Imagen tomada de la web http://www.outofseo.com/
El terrorismo se define socialmente por una única cuestión:
su intención de infundir el miedo colectivo. Los actuales atentados de los
fundamentalistas islámicos cumplen esa definición porque sus atentados están
orientados a dañar al mayor número de gente con una discriminación casi nula de
sus objetivos. Es decir, que el terrorismo, en sí mismo, no va contra nadie en
concreto y, aparentemente, contra todos.
En realidad, este terrorismo de maximización de víctimas, nos
deja clara una cosa que debería ser evidente para todo el mundo, y es que no
amenaza a los supuestos responsables de los males que pretenden denunciar. Es
algo parecido a aquello de la envidia igualitaria, que no pretende mejorar las
expectativas del individuo, sino empeorar la de los demás. De este modo, el
terrorismo actual solo pretende que aquellos que han conseguido evitar su
miseria, a veces con mucho esfuerzo, se vean involucrados en ella, pero no
pretenden, ni desean, solucionar sus propios problemas. Es un terrorismo
perpetrado por peones unidos por su imbecilidad gratuita.
Trasladándonos a nuestras propias miseria domésticas y con el
ejemplo moderno, ya no podemos ver a ETA de la misma manera. Porque es cierto
que ETA también llevó a cabo algunos atentados aparentemente indiscriminados,
como el de Hipercor en Barcelona, pero sus características eran claramente
diferentes. ETA, por lo general, marcaba a sus víctimas por el valor social de
estas, respondiendo a una sociedad que era enemiga de sus valores (que no vamos
a entrar a juzgar) y a la que pretendía dar una respuesta bélica. Así pues, el
verdadero terror de ETA estaba enraizado en el poco respeto por las posibles
víctimas colaterales a las que consideraban un mal necesario.
No voy a romper ninguna lanza por alguien que ve en la
violencia una opción válida, pero debemos reconocer que, si el sistema
reaccionó con fiereza contra ETA, fue porque eran los propios amos del sistema
estaban entre los objetivos. Así pues, en la lucha contra ETA, tampoco hubo
honestidad hacia la ciudadanía, porque el sistema entabló una guerra contra el
terrorismo en la que, muy a menudo, tampoco se evitaron los daños colaterales.
Sin ir más lejos, el propio atentado de Hipercor hubiese podido acabar sin
víctimas, de no haberse retrasado el desalojo del almacén, pero para algunos
mandos policiales era más importante no ceder a los muchos avisos falsos que la
banda lanzaba, antes que evitar las víctimas de aquel que sí fuese cierto.
Desde este punto de vista, Hipercor tuvo más de un responsable, pero los medios
de comunicación siempre han trabajado para dejarnos muy claro que los únicos
responsables fueron aquellos que pusieron los explosivos. Tampoco voy a
extender mis juicios hacia esa salida.
Para los que miramos el Mundo de una forma crítica (espero
que seamos muchos), cuando el 11M de 2004 se dieron los múltiples atentados de
Cercanías Madrid, y en especial los de la estación de Atocha, lo primero que
pensamos fue en ETA por la proximidad de las elecciones. De hecho, unos días
antes, se nos había dicho que había sido detenida una furgoneta de ETA cargada
de explosivos y con destino a Madrid. Pero también nos dijeron, en esa misma
noticia, que allí se completaban todos los explosivos sustraidos meses antes en
Francia y que estaban caducados o a punto de hacerlo. Sin explosivos y con casi
todos los miembros conocidos de la banda detenidos, una acción tan bien
coordinada, tan demoledora y tan orientada en exclusividad contra la ciudadanía
parecía descabellada. Sobre todo cuando el mundo aberzale le había retirado la
confianza a ETA tras el atentado de Hipercor y, años después, la escenificación
de la muerte del concejal Miguel Blanco.
Para muchos, ya a las 8 de la mañana de aquel fatídico día,
nos parecía poco creíble que ETA hubiera cometido tan infame hazaña. Pero
cuando Otegui, para muchos el vocal de las intenciones de ETA, salió a condenar
los atentados y a negar la autoría de la banda, se cerró el círculo: no había
sido ETA. Que después el gobierno en funciones siguiera envenenando a los
medios de comunicación con la culpabilidad de ETA, se convirtió en una burda
maniobra para ganar votos con las elecciones a dos días vista. De hecho, el
equipo de Aznar, con la Campaña Electoral paralizada, se dedicó a saturar los
medios y a forzar las comunicaciones del extranjero, con informaciones de falsas
pistas que apuntaban a ETA. Todo eso cuando las primeras investigaciones reales
ya la habían descartado y estaban detrás de una célula yihaidista de origen
marroquí.
Mucha gente ya empezó a despertar del letargo aquella misma
tarde, pero el gran cabreo llegó el sábado cuando, mientras todos esperábamos
un retraso pactado de los comicios y, en cambio, el gobierno intentó
convertirlo en una jornada de reflexión donde su intoxicadora mentira
prevaleciera. Pero todo se desmoronó cuando la gente empezó a salir a la calle
y llamarse unos a otros para parar a la absurda maquinaria del Estado. Por
primera vez y, puede ser que, como última, la fuerza de la ciudadanía doblegó
al brazo de las manipulaciones gubernamentales.
Sin embargo, en el PP, nunca aceptaron que les habían pillado
con las manos en la masa. Aún el lunes, perdidas las elecciones y con una clara
evidencia de lo que había pasado, el ministro del interior salió a decir
aquello de “existen dos líneas de investigación, una que apunta a ETA…” aunque
todos sabíamos que era claro lo que había ocurrido y solo quedaba localizar a
los responsables y a aquellos que les habían vendido los explosivos.
Aquellos hechos nos dejaron muy clara una cosa, y es que a
los poderosos solo les preocupa su seguridad y no la seguridad de los
ciudadanos, y que los atentados contra los ciudadanos son una simple excusa
para imponer unas medidas de seguridad que solo protegen a los poderosos. Y eso
lo hemos visto recientemente en los atentados de Bruselas. Con toda la policía
vigilando, con los niveles de seguridad al máximo, siempre se puede encontrar a
pobres ciudadanos que van a trabajar o vuelven de sus vacaciones, a los que
matar en masa y muy poco se puede hacer. Ahora bien, toda esa seguridad es
suficiente para evitar que políticos, banqueros, grandes empresarios y
poderosos en general, tengan que temer por su vida.
Tal vez deberíamos empezar a dejar de hablar de terrorismo yihadista y empezar a hablar de terrorismo cómplice de algunos poderosos con
muy poca empatía, y que usan a estos descerebrados como peones para que el
poder extienda medidas contra nuestra libertad, pero que sirvan de protección a
esos poderosos contra otro terrorismo más lógico… aunque igualmente condenable.
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