El presidente de Dentsu, Tadashi Ishii, junto a otros dos altos cargos de la empresa, piden perdón públicamente por el suicido de una de sus trabajadoras por exceso de trabajo. AP
Imagen y texto de la misma tomados de eldiario.es
Hace unos días The Guardian publicaba una noticia que me
hacía pensar:
Uno pensaría, de
entrada, que la dimisión de su presidente es lo mínimo que se podía esperar,
especialmente si lee el comienzo de la noticia, pero luego, pensando más, uno
se hace cruces de cómo se llega, racionalmente hablando, a esa situación. Y, sin
embargo, la situación no es tan anodina, ni siquiera fuera del Japón.
Precisamente recuerdo el escándalo de los suicidios laborales de Francia,
acaecidos poco antes del inicio de esta crisis, que lleva acompañándonos una
década ya. En aquella oleada de suicidios, que no fue solo uno, nadie dimitió.
Ni siquiera, en apariencia, se tomaron las debidas medidas para cortar la
tendencia. Eso sí, hicieron lo posible para que la prensa dejara de hacerse eco
de aquellas muertes, aduciendo que las noticias de suicidios animaban a otros
suicidas potenciales a seguir el mismo camino. Me pregunto qué entenderían
ellos por suicidas potenciales.
A través del
escándalo de Francia y recordando a los cientos de otras víctimas que optaron
por el suicidio en todo el Mundo, incluido nuestro país; uno se da cuenta de
que llegar al suicidio por sobrecarga de trabajo no es tan extraño. En Japón ha
dimitido el Presidente de una Gran Compañía, pero en el nuestro jamás ha
dimitido nadie por ello. Es más, dudo que, tras un suicidio, se lleve a cabo
una investigación laboral que destape los entresijos del avariento sistema
laboral establecido por el empresariado español. Es más, dudo que se
investiguen correctamente, ni siquiera los accidentes laborales. Al final
siempre está el fallo humano, el no recurrir a las medidas de seguridad
establecidas, etcétera, pero nadie dirá que el trabajador, agotado mentalmente
o extenuado físicamente, olvidó uno de los pasos necesarios para su seguridad.
Y, lo que es peor, cuando uno suprime una medida de seguridad más de una vez,
sin que suceda nada malo, tiende a saltarse ese paso que implica malgastar un
tiempo precioso y no remunerado.
Los sueldos
demasiado bajos ya son un fallo de seguridad, pero eso nadie te lo cuenta. Las
empresas intentan deshacerse de aquellos empleados que siguen los pasos debidos
porque son demasiado caros o tienden a pagar por objetivos en lugar de por
horas. Que esto sea admitido es un terrible error, máxime cuando en caso de
accidente se libera a la empresa de toda responsabilidad ante el fallo humano.
Está claro que anteponer la tarea a su proceso es una decisión empresarial y,
por tanto, al reducir lo pagado es la empresa la máxima responsable de los
males que de ello se deriven.
Por otro lado,
volviendo al tema de los suicidios, no es el exceso de trabajo la única razón
laboral de esta lacra mayor de lo que muchos pudieran pensar. Un lenguaje
empresarial demasiado eufemístico y plagado de frases “motivadoras”, a menudo
encubre un maltrato psicológico a sus empleados, una sobrepresión o un trato
desigual, que impulsan situaciones de mobbing, mal clima laboral o competencias
nocivas. Y todo ello son razones más que obvias que pueden llevar, en un
momento dado, a un trabajador a una situación psicológica de riesgo. Si eso
añadimos el actual miedo a perder el puesto de trabajo, estamos sobre un volcán
del que estoy seguro que todos conocemos más de una erupción.
Pero tranquilos,
señores, que aquí los presidentes de nuestras empresas están totalmente a salvo
y nadie los va a obligar a dimitir por unos cuantos trabajadores muertos ni ninguna
otra pequeñez de esas.
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