a pescar. Me enseñó a montar la caña, el sedal, los plomos y el
anzuelo. También me explico cuando era necesario poner la boya y cuando no.
Como todo chaval, solo me sentí interesado por la pesca con las cañas más grandes.
Porque en ellas se armaban los anzuelos mayores que era sinónimo de peces más
grandes. Pero solo una vez viví el ejemplo de pescar un hermoso pez de más de
dos kilos. Aquel día me enseñó la verdadera técnica de la pesca cuando el pez,
que está en su medio natural, posee una gran fuerza.
Lo más importante para el
pescador es que el pez no se suelte del anzuelo, pero en contrapartida esté se
moverá agresivamente para desprenderse de él. Por ello, el pescador deberá
dejarle sedal y permitir que este se mueva sin pegar tirones. Cada vez que el
pez se siente liberado sin estarlo, el pescador debe recoger hilo hasta tomar
contacto con el pez. Sin duda, la molestia de este tirón, en que el pescador
puede ganarle algún metro de hilo, hará que el pez vuelva a moverse
violentamente y, de nuevo, el pescador deberá ceder hilo a fin de que este no
tironee.
Este proceso es una
prueba de paciencia para el pescador que durante un buen rato cederá mucho más
hilo del que recuperará. Pero poco a poco el agotamiento irá venciendo al pez y
este estará más cerca de ser pescado.
No fue el caso de mi tío
cuyas cañas de playa solo estaban pensadas para doradas y lubinas, pero la
pesca en alta mar, donde pueden atraparse, con los aparejos adecuados, peces
mucho mayores que el propio pescador, no difiere demasiado en cuanto a la
técnica. El problema aquí es que los aparejos han de ser más fuertes y la
paciencia y habilidad del pescador mayores.
Personalmente, jamás he
podido poner en práctica lo que me enseñó mi tío, seguramente erré en alguna de
las primeras lecciones que me enseñó, porque nunca he logrado que pique un solo
pez, así que difícilmente podía poner en práctica la técnica descrita.
Después de años de
frustraciones marinas, creo que he encontrado el tiempo y el lugar donde
aplicar las técnicas con que me adiestró mi tío.
El gobierno español es un
gran pez, un gran tiburón blanco o posiblemente una cría de Magalodón
enfurecida. Nuestra pesca ha de consistir en lograr independizarnos de su
tiranía. La caña y el anzuelo hace tiempo que alguien las puso en juego y el
gigante, hasta ahora, se ha movido sin problemas con el anzuelo metido casi en
sus entrañas alimentado con trozos de nosotros mismos sirviendo a un tiempo de
cebo y alimento. De como dirimamos el proceso de pescar nuestra independencia,
dependerá que la logremos o que el monstruo nos coma para siempre. Puede que
nadie se haya percatado de ello, pero esta vez la lucha es a muerte y, en este
ámbito de cosas, hoy por hoy, se juega más el pescador que la presa. Porque de
tiburones aún quedan, pero este pescador es irrepetible.
Y el monstruo se agita
salvajemente, se alimenta del brazo de nuestra cultura, de los impuestos, las
pensiones, la educación, los derechos elementales, la sanidad... y encima se
atreve a insultarnos, a enviarnos sus sicarios para apalear a nuestros hijos,
nos obliga a marcar nuestro territorio con sus símbolos y nos acusa de
incumplir la ley del mar, donde el pez grande se come al chico. Pero nosotros
debemos darle sedal y marcar un límite en el carrete... ¡Hasta aquí! Y después
dejar un poco más para que el bicho se calme y... entonces tirar... tirar tan
rápido como podamos, tan fuerte como se nos permita, hasta obligar al monstruo
a moverse sin sentido y ... entonces darle de nuevo sedal y que cometa sus
nuevos errores, pero ya no debemos alimentar más al monstruo. Dejemos que diga
lo mal que estaremos lejos de sus fauces y fuera de la seguridad del mar;
dejemos que muerdan a Gibraltar y a Gran Bretaña, que se pongan en ridículo,
que muestren su saña a los pocos que aún creen aquí en el bicho... que se
muerdan la cola... Y en el próximo tirón tal vez lo saquemos hasta la orilla.
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