No es lo mismo nacionalismo que independentismo. A más de uno le sorprenderá esta afirmación y algún otro estará tentado de decir aquello de que posiblemente no sea lo mismo, pero está muy próximo. Y yo puedo decir que no. Entre independentismo y nacionalismo hay un enorme abismo. No es que no existan nacionalistas que son a la vez independentistas, pero es obvio que también hay muchos nacionalistas que no son independentistas. Lo que se quiere negar con demasiada intencionalidad es que además hay independentistas que no son nacionalistas.
Después de lo dicho, cualquiera que hubiese leído mis artículos anteriores me echaría en cara que siempre insisto que, en nuestro país (por España), todos somos nacionalistas de un tipo u otro. Y tendría razón, pero es que para entender esto hay que definir qué se entiende por nacionalismo.
Está claro que con las maniáticas descargas del peperato criticando a los nacionalismos no se puede aceptar otra definición que la fina y segura donde ellos mismos son más papistas que el Papa… es decir, más nacionalistas que nadie. Pero si hablamos de nacionalismos destructivos, racistas, de sometimiento a lo diferente… ¡Alto! Por aquí tampoco vamos bien porque el PP sigue siendo el más nacionalista de todos.
La razón de todo esto es que, hablando de Catalunya (que es lo que realmente conozco), los nacionalistas más extremos no son precisamente los que buscan la independencia, sino los que pretenden la supremacía de una forma u otra de cultura. Y sí, existen nacionalistas muy extremos de lo catalán y la mayoría son independentistas, pero entre los nacionalistas castellanistas acostumbran a estar los del más irracional aún. No digo que sean más (en Catalunya, claro), pero que son más aberrantes es seguro. Sólo tenemos que ver las últimas ventosidades de la presidenta del PP catalán, especialmente en el tema de la inmigración.
De los nacionalistas catalanes los hay de todos los tipos, pero, a pesar de lo desprestigiada que está la palabreja, hay independentistas que la aceptan como etiqueta sin serlo realmente. La mejor forma de reconocerlos es que no aceptan ninguno de los alineamientos populistas típicos de los nacionalismos (también son habituales en partidos de extrema izquierda y, sobre todo, de extrema derecha).
Hace ya más de un siglo que Joan Maragall nos mostró las líneas de pensamiento que llevan hoy a ese independentismo no nacionalista, primero (según orden lógico que no cronológico) está su “Himne Ibèric” con el que canta las excelencias de todos los pueblos que habitan esta piel de toro. Habla de todos ellos con una admiración, un cariño y un respeto que nadie dudaría de su españolidad, eso sí, en la lengua de Llull. En segundo lugar tenemos el poema que los ultraderechistas han convertido en paradigmático: “Oda a Espanya”. Este poema es un llanto por el desprecio (en ocasiones hasta maltrato) y la falta de respeto con que la España, que habla desde Madrid, se dirige al pueblo catalán. En contra de lo que algunos puedan haber dicho, Maragall se muestra extremamente respetuoso y no utiliza ninguna figura que pueda ridiculizar a España, aún así es duro y muestra, sin tapujos, parte de la cruel realidad. Una realidad que es igual para todos los pueblos de este Estado plurinacional, con una diferencia que resulta esencial: el idioma.
Escolta, Espanya, - la veu d'un fill
que et parla en llengua - no castellana:
parlo en la llengua - que m'ha donat
la terra aspra:
en 'questa llengua - pocs t'han parlat;
en l'altra, massa.
“Escucha España, la voz de un hijo que te habla en lengua no castellana: hablo en la lengua que me ha dado la tierra áspera. En esta lengua pocos te han hablado, en la otra demasiados”.
Esta es la primera estrofa en que explica de forma breve porque dedica una oda a España en catalán. Demasiadas voces castellanas que, tal vez, no dejan escuchar a otras. Por supuesto el no está criticando al castellano, sino el hecho de que no se valore a nada que no sea en esa lengua. Para muchos, aún hoy, catalán, vasco gallego, bable, aranés… no son lenguas españolas. Tal vez la razón sea que un día aceptamos llamar “español” a una lengua que sólo era castellano. Detrás de una lengua hay todo un pueblo y cuando se desprecia a esta se está despreciando a todos los individuos. En tiempos pasados, cuando los individuos no tenían ninguna importancia, cuando los genocidios se podían realizar sin que nadie hiciera nada por evitarlos, cuando el mundo era la herencia de la barbarie, se podía entender ese desprecio a otros pueblos dentro de un mismo país, hoy es un crimen que, en España, por habitual, parece lógico. Cuando el Sr. Arenas, la Sra. Aguirre o Alicia en el país de sus pesadillas, gritan que se está persiguiendo a los castellanohablantes en Catalunya, cuando ni siquiera se puede alcanzar la igualdad de ambas lenguas, siguen, con su mentira, promocionando ese maltrato hacia todos los catalanes. No hace falta citar anécdotas (que son más que eso) de la animadversión generada contra los ciudadanos de Catalunya.
Durante todo el poema se habla de males que afectan a todos los españoles y termina pidiéndole a Espanya que se salve de su ruina. El amor a Espanya que se mostrará después en el “Himne Ibèric” está ya aquí presente, pero termina con un verso que, por su aparente significado, horroriza a la cabaña castellanista.
On ets, Espanya? – no et veig enlloc.
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua – que et parla entre perills?
Has desaprès d’entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!
“¿Dónde estás, España? No te veo por ninguna parte ¿No escuchas mi voz atronadora? No entiendes esta lengua que te habla entre peligros? ¿Has desaprendido la capacidad de entender a tus hijos? ¡Adiós España!”
Maragall acaba buscando a España para que se salve, pero España parece no oírle, pero sabe que no es así, simplemente no quiere escucharle porque le habla en catalán. España no quiere escuchar a los catalanes, de hecho no quiere escuchar nada que no sea castellano. Así termina ignorando a muchos de sus hijos. Hijos que, con lágrimas en los ojos terminan diciendo: “Adéu Espanya!”
Catalunya se ha llenado de nuevos independentistas que posiblemente no votarían un partido independentista (o, tal vez, sí), pero que no dudarán en pedir el “Adéu Espanya!”. Personas cansadas de esa castellanización insultante y de esos insultos castellanizantes. No son nacionalistas, de hecho la lengua materna de la mayoría es el castellano, pero ya no pueden más.
En Catalunya los políticos no han descubierto este filón, pero es que no creo que exista un solo político en España que sepa lo que piensan los ciudadanos, se limitan a decirles lo que deben pensar y a aprovecharse de sus problemas antes que buscarles una solución. Como el PP en Badalona.
Imagen tomada de www.revistadeletras.net