domingo, 30 de junio de 2024

El nuevo auge del fascismo

 

Con las elecciones francesas los medios de comunicación nos bombardean de nuevo con una oleada de información sobre la ultraderecha. Estos bombardeos tienen una vertiente positiva, la de darnos más datos, pero también tienen una vertiente fea que es la de dar más visibilidad a estos partidos que suponen un peligro para la sociedad ¿Dónde está el equilibrio? Porque por un lado es necesario saber qué y quienes son para podernos enfrentar a ellos, pero por otro, la mayoría de la gente que en general ha estado mal preparada políticamente, puede caer en sus garras como pajaritos. Sin ir más lejos, en nuestro país, los medios de comunicación, llevan años ahuyentando a la gente de los temas políticos mientras le cuentan historias terroríficas, mayoritariamente falsas, sobre el comunismo o cualquier otra ideología de izquierdas. Lo más gracioso ha sido ver como hablan del socialismo como un tipo de comunismo al que pintan con rabo y cuernos y, a un tiempo, afirman que nazismo y fascismo son socialismo. Después, esos mismos medios, son los que venden fascismo y nazismo a manta como si fuese la panacea. Y los pajaritos que se alimentan con el grano de esos medios, compran fascismo sin analizar semejante contradicción ¿Dónde dejaron sus cerebros aparcados?

La cuestión es que, al margen de los medios de mierda como A3media, Mediaset o la propia RTVE cuando ha estado en manos del PP, además de otros menores que dan hasta risa por su poca fiabilidad informativa, el resto de medios trabajan con seriedad y, aún con sus pocos medios y demasiadas presiones externas, logran sacar adelante informaciones que pueden ser muy esclarecedoras. En este ámbito recomiendo a las corporaciones de radio y televisión vasca y catalana, a los diarios en red “Público”, “ElDiario.es” y “La Marea”. No siempre dan en el blanco y no siempre superan las presiones, pero lo intentan de buena voluntad y dan lugar a informaciones aceptablemente fiables. No son los únicos, pero en general hay que huir de las grandes corporaciones dominadas por sociedades capitalistas a las que les “urge” el dominio del fascismo.

Qué hemos aprendido de la buena información (a menudo también de la mala). Lo primero de todo es que el fascismo no se crea ni se destruye, solo se transforma, porque es algo natural en las ansias de poder del ser humano. El fascismo enfrenta a grupos de personas inventando maldades en el grupo a batir. El fascismo, como la religión, trabaja con el mundo de los mitos para beneficiar a unos pocos en el mundo de lo tangible. Si el fascismo habla mal de la inmigración, extendiendo los pecados de unos pocos en el de todos los inmigrantes pobres, es para que sus líderes obtengan un poder y un dinero muy tangible para sus líderes. Pero su patriotismo y su odio a los extranjeros son muy selectivos, porque no dudan en aceptar tratos con extranjeros ricos o pactar con otros como ellos. No es extraño pues que Le Pen y Trump pudieran aceptar ayudas de Putin, que VOX obtuviera dinero fundacional de terroristas iranís o que Meloni y Milei fuesen ayudados por la CIA, la primera como vía para controlar Europa y el segundo para apoderarse de las riquezas naturales de Argentina.

Así visto, la extrema derecha también podría entenderse como una fórmula para controlar a un país sin invadirlo. Solo haría falta aprovecharse de la dejadez con la que las nuevas generaciones han crecido sin interesarse por algo tan esencial como es la política ¿Si en EE.UU. funcionó, por qué no habría de funcionar en el resto del mundo? Y es que el nuevo fascismo ya no lleva traje militar y, si me apuran, ni siquiera necesita la corbata.  

Pero acabamos de descubrir que no todos los fascismos son iguales, aunque exploten lo mismo y persigan similares fines. De hecho, salvo en casos muy concretos, se ha eliminado el culto personal. El nuevo fascismo es mucho más pragmático. Los casos de Trump y Milei deberían estudiarse aparte; pero el rechazo de el Reagrupament Nacional francés a Alternativa para Alemania, por considerar a estos excesivamente extremistas, nos puede dar una pista de hasta qué punto el nuevo fascismo es capaz de camuflarse para introducirse en las estructuras de la democracia. Si hace treinta años avisábamos del peligro que suponía no poner trabas en el juego democrático a aquellos que no creían en la democracia, hemos vuelto a hacer tarde.

Pero ya no estamos ante Hitler, Mussolini, Franco, Somoza, Videla, Galtieri, Pinochet o Stalin (lo siento, pero Ióssif, por muy comunista que fuese su sistema, era un fascista de libro), el nuevo fascismo es impersonal, pero con una capacidad para quebrar las estructuras mucho mayor. Detrás hay años de sabiduría, pero no en sus líderes, sino en un colectivo que se beneficia de sus acciones y que hará creer a los votantes de esta extrema de derecha que todo es por el bien del país hasta que este se desmorone, primero moralmente y luego económicamente. Esta vez no hará falta ninguna guerra, aunque las habrá, pero el desastre podrá ser aún mayor.

¿Qué ocurrirá después? ¿Cuándo acabaremos con esto?

Son respuestas que por ahora son difíciles de imaginar. Pero dada la capacidad del fascismo para hacer creer a sus seguidores que los problemas por ellos generados son culpa de otros y el control de los medios de comunicación, podemos pensar que se podría llegar al desastre final… Incluso al final de la vida sobre la Tierra. Y la única arma con la que contamos es dar más cultura política a la gente.

Lo tenemos muy mal.