miércoles, 26 de septiembre de 2007

El perdón.


--¡Padre, he pecado!
--Desahógate hijo mío.
--¡Padre he pecado!
--Pues confiésate y Dios te perdonara.
Del otro lado de la reja del confesionario le llego un sollozo amortiguado y el corazón del padre Matías se ablandó.
--¡Hijo, no llores que no existe pecado que Dios no pueda perdonar si verdaderamente estas arrepentido! Dios puede perdonar lo que los hombres no pueden.
--Esta vez no será así. He venido a que usted me perdone.
El padre Matías se hubiera reído si no intuyera algo terrible en el tono de la joven voz que le hablaba desde el otro lado.
--Hijo mío, yo solo soy un hombre y solo el perdón de Dios te puede abrir la puerta de los cielos.
--No padre, ahora solo su perdón importa.
La postura de aquel joven era cada vez más preocupante y empezaba a darle algo de miedo, así que decidió seguirle el juego.
--Te escucho.
--Dios ya no va poder perdonar a nadie, padre.
--¡Dios puede perdonarnos a todos!
--¡He dicho que no! – Gritó el joven golpeando la rejilla.
El grito hizo que todas las miradas de la iglesia se giraran hacia el confesionario. El padre Matías le pidió calma y la voz recobró el volumen de confesión.
--Dios ya no perdonará a nadie porque ha muerto.
El padre Matías no sabía si echar al joven de allí o seguirle un poco más la corriente. Optó por lo segundo.
--Dios es inmortal…
--Eso creía yo también. —Cortó el joven. —Por eso lo maté y ahora sé que yo he de morir también.
El padre Matías no pudo soportar más aquella herejía, así que abrió la malla dispuesto a expulsar de allí a aquel individuo cuando se encontró frente a frente con la cara del diablo.
La cara del diablo era la de Matías, el hombre y no el sacerdote, pero no era Matías. El diablo no necesitó decir nada más, pero aquellos ojos profundos como un agujero negro le decían que todo era verdad.
--¿Y ahora que va ser de la humanidad?
--¿La humanidad?... La humanidad seguirá como siempre hasta que le toque desaparecer por sus propios errores, pero yo voy a morir.
--Sin Dios tú eres el amo de todo.
--No entiendes nada… si Dios muere yo muero, si yo muero Dios muere. No existe bien sin mal ni mal sin bien, si no fuese así ningún hombre pecaría ya que el pecado es la elección que cada hombre hace entre el bien y el mal.
--¿Y si Dios y tu morís como podremos elegir entre el bien y el mal?
El diablo pareció pensar un momento lo que tenía que decir, y al final dijo:
--Ha llegado el momento de que la humanidad se haga adulta y se separe de sus padres. Sus acciones ya no van estar regidas por el bien y el mal, ahora debe pensar por sí misma que es lo que debe hacer para su propia supervivencia. Ahora el hombre va a ser su propio Dios.
La mente del padre Matías volaba… al fin preguntó:
--¿Por qué has venido?
--Ya te lo dije… a pedir tu perdón… a pedir el perdón de la humanidad por milenios enteros como representante del mal.
El padre Matías dio una vuelta por la iglesia con la mirada y vio como cada uno de sus feligreses estaba repetido y hablaba con su doble como él lo hacía con el diablo.
--¡Perdóname! – Rogó. –Yo fui el mal porque el bien ya existía. Fui el mal pero sin maldad.
--¿Y que será del infierno?
--Lo mismo que del cielo… ¡Perdóname!
--¿Qué fue del cielo?
--Nunca existió… ¡Perdóname!
El padre Matías hizo el signo de la cruz en el aire aún sabiendo que ya no tenía sentido.
--¡Yo te perdono!
El diablo se esfumó al tiempo que un enorme peso cayó sobre los hombros de Matías, el hombre, y ese mismo peso recayó sobre toda la humanidad.

martes, 25 de septiembre de 2007

Un ateo en el cielo



¿Qué pasaría si Dios y el cielo existieran de verdad? ¿Qué sólo irían los creyentes?
¡No fastidies hombre! No me vengas ahora con aquello de que sólo los creyentes son buenos. No volvamos a las cruzadas.
Puestos a imaginar, que no es poco, imaginen la llegada de un ateo hasta la garita de San Pedro.
--¡Buenas!
--¡Buenas! ¿Qué quería?
--No sé… he llegado hasta aquí y…
--¡Vale!... normal.
San Pedro que agarra su libro de entradas (¿tendrá libro de salidas?) y empieza a hacerle preguntas al individuo… edad, número de DNI, afiliación política, etcétera. Vamos , lo normal.
--Muy bien, buen hombre. Y a qué religión pertenece usted.
--Pues verá… yo soy ateo.
--Así que para usted Dios, el cielo y un servidor no existimos ¿No?
--La verdad… es peor… Espero que sepa disculparme.
--¿Peor?
--¡Sí! Me he pasado toda la vida convenciendo a “todo quisqui “de que esto era una trola.
--Ya veo… Pero no entiendo qué hace usted aquí.
--Tal vez me han confundido con ese señor de blanco que han mandado hacia abajo al llegar a la bifurcación.
--¿Se refiere a Juan Pablo II?
--¡Sí! Ese. Es que no me salía el nombre.
--Ahora voy entendiendo algo. Lo cierto es que me ha extrañado que no estuviera su nombre en la lista.
--¿No está mi nombre?
--¡No!... el de Juan Pablo II. Por cierto ¿Cómo se llama usted?
--Adolf Hitler
--¿Cómo?
--Es broma, me llamo Juan Pérez.
--¿Juan Pérez?
--¡Sí!
A San Pedro no parecía hacerle gracia tanto “cachondeíto” por parte del ateo. Pero tampoco le agradaban las sorpresas que el divino le estaba dejando en su libro de entradas.
--Juan Pérez ¿Qué?—la voz de la variante del Cancerbero en las alturas empezaba a parecer un gruñido del primero.
--Lo siento, pero me temo que soy hijo de padre soltero.
--¿Habrá sufrido mucho en la vida?—el deje estaba entre ironía e ira a secas.
--No mucho. Siempre hice lo que me gustaba.
--¿Hijito de papa?—San Pedro siempre fue un santo con muchos prejuicios y muy poca paciencia y en esta ocasión, de haber tenido una espada a mano, no hubiera dudado en cortar la oreja a aquel ateo descreído, pero la pregunta era la única espada que blandía por ahora.
--¡No!... Rescate de montaña.
La cara del santo portero se iluminó.
--¿Usted es el que salvó aquel autocar de niños pero luego se cayó al vacío?
--El mismo que viste y calza… bueno no… porque aquí vamos todos en bolas.
--Ustedes los ateos siempre se quieren traer recuerdos de allí abajo… Ande, pase.
El ateo pasó para adentro donde se llevaría miles de sorpresas, pero creo que, por ahora, no me queda imaginación para tanto, así que esto se acaba aquí.
¡Que lo disfrutéis!

lunes, 24 de septiembre de 2007

Demos gracias (Democracia)




“El pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo”. Es una sentencia asumida, pero una mala excusa para conservar las reliquias de la era franquista que con su altanera arrogancia siguen mancillando los rincones de España. Una simple estatua, no muy grande, en la que una madre llorara a un hijo muerto y una inscripción dedicada a las víctimas del franquismo sería suficiente. Por lo demás, el enorme mausoleo del dictador en su Valle de los Caídos Nacionales (véanse las mayúsculas), construido con el sudor y la sangre de los derrotados, es un insulto a la inteligencia y un atentado a las libertades más atroz que las balas de ETA o incluso que la palabras de la COPE.

Y si esto fuera poco, España sigue poseída por el demonio de la iglesia católica que llevó bajo palio al infame general y aún intenta convencernos de las ficticias traiciones de los que, medio amedrentados, intentan seguir el camino de la democracia.

No es raro que el término “democracia” nos confunda. Hemos visto al Tío Sam repartir democracia por el mundo con el estruendo de Irak y la libertad de Guantánamo.

Hemos visto al PP, en nombre de la democracia, ilegalizar a un partido vasco por su relación con un grupo terrorista que, a pesar de las numerosas muertes causadas, son menor número que las penas de muerte que firmo su presidente o los padres de muchos de sus miembros. La excusa fue no condenar el terrorismo, pero no he visto al PP condenar al terrorismo de estado del general Franco (y aquel si daba miedo de verdad), ni crear iniciativas para compensar a los españoles por aquella trágica etapa de la que muchos de ellos fueron beneficiarios. A veces, creo que el franquismo mató en este país algo más que personas… Algún día hablaremos del genocidio de los valores democráticos.

¿Dónde está el pueblo que clama justicia?… arrellanado en un sofá viendo “la tele” y comiéndose un plato de alfalfa prestado por su banco al precio de cerrar la boca (“¡Come y calla!”).

¿Dónde está la libertad?... de vacaciones en el bolsillo de un desesperado por viajar a las islas Caimán o bañándose en el sudor de un trabajador ilegal.

Acomodados, aburguesados y con las orejeras puestas, destinadas a incomodar al vecino de enfrente y a todo aquel que levante la voz clamando justicia, libertad, igualdad, “Estatut” o cualquier otra cosa que suene a verdadera democracia.

En que colegios habrán estudiado estos indignos hijos de sus padres para olvidar que es la justicia, la libertad y la solidaridad y han prostituido todas las palabras para dar cobertura a sus beneficios. Ahora ya todos son Proxenetas de las Palabras.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Palestina



Son muchos años de aquí para allí, esperando ser dueños de nuestro propio destino.
Bienaventurados aquellos que supieron marcharse a tiempo.
Ser palestino y cristiano a un tiempo parece una contradicción y si bien hubo un tiempo en que era normal, hoy choca con todo y con todos.
Toda nuestra familia vive en Argentina, pero el abuelo quiso quedarse para recuperar lo que era suyo; una chabola en Belén donde hoy duermen los rebaños de los colonos judíos.
Papá aprendió medicina en Londres y es doctor en el hospital de Gaza. Hoy tenía guardia, pero no se si lo volveremos a ver. Los F-16 están bombardeando el complejo médico porque dicen que hay un soldado israelí secuestrado.
¡Ojalá se muera!
Creo que me estoy dejando llevar por los nervios, desear la muerte es un pecado mortal. No se en que estaría pensando... en mi papá... en mí... en mi familia... en mis vecinos...
El martes pasado bombardearon el barrio y cayeron las dos casas de los lados. Hoy, tal vez, caiga la nuestra. Quién sabe, a lo mejor así nuestros compatriotas musulmanes vuelven a hablarnos.
Mi abuelo tiene la culpa. En Argentina viviríamos en paz.
Todo por cuatro piedras en Belén donde un día un viejo verde vio nacer a su hijo entre una mula y un buey.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Crónica de una enfermedad venérea.


El otro día fui al médico porque tenía algunas molestias inguinales, aunque no eran esos todos mis males, me dolía la cabeza, me mareaba y el cauce del meato me picaba un rato.
--Normalmente le enviaría al urólogo –me dijo el cenutrio de la bata blanca.
Me miraba los colgajos con sonrisa de sorna e inclinado la cabeza y aquello no me gustaba. Por si no era suficientemente humillante mostrarles mis vergüenzas, aquel estúpido se estaba cachondeando, pero el colmo fue cuando él y la enfermera se pusieron los guantes y empezaron a manosearme con dolorosa impunidad.
--¡Doctor! ¿Qué padezco?
--Parece usted imbécil ¿Cómo es posible que en pleno siglo veintiuno aún se puedan enganchar unas purgaciones?
--Eso debió de ser por el empacho de Navidad.
--Más bien debió de ser por la orgía de Todos los Santos. ¿Qué? ¿se tiró a la cabra de la legión?
En aquellos momentos hubiera sido capaz de matarle, pero el hombre tenía ganas de seguir hablando y yo estaba un pelín asustado.
--Afortunadamente con unos antibióticos estará usted pronto en condiciones para realizar sus prácticas obscenas, pero hasta que no esté totalmente curado no se le ocurra practicar el sexo que las enfermedades venéreas se pegan muchísimo.
Así que era una enfermedad “benérea” (buena), pues no tenía de que preocuparme, o eso creí hasta que se lo vi escribir en el informe con mayúsculas y con “V”: VENÉREA (de las venas... ¿del corazón?)
--¿Y no me moriré?
--De esto ya no se muere nadie. Con un buen antibiótico se cura. Por cierto, debe informar del suceso a todas las personas que hayan tenido contacto sexual con usted en los últimos dos meses, porque pueden haberse visto infectadas e incluso, alguna, puede haber sido quien le infectara. Los animales mejor los sacrifica, si han sido capaces de hacérselo con usted no vale la pena hacerles sufrir más.
Mientras me soltaba esta retahíla me alargaba la receta de los antibióticos.
--¿Cada cuánto me los he de tomar?
--¿Tomar? Estos van por vía parenteral y ahora le suministraré la primera dosis de choque.
--¿Parenteral?
No contestó a mi pregunta directamente, pero por el pedazo de aguja que enroscó en la jeringuilla supe que parenteral quería decir que me acordaría de toda su parentela.
Salí de allí peor de lo que había entrado, no sólo no habían desaparecido mis molestias, sino que después también tenía el culo dolorido. Y encima pretendía recetarme supositorios para calmar el dolor... será...
Pueden suponer que fue una notable alegría para mí conocer a la esposa del doctorcillo. Por cierto, llego tarde. Hemos quedado para cenar...

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Cinco horas con Gustavo (¡Feliz Año Nuevo!)


Gustavo se estaba volviendo avaricioso. Desde que descubrió que los gigantescos contenedores de basura del mercado, no venían a buscarlos hasta las nueve de la noche, se pasaba horas enteras revolviendo en aquel maremágnum orgánico. Pero terminábamos cenando de rechupete, sobre todo las vísperas de festivo cuando las paradas del mercado se desprendían de todo aquello que difícilmente llegaría, en buenas condiciones, al siguiente día laborable.
Aquel treinta y uno de diciembre, Gustavo iba a cometer un peligroso error… su último gran error.
Hacia las seis de la tarde, tan pronto se oscureció el cielo, Gustavo me dejó a cargo de su carrito y se marchó hacia el mercado. Recuerdo sus últimas palabras mientras me pasaba la botella de coñac:
--“Gsfj ahg me fjas djl”.
No hay duda de que el pedal no le dejaba ver la bicicleta. Pero lo que quería realmente decir es que esa noche tendríamos las doce uvas, o eso creo. Él ya sabía que del cava ya me encargaría yo, que siempre he tenido un don especial para el alcohol.
Me fui con los carritos de ambos bajo el puente del tren para coger sitio. Esa noche estaría muy concurrido, así que debía hacer mi hoguera lo antes posible. Tuve suerte de encontrar a Paco lenguas, un magrebí muy servicial al que ya había salvado varias veces de la poli. Paco me ayudó a ponerlo todo y, por un bocadillo de mortadela que guardaba en mi carrito, también aceptó vigilarlo. Paco ya no celebraba nada más allá de estar vivo, también había descubierto que la religión sólo sirve el que ya tiene el estómago lleno.
Así marché en busca de mi parte de la “compra” que, gracias a mi gorrito de Papá Noel, terminé pronto. Así que, a eso de las ocho, decidí pasar por el mercado.
Cuando llegué, estaba todo lleno de gente, policía, guardia urbana, bomberos, dos ambulancias y un camión de recogida de basura especial, los del mercado. En una de las ambulancias estaban atendiendo a uno de los basureros con una crisis de ansiedad.
--Ya estaba la prensa en marcha cuando lo oí gritar—repetía una y otra vez mientras balanceaba atrás y adelante su cuerpo sentado.
Un guardia urbano, unos metros más allá, le preguntaba a otro de los basureros por qué no habían mirado en el container antes de descargarlo en el camión.
--Hoy es Nochevieja, agente. Normalmente nos lo tomamos con calma y seguimos todos los procedimientos al pie de la letra. Pero somos personas y queremos comer las uvas con nuestra familia. Por eso entramos a trabajar una hora antes y aprovechando que los mercados también adelantan su hora de cierre, aceleramos todo lo posible.
Fue entonces cuando escuché la voz de Gustavo muy amortiguada y algo metálica. Oírla me tranquilizó hasta que interioricé lo que decía.
--¡Llamen a mi compadre Narciso!
Era alarmante porque se le había pasado la borrachera en menos de dos horas, él era el centro de atención y me había llamado por mi nombre cuando solía llamarme “Nachito” que, como saben, no quiere decir Narciso.
--Gustavo estoy aquí.
Un policía y un bombero me cogieron aparte y me llevaron al otro lado del camión para explicarme la situación. Al parecer, Gustavo, con la borrachera, se había quedado dormido dentro del contenedor y los basureros, a las siete menos cuarto, habían empezado a descargarlo en su camión. Justo después de la puesta en marcha de la prensa, Gustavo empezó a gritar, pero ya se había quedado atrapado por esta. Afortunadamente, el camión no estaba demasiado lleno y tenía espacio para respirar. Ahora los bomberos estaban a punto de hacer una puerta en la pared del camión con una lanza térmica, pero deben calcular bien cómo hacerlo para no dañar a Gustavo.
--¿Puedo hablar con él?
--Sí. Venga a la parte trasera del camión e intente tranquilizarlo.
Me extrañaba que, con lo que se había bebido, no estuviera suficiente calmado. De hecho su exceso de calma era lo que le había puesto en esa situación.
--¡Gustavo, soy yo!— Le grité.
--¡Nachete! –Gritó él con notable alborozo en la voz.
--¿Estás tranquilo?
--Estaría más tranquilo si no te hubieras quedado tú la botella de coñac.
--Me han dicho los bomberos que te van a sacar enseguida.
--Más les vale, porque esto está lleno de marisco y no va a aguantar mucho antes de que se estropee.
--Pues ve hincándole el diente ahora que puedes porque lo mismo no nos lo dejan llevar.
--“Ajshfgs”
--¿Qué dices?
--¡Que me cago en diez!
Hubo una carcajada general en todo el gentío que nos estaba escuchando. Cuando miré hacia el público me di cuenta de que varios focos y cámaras de diferentes emisoras de televisión, nos enfocaban, bueno al camión y a mí, porque Gustavo seguía dentro.
--Ya sabemos por dónde atacar.
Mientras decía esto el jefe de bomberos, un policía me alejaba unos metros del camión. Otro bombero hablaba con Gustavo y ya estaban perforando la chapa con la espectacular lanza térmica. Las cámaras se centraron en la acción.
Aunque la acción empezó con gran velocidad, tardaron más de media hora en hacer la puerta en la chapa. En ese tiempo vi a los desolados basureros lamentándose de cómo se había hecho trizas su Nochevieja.
Sobre las nueve y media, ya enfriada con agua la chapa, pudieron acceder los médicos al interior. Por el momento no me dejaron acceder a mí y durante veinte minutos sólo ellos entraban y salían. Finalmente uno de los sanitarios se dirigió a mí acompañado de un agente.
--Su amigo no está bien.
--¿Y qué esperan para llevárselo al hospital?
--Su amigo se muere…
--No veo la camilla ¿Qué esperan? –Me estaba desesperando.
--No podemos sacarlo. La prensa lo ha partido, interiormente, por la mitad. Si retiramos la prensa su presión arterial caerá de golpe y morirá.
--Tienen que intentarlo. Se muere.
--Sí. En esta situación le queda poco más de una hora de vida, pero solo podemos darle morfina para que no le duela.
El mundo se estaba desmoronando a mí alrededor. Gustavo era mi único nexo con la cordura y me estaban diciendo que se moría.
--No nos deja ponerle la morfina. Dice que quiere estar consciente lo que le queda de vida y quiere hablar con usted.
Me llevaron con Gustavo. Se notaba que habían adecentado aquel entorno y habían puesto focos. Bien mirado parecía un pesebre, pero en lugar de las figuras habituales había polis, bomberos, enfermeros y los dos chalados que éramos Gustavo y yo… y fuera los tres basureros.
--¡Me muero! – Me dijo Gustavo con una voz demasiado entera para su situación.
--Quieren ponerte morfina para mitigar tu dolor.
--¿Y pasar inconsciente mis últimas horas? ¡No, gracias!
--No creen que vivas tanto.
--¿Qué hora es?
Ante esta pregunta miré a uno de los agentes que, con una sonrisa tierna, nos dijo que eran las once menos cuarto.
--Bueno, con hora y media tengo suficiente.
--¿Suficiente?
--Es Nochevieja… ¿Tienes el cava?
--¿Quieres celebrar la Nochevieja?
--No tengo nada mejor que hacer.
Alguien debía haber pasado nuestra conversación al exterior, porque dentro de aquella caja empezaron a entrar bolsas con uvas, copas de plástico y botellas de cava.
--¡Narciso!
Me había separado unos metros de Gustavo, pero al llamarme por mi nombre acudí a su lado rápidamente.
--Narciso, me estoy mareando, pero tengo que aguantar hasta el fin del año, puedes pedirle a los médicos que me ayuden.
No hubo falta decir nada. Antes de que me diera cuenta le estaban inyectando algo y poniéndole un tubo de oxígeno en la nariz.
--No se preocupen, no es morfina –dijo el sanitario.
--¡Gracias! –Le agradecimos Gustavo y yo al unísono.
En aquellos minutos me conto su vida como tantas veces había hecho. Nada relevante. La miseria de siempre de una persona que realmente no ha conocido otra vida. Pero conforme se acercaban las doce de la noche, un rumor que iba aumentando poco a poco nos llegaba del exterior. Alguien, no recuerdo quién, nos pasó unas copas llenas de burbujeante cava y una papelina con las doce uvas. Por una megafonía exterior sonaron los cuartos y pronto empezaron las campanadas. Gustavo me miraba con ojos llorosos y una sonrisa en la cara mientras yo trataba de seguir las campanadas con los granos de uva.
--¡Feliz Año Nuevo!
Gustavo, que no había probado el fruto de la vid, pudo decirlo mucho antes que yo que peleaba con el relleno de mi boca.
--¡Feliz Año Nuevo! – Dije yo a la par que se oía por doquier.
Bebimos y ahora, aunque un solo sorbo, Gustavo si tomó del fruto de la vid.
--¡Gracias, Narciso!
--¿Qué dices?
--El pasado fue el mejor año de mi vida. Nunca nadie había sido capaz de aguantarme hasta que llegaste tú. Has sido el mejor amigo… el único amigo que he tenido jamás. Ni mis padres, que me expulsaron de casa cuando tenía dieciséis años, hicieron por mí lo que tú has hecho. Por eso no quería morir hasta escuchar las doce campanadas. No podía morir el mejor año de mi vida. No podía dejar que la muerte me robara mi único año de felicidad. Ahora puedo morir porque ya he vencido a la muerte.
Hasta aquel momento había podido aguantar mis sentimientos, pero en aquel momento me desmoroné y, con la garganta bloqueada por la emoción, me puse a llorar.
Gustavo llamó a dos de los policías para que fueran testigos de su último testamento. Me legó todas sus posesiones que, sólo dos días después, descubrí que valían más de un millón de euros.
--Nachito, tú vales mucho. No te dejes morir en esta mierda. Sal a luchar como un hombre. Pelea y, sobre todo, haz feliz a alguien, sólo así serás feliz.
Su estado se deterioró rápidamente, pero antes de morir me miró y me dijo, otra vez:
--¡Feliz Año Nuevo!

lunes, 17 de septiembre de 2007

Asunto Zanjado


Tengo noventa años y no creo que esta vieja carcasa que me sostiene vaya a aguantar mucho tiempo más. Por eso he decidido ir al Valle de los Caídos a darle mi despedida al que fuera el faro de occidente, el adalid de las libertades católicas, el salvador de la patria, el martillo del estalinismo… en una palabra: “Dios”.
Creo que mi nieto no entiende una palabra de este viaje, seguramente lo cree mi última “chochéz”, pero lo cierto, es que hace muchos años que lo tenía pensado y no me quería ir a bañar a las llamas del infierno sin haber cubierto de nuevo este camino.
Aún recuerdo la bondad del padre Torcuato escribiendo aquella carta al Generalísimo para que me perdonara la vida. Jamás puse en duda la misericordia de tan insigne mandatario. Me perdonó la vida a cambio de trabajar en esa impresionante obra faraónica que es el Valle de los Caídos.
Diez horas al día de duro trabajo, espoleado por “falangistas valerosos” que a cada momento nos recordaban nuestro rojo delito de haber estado afiliados a un partido republicano.
--¡Habla cristiano, rojo cabrón!
Recaredo se hacía llamar el falangista que nos abofeteaba, con una sonrisa de satisfacción, cada vez que los de “Esquerra Republicana de Catalunya” éramos sorprendidos hablando en nuestra lengua.
--El Imperio Español ha renacido, dejad de hablar ese dialecto rojo.
--“Homo homine lupus”.
--¡Que dejes de hablar en “catalino”, cabrón!
Cinco años de regocijo para crear el mausoleo de “el Dios” y el lugar de reposo de otros dioses menores. Allí dejaron su sangre y su vida mis cinco compañeros de ERC. Dicen que Franco nos tenía un odio especial porque su hermano había sido miembro de nuestro partido, que lo habíamos pervertido desde su particular modo de ver.
Un accidente casi me mata y ya nunca volví a aquel lugar. Diez años después, la infinita bondad de aquel ser supremo me devolvió la libertad, otros no tuvieron tanta suerte. Pero yo nunca me sentí libre del todo hasta mil novecientos setenta y cinco.
--¡Abuelo! ¡Ya hemos llegado! ¡Cuidado con los escalones! ¡Apóyese en mí!
Mi nieto si que es un santo, por lo menos para mí. No creo que pueda entender lo que hago, pero me siento feliz de ser su abuelo.
Damos una vuelta por el recinto, más para orientarnos que otra cosa. Como si la enorme cruz que gobierna el valle no fuese suficiente. Nos sorprendió ver algunas tumbas de republicanos, eso sí, miembros del Opus Dei. Dios ya sabe a quien se puede perdonar el delito de ser rojo.
Mi nieto se queda sorprendido cuando me ve sonreír. Estoy delante de la tumba de Recaredo: Miguel Vaquerizo Ayón. Y no hay duda de que es él, incluso está su foto.
Por fin, llegamos a nuestro destino y mi nieto se ha separado unos metros para atraer la atención de los vigilantes. Ha sacado una bandera española… ¿Qué hace? ¿Se ha vuelto loco? ¡Está quemándola!
No puedo esperar más, tengo que actuar antes de que el chaval deje de ser el foco de atención. Así que alivio mi próstata sobre la tumba del rufián dictador. Es la micción más satisfactoria de toda mi vida.
Finalmente, como no podía ser de otra manera, se nos llevan detenidos en un furgón policial. A mí no me han pegado, pero a mi nieto le han puesto como a un Cristo. ¿Qué va a decir mi hija?
Mi nieto me mira con una sonrisa burlona.
--¡Ha sido genial abuelo!
--¿Y qué van a decir tus padres, José Antonio?
--A mi madre le toca callarse y… bueno a mi padre, si puede, que siga trabajando en la COPE.
Si aún les quedan dudas de quienes son los buenos y quienes los malos, sepan que mi yerno fuma.