El atentado de Hipercor fue algo muy cercano para mí. Todo y
que ningún conocido estaba en aquel instante en los almacenes, supuso un
episodio de miedo y difícil de olvidar. De hecho, durante cerca de dos horas
revoloteó la posibilidad de que algunos familiares se encontraran allí. Fue, ya
pasadas las 17 horas, cuando pudimos ponernos en contacto con todos y poder
descartar que alguno de nosotros pudiera haberse visto afectado directamente
por tamaña salvajada. Con todo, la pena y el miedo por las victimas que si lo fueron,
resultaron realmente sentidas.
El barrio de Sant Adreu y La Sagrera ya había sido golpeado
por el terrorismo con anterioridad y lo sería en más ocasiones, pero lo de
Hipercor tuvo una dimensión, incluso a nivel nacional, muy superior.
Yo no escuche la explosión. De hecho, hacía cerca de veinte
minutos que ya había tenido lugar, cuando mi tren llegó a la ciudad desde
Girona, donde estaba haciendo la mili. Recuerdo la gente agolpándose en las
ventanas del lado derecho para mirar la enorme columna de humo. No me pregunten
cómo, pero ya en aquel instante tenía una idea bastante clara de qué y dónde
ocurría, y sentí miedo. Posiblemente si hubiese tenido conocimiento, en
aquellos momento, de lo que hoy ha contado el ex –lehendakari Ardanza, el miedo
aún hubiese sido mayor. Me cuesta
imaginar a esos militares, siempre dispuestos a ahogar cualquier vestigio de
libertad, tomando el poder tras un atentado que había tenido como víctimas a
personas que de ningún modo habrían estado de acuerdo con ellos. Pero aún me es
más difícil pensando que me hubieran podido haber hecho parte de su traición
estando, como estaba, en pleno servicio militar obligatorio. Está claro que sus
razones no hubiesen sido las esgrimidas.
Cuenta hoy Ardanza que los militares, según le había narrado
el propio presidente del gobierno de la época, Felipe González, que algunos militares
consideraban que el gobierno no era eficaz a la hora de acabar con el
terrorismo. Para ellos era suficiente, y si bien en aquellos momentos los
atentados se sucedían con una elevada frecuencia, no se nos puede antojar nada
más allá de una vulgar excusa para arramblar con las limitadas libertades que
nos había traído una Transición nunca acabada.
Bajo ese prisma vuelvo a escuchar las voces de los
verdaderos culpables del atentado: los etarras que pusieron la bomba. Una frase
emerge con fuerza entre mis recuerdos: “avisamos con tiempo suficiente para que
pudieran desalojar, y lo hicimos varias veces”. Cuantas veces no se había dado
el caso y realmente se habían llevado a cabo desalojos que salvaban vidas. Sin
embargo los cuerpos de orden público de la época negaron que hubiese habido
tiempo suficiente. Además estaban los numerosos avisos falsos de bomba que la
banda también tenía por costumbre realizar para aumentar la sensación de
terror. Desde ese punto de vista si no hubiese sido aquel día en Hipercor,
hubiese sido cualquier otro en cualquier lugar incluso más concurrido. De hecho,
cuando un año después se descubrió un piso franco en la calle Sagrera y otro en
Ciutat Vella, se encontraron documentos que apuntaban, incluso, al Campo del
Barça.
Con todo, no paro de pensar que alguien miente en todo esto,
y las palabras de Ardanza me hacen pensar que, tal vez, esos mismos fachas que
dentro del ejercito pretendían un golpe de Estado, también podían tener sus
amigos en otros cuerpos del Estado y haber permitido que aquel atentado se
convirtiera en lo suficientemente sangrante para servirles de excusa.
Aprovechar la traición y la sangre inocente para tomar o aferrarse al poder, ni
era nuevo, ni pasaría de moda. Solo hace falta recordar la falta de tacto y
vergüenza con la que el PP trató los atentados de Atocha en 2004 y como, aún
hoy, persisten en su traición.
De todas formas, no nos engañemos, ETA si fue culpable del
atentado de Hipercor. La posibilidad de que otros también sean responsables de
él, no les exonera. Hacen bien en mostrar arrepentimiento por ello. Pero si
bien ellos han pagado con la cárcel, los que permitieron la masacre, sobre todo
si había un fin más maquiavélico detrás, no han pagado en absoluto por ese
delito.
Después de Hipercor se inició un proceso de divorcio entre
el mundo abertzale y la banda terrorista solo frenado por la guerra sucia que,
en la forma del GAL, se apoyó desde entornos próximos al Estado.
Hoy se cumplen 25 años de un uno de esos sucesos que no se
pueden borrar de nuestra memoria y surge una pregunta retórica de todo ello:
¿por qué siempre las masacres terroristas se dirigen contra los que
difícilmente son responsables de las cuestiones que en teoría generan ese terrorismo?
Imagen tomada
de la web de “El Periódico”