“¡Somos los mejores! ¡Qué gran partido! ¡Cómo ha metido el pie entre el defensa y el portero para mandar la pelota dentro de la portería!”
“Y pensar que tanto mi mujer como mi hijo daban por perdido el partido… ¿Perdido?... Lo que no querían ni venir, consideraban que gastarnos casi mil euros en este viaje relámpago para ver la final era absurdo… Un despilfarro.”
“Raquel siempre pensando en el dinero y mi hijo es un derrotista. Por eso le suspenden siempre en matemáticas. Eso sin contar que es un despistao y se olvida de todo…”
--Y usted es un poquito pesado… ¿Qué va a pensar su familia?
--¿Mi familia?... ¿Raquel?... ¿Javito?... ¡Coño! Me los he dejao en el estadio.
Engracio, así se llamaba este rojigualdo ejemplar de la fauna futbolera que pululaba por las afueras del Estadio Prater minutos después de acabar la final de la Eurocopa 2008, estaba desconcertado. No sabía si debía volver a los vomitorios del campo de fútbol o dirigirse al aeropuerto donde en tres horas debería tomar el avión. Pero lo último no parecía lo más apropiado ya que Raquel tenía los billetes.
“Mierda de charter”, pensó. Precisamente cuando los vuelos regulares ya no necesitaban de aquellos insidiosos papelillos que se perdían solos, ellos cogían el único vuelo que sí los usaba.
Se dio la vuelta e intentó andar contra corriente embistiendo a toda la oleada de alegres seguidores que se derramaban por las calles desde el estadio. Era agotador y difícil, pero lo peor era que, mientras todos aquellos celebraban el evento, él, por su maldito despiste, se estaba perdiendo el momento.
Casi tres cuartos de hora le costó desandar lo que ya había recorrido en sólo diez minutos. Y todo para nada, porque nada quedaba allí cuando los autocares de las selecciones habían partido y los aficionados ya lo celebraban cada vez más alejados de allí.
¿Cómo era posible que le hubiera costado tanto llegar entre la muchedumbre a… un lugar casi vacío y sucio? Ni Javito, ni Raquel.
--¡Taxiii!
Por lo menos ya era posible coger un transporte…
--Güohin?... (O algo parecido, que yo tampoco sé alemán).
--Aaaeeerooopuueeertooo…
--Do you speack inglish?
--¿Con ese acento?... ni loco. En fin… AEROPORT
Como el taxista arrancó ya se dio por satisfecho. Orgulloso de su logro cosmopolita también olvidó su situación y empezó a contarle al taxista el partido. Este, como era lógico, no se enteraba de ni una palabra, pero estaba tan harto de oírlo que cualquiera hubiera dicho que era alemán y no austríaco. Así que la hora y media hasta la terminal aérea fue una tortura para el pobre taxista. Por cierto, a la hora de cobrar se le entendió perfectamente…
--Cinquenta sei euro.
“… A ver si sabía español después de todo… Vaya precio por la carrera.” Aunque Engracio creyó que el taxista se había cobrado algo más que el trayecto ya no se atrevió a protestar. Total, tampoco le entendería… ¿o sí?
Tenía cuarenta y pocos minutos antes de presentarse en la puerta de embarque. Y es que debía hacerse una hora antes de la hora del vuelo según la normativa. Aún así, con un pequeño rodeo que se podía decir que era para buscar a la familia pero que tenía más de su ignorancia que de su voluntad, llegó hasta la puerta de embarque sin conseguir encontrarlos. Una vez allí, cada segundo sería un elemento para su propia tortura.
“Faltan veinte minutos, esto ya está lleno de forofos y de ellos ni rastro”
Se movía nervioso por la terminal y los demás pasajeros, que celebraban la gran victoria, no dejaban de mirarle. Incluso aquella familia de Hospitalet que parecía tan simpática en el viaje de ida, ahora parecían mirarle con auténtico desprecio.
Faltaban cinco minutos y ya se había formado la cola frente al mostrador.
En breve empezaron a pasar todos los grupos por el pasillo de embarque y él seguía al final de la cola. Estaba a punto de llegarle el turno, casi veinte minutos después de la hora en que les obligaban a estar allí, cuando no pudo aguantar más y se salió de la cola con la idea de lanzarse a las calles de Viena para buscar a su familia.
--¿Dónde vas, gañán?
Sorpresa… desconcierto… alegría… frustración…
--A buscaros, que me teníais preocupado --Mientras se lo decía los abarcaba con ambos brazos y les dirigía al mostrador de embarque--. Además… ¿A dónde iba a ir sin vosotros?
--Más bien dirás a dónde íbamos a ir nosotros sin ti… después de todo tú tienes los billetes para el vuelo – Espetó Raquel.
Engracio estuvo a punto de protestar. Llegó incluso a abrir la boca y levantar la mano hasta el hombro. Pero una imagen impactó su cerebro… en el instante en que Torres marcó aquel soberbio gol, unos papeles volaron hacia arriba y adelante, papeles que el supuso las entradas, pero estas las guardaba su hijo Javito como recuerdo… así que tenían que ser los billetes.
--¿Sus tarjetas de embarque? ¡Por favor!
Engracio sufrió un repentino ataque y dicen que, mientras lo llevaban al hospital en una ambulancia, no paraba de gritar: ¡Goooooool!
1 comentario:
Vaya, Vice, no pierdes habilidad ni encanto. Buen relato, actual, fresco; de esos que te dejan con una sonrisa en los labios.
Espero verte por TusRelatos.com, cuando arreglen la página...si es que pueden.
yo ando por:
http://www.librodearean.com/zenon/blog
lo dicho, un placer leerte de nuevo.
zenon.
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